Lladr¨® y Alessi ORIOL BOHIGAS
Seguramente la colecci¨®n de bibelots m¨¢s fea y, sobre todo, m¨¢s cursi es la serie de esculturitas de relamida porcelana fabricadas en Valencia por un tal Lladr¨®. Una colecci¨®n que est¨¢ presente en todas partes, en ambientes dom¨¦sticos de diverso nivel y en tiendas de distinta categor¨ªa que s¨®lo coinciden en la vulgaridad y el mal gusto, dos caracter¨ªsticas seguramente muy apreciadas por ciertos populistas como aquellos pol¨ªticos mallorquines que tuvieron la vulgaridad y el mal gusto de organizar hace poco una exposici¨®n rimbombante en homenaje a la vulgaridad y el mal gusto de esos bibelots.Hace poco, en los interminables paseos de espera a lo largo de un aeropuerto italiano, buceando entre la algarab¨ªa de tiendas de alcohol, perfume, quesos y espaguetis, me encontr¨¦ -como siempre- frente a las largas estanter¨ªas de Lladr¨®, con la repetida serie de sus porcelanas. Pero esta vez me sorprendi¨® la extremada longitud del escaparate y, tambi¨¦n, al final del recorrido, alg¨²n cambio estil¨ªstico modernizante pero no demasiado alejado del tono habitual. Me hab¨ªa confundido. Hab¨ªa pasado casi sin darme cuenta de las cer¨¢micas de Lladr¨® a los ¨²ltimos productos de Alessi, uno de los grandes fabricantes del dise?o italiano de articoli casalinghi. La misma vulgaridad y el mismo mal gusto. Ah¨ª estaba el sacatapones y el candelabro en forma de bailarina de Mendini, el juego de t¨¦ columnario con garbancitos azul celeste y la kettle rematada con un pajarito de poliamida de Graves, los relojes de Starck y Venturi, los saleros de Sottsass, la cafetera en forma de ping¨¹ino de King-Kong y el encendedor con gesto de canguro de Giovannoni, mezclados con otros productos de igual incontinencia formal, con unos colorines que no parec¨ªan demasiado distintos de las tonalidades pastel del vecino Lladr¨®. Todos ellos arquitectos y dise?adores de gran fama. ?Qu¨¦ ha ocurrido con el dise?o italiano?
La firma Alessi se fund¨® en los a?os veinte y muy pronto se acredit¨® en la fabricaci¨®n de objetos met¨¢licos de uso dom¨¦stico. Su fundador, Giovanni Alessi, y sus hijos llevaron adelante la industria dentro de una l¨ªnea de eficacia funcional aproximadamente influida por las derivaciones de la Bauhaus. Pero la tercera generaci¨®n -representada sobre todo por el nieto Alberto- se lanz¨® a finales de los setenta a lo que se consideraba la nueva experiencia del dise?o que entonces surg¨ªa pol¨¦micamente en Italia y aglutinaban revistas, concursos, pol¨¦micas profesionales. El punto de arranque fue seguramente el fichaje de Alessandro Mendini a partir de 1978 como asesor art¨ªstico de la producci¨®n. El radical design hab¨ªa irrumpido en Italia y la revista Modo elucubraba sobre un nuevo estilo que intentaba reaccionar -incluso pol¨ªticamente- contra el triunfo comercial del dise?o italiano establecido. Los grupos Alchimia, Gobal Tools y m¨¢s tarde Memfis representaban una revoluci¨®n que acab¨® muriendo en su propia ideolog¨ªa. Las nuevas fantas¨ªas, superando la normalidad de lo establecido -ya aceptado en el consumo habitual-, acabaron creando un nuevo p¨²blico: los esnobs que no alcanzaban a comprar una porcelana de S¨¨vres del XVIII o un Tiffany aut¨¦ntico, se pod¨ªan vanagloriar de tener un reloj, un abrelatas o un molinillo de caf¨¦ suficientemente extravagantes para que tuviesen una tirada limitada, numerada y firmada por alg¨²n dise?ador progresista.
Pero cuando Alessi tuvo que incrementar y divulgar el mercado de esos nuevos productos, la operaci¨®n se volvi¨® rid¨ªcula porque ya ni siquiera tuvo el apoyo de los esnobs. Ahora, cuando los veo en los escaparates de todos los aeropuertos, al lado de cualquier Lladr¨®, ya han perdido su pretendida fuerza revolucionaria y han ca¨ªdo en la vulgaridad del bibelot, es decir, en la negaci¨®n de los valores caracter¨ªsticos del dise?o industrial. Una falsa artisticidad, una cursiler¨ªa distinguida, es decir, una horterada.
Seguramente esta aventura de Alessi habr¨¢ contribuido a la decadencia del dise?o italiano, que parece haber abandonado la inteligente tensi¨®n de los a?os sesenta y setenta, tan considerada y tan influyente en los mercados de todo el mundo. El dise?o real se ha tenido que trasladar a otros ¨¢mbitos y a otros profesionales: la complicada tecnolog¨ªa de los electrodom¨¦sticos, los ordenadores, los autom¨®viles, las m¨¢quinas, las armas, los cohetes. Y en estas l¨ªneas los artistas del radical design tienen ya muy poco que decir, y s¨®lo les queda defender con malabarismos dial¨¦cticos y con desplantes pol¨¦micos una posici¨®n marginal que no ha logrado vencer los convencionalismos mercantiles como se propon¨ªan en los a?os setenta, sino, al contrario, reforzarlos con otros elementos de adhesi¨®n al mal gusto del usuario vulgar.
De todas maneras, hay que admirar la intenci¨®n cultural de Alessi y sus dise?adores. Romper un aparente consenso -aunque sea cayendo luego en otro consenso artificial y consumista- es siempre un camino meritorio. Y tambi¨¦n hay que admirar -y aplaudir- que la empresa no haya abandonado, mientras tanto, su tradici¨®n sensata y funcional con sus dise?adores m¨¢s modestamente integrados. Por suerte, todav¨ªa hoy produce vajillas, bandejas, cuberter¨ªas ¨²tiles y confortables que no han ca¨ªdo en la nueva vulgaridad.
Oriol Bohigas es arquitecto.
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