La inagotable desfachatez
Los medios tienden a considerar que a un escritor consagrado se le debe consentir todo, pero el matonismo de columna contribuye al ambiente irrespirable que se ha apoderado de nuestro debate p¨²blico
Hace a?os, un ingl¨¦s afincado en Espa?a me comentaba lo extra?o que le resultaba que las personas que tienen un cierto protagonismo en el debate p¨²blico gocen en nuestro pa¨ªs de tanta impunidad a la hora de opinar. Seg¨²n su punto de vista, una vez que una firma se vuelve conocida y consigue tener unos lectores fieles, nadie le afear¨¢ las cosas que pueda decir, por atrabiliarias, absurdas o hirientes que resulten. Mientras que en cualquier profesi¨®n suele tener consecuencias que el desempe?o del profesional empeore significativamente, en el debate p¨²blico las cosas son algo diferentes: no se paga coste alguno por rebajar el nivel de las intervenciones p¨²blicas hasta extremos que resultan embarazosos. Los medios tienden a considerar que a un autor consagrado se le debe consentir todo, como a un ni?o mimado. Sobre todo si escribe bien.
Acerca de este asunto publiqu¨¦ hace casi diez a?os un librito que se llam¨® La desfachatez intelectual en el que criticaba algunos excesos de intelectuales prestigiosos que intervienen frecuentemente en los debates p¨²blicos. El libro despert¨® cierto inter¨¦s y tambi¨¦n alguna controversia. Me centr¨¦ sobre todo en los escritores, que en Espa?a tienen una presencia desmedida en los medios (basta una comparaci¨®n sumaria con la prensa en ingl¨¦s para darse cuenta de ello). Albergo gran admiraci¨®n y respeto por la labor literaria de los escritores, pero sus intervenciones como intelectuales en el debate p¨²blico no merecen siempre un juicio tan elogioso. Soy consciente de que estoy generalizando injustamente, pues hay de todo, como en todas partes, pero a m¨ª me resulta llamativo el n¨²mero tan elevado de escritores y ensayistas con una merecida fama en su quehacer profesional que, sin embargo, participan en el debate p¨²blico con argumentos pobres y escasa informaci¨®n sobre los asuntos de los que opinan.
Una vez publicado el libro mencionado, y tras verme envuelto en algunas pol¨¦micas sobre la cuesti¨®n, decid¨ª dejar el tema de lado, pues da para mucho y corr¨ªa el riesgo de quedarme preso del mismo en detrimento de mi trabajo acad¨¦mico. Voy, sin embargo, a hacer una excepci¨®n porque, inesperadamente, se han cruzado en mi camino los dos mundos, el acad¨¦mico y el del debate p¨²blico.
La historia es la siguiente. He tenido el privilegio de participar en una investigaci¨®n sobre la violencia anticlerical en la Guerra Civil bajo el liderazgo de Paloma Aguilar, junto con mis colegas Francisco Villamil y Fernando de la Cuesta. El resultado de dicha investigaci¨®n apareci¨® recientemente, tras un prolongado y exigente proceso de evaluaci¨®n y revisi¨®n, en una revista acad¨¦mica prestigiosa, Comparative Political Studies. Despu¨¦s de a?os de recopilaci¨®n de datos y complejos an¨¢lisis estad¨ªsticos, llegamos a la conclusi¨®n de que el odio a la Iglesia, que estaba muy extendido en las izquierdas, no era suficiente para entender por qu¨¦ en algunos lugares se mat¨® m¨¢s que en otros durante los primeros meses de la guerra. Seg¨²n vimos, hubo tambi¨¦n un componente estrat¨¦gico o instrumental, por lo dem¨¢s muy habitual en los conflictos violentos de todo tipo: en este caso, se asesin¨® a m¨¢s cl¨¦rigos en aquellos lugares en los que los representantes de la Iglesia pod¨ªan tener mayor influencia en la movilizaci¨®n de las fuerzas antirrepublicanas. En concreto, mostramos que la presencia de asociaciones de propietarios agrarios aumentaba considerablemente la probabilidad de que los milicianos asesinaran a cl¨¦rigos. Por supuesto, se trata de una tendencia, no de una ley de hierro, as¨ª que hay excepciones, como en todo an¨¢lisis estad¨ªstico de un fen¨®meno complejo, pero los resultados eran contundentes, incluso teniendo en cuenta muchos otros factores posibles. El periodista ?ngel Mun¨¢rriz public¨® en las p¨¢ginas de este peri¨®dico un reportaje sobre la investigaci¨®n en el que se resum¨ªan las ideas principales y se entrevistaba brevemente a los autores.
A los pocos d¨ªas, apareci¨® un art¨ªculo furioso del escritor Juan Manuel de Prada en el diario Abc en el que descalificaba nuestro trabajo en t¨¦rminos m¨¢s bien gruesos. Siguiendo una tradici¨®n patria muy asentada, De Prada, con indudable desd¨¦n, no menciona los nombres de los autores del trabajo. Se refiere gen¨¦ricamente a los autores como ¡°polit¨®logos¡±, as¨ª, entre comillas, supongo que para poner en duda la seriedad de nuestra profesi¨®n y actividad. Le parece llamativo que el trabajo sea breve (33 p¨¢ginas de la revista, m¨¢s un ap¨¦ndice online), desconociendo el formato habitual de las revistas cient¨ªficas internacionales. Pero lo peor son las afirmaciones arbitrarias, como la acusaci¨®n de que justificamos la violencia anticlerical (?!). Llega a decir que intentamos disfrazar ¡°acad¨¦micamente¡± el odio a la Iglesia ¡°para justificarlo vomitivamente como ¡®estrategia¡¯ necesaria¡±. Por supuesto, el estudio le parece ¡°delirante¡±. Lo m¨¢s extraordinario es que en el art¨ªculo acad¨¦mico decimos esto: ¡°No negamos la existencia de un odio muy extendido contra la Iglesia, pero afirmamos que la capacidad de los cl¨¦rigos para movilizar el apoyo de la derecha local determin¨® de manera crucial la violencia contra ellos¡±. ?l zanja la cuesti¨®n, por lo dem¨¢s, alegando que ha le¨ªdo algunos art¨ªculos de la ¨¦poca en los que hab¨ªa mucho odio contra los curas. Nuestra tesis es que ese odio, aun estando muy extendido, no explica por qu¨¦ en unos municipios la violencia anticlerical fue m¨¢s intensa que en otros. Y para demostrarlo, analizamos las caracter¨ªsticas de los municipios en los que se produjo el asesinato de 6.028 cl¨¦rigos durante la Guerra.
Juan Manuel de Prada es el mismo autor que public¨® un art¨ªculo tras la dana de Valencia en el que destilaba al menos tanto odio como el de los milicianos republicanos hacia los curas. Seg¨²n ¨¦l mismo explicaba refiri¨¦ndose a los pol¨ªticos, ¡°la hecatombe no la ha producido ning¨²n ¡®cambio clim¨¢tico¡¯, como pretenden estos hijos de la grand¨ªsima puta, sino su incompetencia criminal. Si los espa?oles de hoga?o no tuvi¨¦semos horchata en las venas, tendr¨ªamos que ahorcarlos y despu¨¦s descuartizarlos¡±. Recuerdo que hace a?os public¨® otro art¨ªculo en el que atribu¨ªa la corrupci¨®n espa?ola al laicismo de los pol¨ªticos, que no asumen el pecado original del hombre. En fin¡
La investigaci¨®n en cualquier campo de conocimiento es incomparablemente m¨¢s aburrida que estas bravuconadas con voluntad de estilo, pero tiene a cambio la inmensa ventaja de que ayuda a disciplinar la opini¨®n. La prudencia y la contenci¨®n son tediosas, pero evitan hacer el rid¨ªculo y previenen frente a diagn¨®sticos y soluciones simplistas. Es asombroso que a estas alturas un De Prada cualquiera se l¨ªe la manta a la cabeza y embista sin ton ni son, crey¨¦ndose en posesi¨®n de la verdad, algunos medios le bailen el agua y gracias a todo ello consiga construir una imagen exc¨¦ntrica, popular y f¨¢cilmente reconocible.
Que este tipo de columnismo siga teniendo adeptos y lo cultiven ciertos medios produce melancol¨ªa. Muestra que nuestro debate p¨²blico conserva reductos de casticismo. La desfachatez de la que habl¨¦ en mi libro se refer¨ªa justamente a este tipo de intervenciones, irracionales en su virulencia y que pueden llegar a producir verg¨¹enza ajena por la mezcla de atrevimiento e ignorancia. El matonismo de columna contribuye al ambiente irrespirable que se ha apoderado de nuestro debate p¨²blico. Hay opiniones que resultan t¨®xicas y no siempre es por su contenido, muchas veces es por el tono hiriente y zafio que se utiliza. Va siendo hora de superar esa forma de ¡°hacer opini¨®n¡±.
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