P¨ªcaros cofrades
Es grande la plaza para ser tan vieja en una zona donde los caminos urbanos tiran a la angostura
A este secular enclave sevillano puede llegar el paseante, ind¨ªgena o forastero, desde la Plaza de la Encarnaci¨®n, que tiene el r¨¦cord de mercado provisional olvidado por el Guiness. Baje luego la calle Regina y ande por la suave pendiente hasta llegar a la calle Feria o de La Feria. All¨ª, en el coraz¨®n de esta v¨ªa, se encuentra la Plaza de Montesi¨®n, o tambi¨¦n Plaza de Los Carros.Si se ha elegido un itinerario m¨¢s golfo y viene por la Alameda de H¨¦rcules, cualquiera de las perpendiculares, Amor de Dios por decir una, tambi¨¦n conducen al mismo destino. En cualquier caso tendr¨¢ que empaparse de la Sevilla antigua, del aut¨¦ntico casco viejo donde parece, a pesar del tr¨¢fico y los multicines, que se contradice a Einstein, porque se experimenta un golpe de intemporalidad seductora; desaparece la conciencia de la fecha. Est¨¢, quien venga aqu¨ª, en el mismo cogollo del Jueves, en el centro del mercado de segunda, tercera o cuarta mano, donde p¨ªcaros y cofrades de una de las m¨¢s antiguas Hermandades que procesionan en Semana Santa puede que sean la misma persona, donde lo mismo puede adquirirse ropa militar que libros antiguos o ese tornillo perdido por alg¨²n antepasado responsable de la ruina familiar.
Es grande la plaza para ser tan vieja en una zona donde los caminos urbanos tiran a la angostura.
Casi rectangular, tiene sus buenos 400 metros cuadrados que albergan la g¨®tica iglesia de Montesi¨®n fechada en el siglo XIV. Junto a ella el Convento de los dominicos exclaustrados como consecuencia de la desamortizaci¨®n de Mendiz¨¢bal, que se convirti¨® en Archivo de Protocolos Notariales funcionando como tal hasta hace seis a?os. Pero conserv¨® su capilla, ah¨ª tiene su sede la cofrad¨ªa de la Sagrada Oraci¨®n de Nuestro Se?or Jesucristo en el Huerto de los Olivos y Nuestra Se?ora del Rosario en sus Misterios Dolorosos. Por conveniencia, las im¨¢genes est¨¢n en la Iglesia del Esp¨ªritu Santo, en la calle Due?as, junto al Palacio de los Duques de Alba. La capilla, que da nombre a la plaza, s¨®lo se abre el Jueves Santo para la salida procesional.
Hecha esta primera cultural y piadosa referencia, si se desea, pueden los ociosos visitar un establecimiento repleto de libros, muebles, alg¨²n gram¨®fono estropeado o cualquier otro cachivache; es casi una almoneda. Si tiene el bolsillo tocado y necesita cortinas, s¨¢banas u otra cosa que, ma?oso, pueda hacer en casa no dude en ir a uno de los m¨¢s antiguos almacenes de tejidos que hay en la ciudad; en ordenado desorden, encontrar¨¢ telas que no se venden por metros ni varas: por kilos de retales sale cargado el cliente sin gran desembolso.
Bares hay unos cuantos m¨¢s o menos modernos, pero como suele gustar el curioso de las cosas con solera o, por lo menos, m¨¢s a?ejas, har¨¢ bien en acodarse en la barra de la bodega Vizca¨ªno.
Tras el mostrador, al fondo, todav¨ªa hay barriles donde leer¨¢: "manzanilla", "oloroso" y otros nombres de caldos producidos en nuestra tierra. En estos meses final de oto?o y principio de invierno, es recomendable pedir un mosto, vino joven reci¨¦n pisado, que despachar¨¢n cualquiera de los dos Manolos -due?o y dependiente- que llevan all¨ª cerca de 30 a?os. Tantos, m¨¢s o menos, como sus clientes habituales.
La copa va acompa?ada de altramuces (chochos), cacahuetes (arvellanas) y de amena conversaci¨®n en cuyo discurrir podr¨¢ el cliente enterarse de muchas cosas sin por ello faltarle al respeto al vino dulce y turbio.
Le contar¨¢n que aqu¨ª, en la amplia explanada, se perdi¨® una memorable batalla librada entre los carros de mano y los Isocarros -tracci¨®n motorizada-, porque durante siglos se contrataron los antiguos artefactos para realizar peque?as mudanzas, transportar una armario usado comprado en el mercadillo o cualquier otra misi¨®n. Pero de repente hizo irrupci¨®n la mec¨¢nica y acab¨® con el oficio. Se perdi¨® la guerra en la primera batalla.
Manolo est¨¢ deseando que el mercado de los jueves, hoy en la Alameda de H¨¦rcules, vuelva a su plaza y calle Feria, como ¨¦l todos los peque?os comerciantes, debido a que era una fuente de distracci¨®n y riqueza para el barrio. De esta castiza y abigarrada feria semanal pueden o¨ªrse innumerables an¨¦cdotas como la referida y celebrada por uno de los m¨¢s veteranos, Gumersindo, que tuvo m¨¢quina y tenderete de fotograf¨ªa durante m¨¢s de 30 a?os. Puede hablarle del caso del practicante de Coria: vino a vender unos cojinetes a un chatarrero y, compinchado con otro, lo consigui¨® reteniendo la mercanc¨ªa falsamente. Cobr¨® y fuese. Los cojinetes, adem¨¢s, estaban estropeados.
Otro parroquiano comenta el timo de la bicicleta, consistente en coger una m¨¢quina robada y al ser reclamada por el propietario, apoy¨¢ndose en un falso testimonio de un c¨®mplice ante la pareja de guardias llegaba a revenderla al aut¨¦ntico propietario que pagaba, abochornado el rescate.
Aqu¨ª hubo carteristas de fama y en tiempos m¨¢s remotos cortadores de bolsas. Personajes populares tales como el Navajas, Fosforito de Triana -honrado gitano afilador y herrero-, su hijo Carapapa y otra larga lista que ser¨ªa larga de mencionar.
Se pod¨ªan encontrar art¨ªculos dispares: unos zapatos viejos, radios destripadas o un manual de Derecho Administrativo del a?o veinte perfectamente apolillado e incompleto; monturas de gafas, sombreros, pulseras jipis o una pierna ortop¨¦dica. Todo ello s¨®lo en la plaza, as¨ª que calculen lo que era el tinglado por toda la larga calle.
Sigan escuchando y oir¨¢n una frase genial: "Aqu¨ª no hubo nunca delincuencia, la pareja vigilaba. Otro cantar es que usted se creyera una cosa y saliera con otra". Gato por liebre institucionalizado: el lema del p¨ªcaro.
?Ya termin¨® el aperitivo?, pues a seguir paseando y tenga presente a esos dos adolescentes de barrio que doblan la esquina de la calle Torrej¨®n; pueden ser los sucesores de Rinconete y Cortadillo camino del patio de Monipodio.
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