Hasta cu¨¢ndo, Catilina...
"La vida es un juego con muchas reglas, pero sin ¨¢rbitro", presupone ir¨®nicamente el poeta Joseph Brodsky al comienzo de un discurso en el que, con sentido del humor incompatible con todo dogmatismo, aconseja a sus oyentes y lectores seguir algunas pautas para sobrevivir, en la medida de lo posible, en la jungla de un mundo no siempre agradable, pero el ¨²nico del que disponemos. No dar importancia a los que intentan hacer el mal siempre que pueden, a los envidiosos que enferman con las posibles cosas buenas de los otros, a los resentidos contra todo lo que se mueve, con su dedo ¨ªndice "siempre ansioso de se?alar culpables", no prestar ning¨²n eco a todo ello es salud mental; y "aunque sea de justicia proclamar su infamia", no merece la pena proporcionarles la resonancia que ansiosa y obsesivamente reclaman una y otra vez en esa b¨²squeda del "cuerpo a cuerpo" que, f¨ªsicamente siempre que han podido y sin ning¨²n pudor o respeto institucional y personal, o verbal y calumniosamente seg¨²n las ocasiones, necesitan como alimento constante as¨ª pasen cien a?os. Incluso cuando aparecen defendiendo aparentemente una causa noble siempre es contra alguien, siempre introducen sus demonios particulares, de manera que si alaban alguno de sus iconos es para despotricar contra todos los dem¨¢s. Su mirada, as¨ª se trate del presente o del pasado, es siempre empeque?ecedora. "Sus dioses han muerto", dice sabiamente un amigo m¨ªo, "pero sus demonios est¨¢n viv¨ªsimos".A?adir¨ªa a ello la pereza por la p¨¦rdida de tiempo y energ¨ªa ("me gastan la vida y no me la ensanchan", dir¨ªa Ram¨®n G¨®mez de la Serna), que supondr¨ªa siquiera recordar que existen esos vocacionales ¨¢rbitros arbitrairos -ellos mismos, por su cuenta establecen y cambian las supuestas reglas-, opinantes perpetuos de lo divino y lo humano, pat¨¦ticos enemigos monogr¨¢ficos de cualquier matiz, de manera que s¨®lo entienden la vida en dicotom¨ªas "buenos-malos", "blanco-negro". "La mejor forma de escapar es persistir", dec¨ªa otro poeta, Robert Frost. Hacer las cosas de uno lo mejor posible y cambiar de canal para evitar desgastes in¨²tiles. (Y, naturalmente, apoyar las instituciones democr¨¢ticas de una sociedad abierta que impidan siempre un posible monopolio de poder en esos temperamentos con aspiraciones estalinistas, que ya hemos probado amargamente en nuestro siglo). Pero, dado que estos voluntarios guardianes de lo que ellos estiman pol¨ªticamente correcto plasman sus fobias y acoso compulsivo -a veces simplemente sus ajustes de cuentas tribales universitarios- en columnas y art¨ªculos de opini¨®n en una instituci¨®n tan fundamental para la democracia como siempre ha sido la prensa, quiz¨¢s sea oportuno alguna reflexi¨®n sobre el papel de las ideas y debates en toda construcci¨®n cultural democr¨¢tica. Pues si los peri¨®dicos, y en general los medios de comunicaci¨®n, tienen la libre responsabilidad de informar y opinar sobre asuntos generales que nos conciernen a todos -la vida p¨²blica-, transformar el contenido de profesionales que escriben presuntamente sobre esos temas generales (otra cosa es que abiertamente se trate de otro tipo de prensa rosa o de sociedad o de cualquier otra especie que muestra claramente desde el principio su finalidad y no enga?a a nadie) en veh¨ªculos para saldar viejos rencores o rencillas de gremio supone desvirtuar uno de los pilares de la convivencia democr¨¢tica.
Precisamente una ense?anza fundamental en toda democracia y en toda sociedad libre es aprender a vertebrar ideas y argumentos, a hablar de cosas sustantivas, y no a enfrentar a las personas seg¨²n las adscripciones que subjetivamente se les pueda atribuir. Las teor¨ªas, los argumentos, las construcciones racionales del pensamiento, los hechos que se puedan probar, est¨¢n ah¨ª -dec¨ªa Ramiro Rico- y se emplean para que forcejeen entre s¨ª y eviten el "cuerpo a cuerpo", el ejercicio de la violencia f¨ªsica y/o mental. La reflexi¨®n pol¨ªtica en el sentido profundo del t¨¦rmino, no el "politiqueo", nacer¨ªa as¨ª antropol¨®gicamente, como vieron los griegos, como producto de la consternaci¨®n ante la variedad y diversidad de los hombres, como escenario para dirimir conflictos espec¨ªficamente humanos, pero en los que las personas salvaguardan su integridad f¨ªsica y mental. Los argumentos racionales obligados a chocar, si parafraseamos a George Steiner, "como en el combate, o a maniobrar como en la danza", son los que "abren la puerta a nuevas posibilidades de comprensi¨®n y entendimiento" de la compleja realidad. Algo muy distinto de las descalificaciones personales f¨®bicas, de las insidias que se dejan caer sobre los otros, de los procedimientos ret¨®ricos donde todo se mezcla arbitrariamente y de los tics personalizados de los cazadores de brujas -de paso, un cierto machismo encubierto de ideolog¨ªa aparece casi siempre en esos tics- que juzgan a los dem¨¢s por la supuesta finalidad pol¨ªtica que les proyectan dictatorial y dogm¨¢ticamente -convertidos en aspirantes a "jueces suplentes del valle de Josaphat", como dec¨ªa don Jos¨¦ Antonio Maravall Casesnoves haciendo suyo el apotegma de Febvre-. (Dejo aparte ahora el extremismo de esa descalificaci¨®n del otro que puede acabar desembocando fan¨¢ticamente en el tiro en la nuca en coyunturas hist¨®ricas en donde el terror y el caos predominan sobre la ley y la democracia).
Aunque quiz¨¢s, como escribiera sabiamente Fernando Savater, hay que agradecer al envidioso odiador profesional "la fiel atenci¨®n que te dedica", siempre "a trav¨¦s de la lupa de aumento", siempre magnific¨¢ndote, te inventar¨¢ motivaciones ¨ªntimas, intenciones, amores y desvar¨ªos. Verdaderamente, no es nada aburrido, incluso es un est¨ªmulo. Pero lo que individualmente no merecer¨ªa atenci¨®n llega un momento en que s¨ª importa en un nivel te¨®rico pensar sobre ello, pues puede ir creando y haciendo "normal" un estilo de pensamiento nefasto para toda convivencia. Incapaces de valorar a las personas o las cosas en s¨ª mismas, el "maldiciente universal" o "el energ¨²meno" (t¨ªtulos de dos excelentes escritos de Domingo Garc¨ªa-Sabell en este peri¨®dico en julio y agosto de 1996), prospera generalmente por distintas razones: Por el "prestigio del pesimismo" y de una condici¨®n humana universal que gusta o¨ªr cosas malas de los otros, sobre todo si destacan en algo, de manera que siempre es m¨¢s f¨¢cil ponerse de acuerdo, incluso entre personas o grupos en extremo contrapuestos, con un programa negativo contra alguien que adem¨¢s encubre ideol¨®gicamente la falta de escr¨²pulos morales y de la envidia. En segundo lugar, por el miedo que infunden estas lenguas b¨ªfidas a casi todo el mundo; como en la historia de Brecht, cada uno piensa que puede librarse del aguij¨®n o del acoso si aplaude el maldiciente o al menos logra pasar inadvertido ante ¨¦l. En tercer lugar, muchas veces por el propio pudor y hast¨ªo de los atacados; la paradoja de tener que defenderse de medias verdades y de mentiras, de una ret¨®rica que no es m¨¢s que una especie de turmix ideologizada y poco racional, incluso cierta piedad que despierta el patetismo del obseso que vigila y envidia, hace que, como aconseja Brodsky, no se pierda el tiempo ni la energ¨ªa en ofrecerles el "cuerpo a cuerpo", el conflicto personalizado que tanto ans¨ªan. Pero, como tambi¨¦n ense?aba Voltaire, "entre lobos conviene aullar de vez en cuando". No tanto contra ellos, a?adir¨ªa yo (ya tienen bastante consigo mismos), sino como aviso al caminante confiado. Es relativamente f¨¢cil localizar a estos personajes destructivos; alrededor del "energ¨²meno" nadie ni nada fructifica; si tuvo adeptos, y ¨¦stos no son masoquistas, han tenido que salir de su lado para emerger; gustan del conflicto y crecen en la tensi¨®n y da?o de los otros. En definitiva, no ayudan a vivir. Ni la simpat¨ªa ni los buenos modales, ni mucho menos el buen hacer, puede conmoverles; muy al contrario, confundir¨¢n la buena educaci¨®n con falta de car¨¢cter; la inteligencia, con debilidad de esp¨ªritu, y les sacar¨¢ de quicio cualquier posible ¨¦xito en las cosas que los otros hacen y que s¨®lo pueden atribuir al oportunismo "pol¨ªtico" o al azar. Si, como mantuvieron los cl¨¢sicos, "el car¨¢cter es el destino", se aprende a utilizar el car¨¢cter provechosamente sin cambiarlo, para bien y para mal. Basta acudir a las hemerotecas: el mismo tipo de maledicencias y obsesiones se repiten durante veinte, treinta a?os. Las personas, los pa¨ªses, Espa?a y Europa, todas las cosas cambian, pero ellos siguen atribuyendo las malas intenciones de su coraz¨®n al de los dem¨¢s.
Uno de sus tics preferidos es referir los acontecimientos culturales y profesionales -sean exposiciones hist¨®ricas, libros, investigaciones, ciclos de conferencias- no a sus propias coordenadas en cuanto al rigor acad¨¦mico y profesional, sino a presuntas finalidades pol¨ªticas directas y aprior¨ªsticas, que, dentro de una trasnochada actitud mental, atribuye todo lo que se hace a designios ocultos del poder. Toda conmemoraci¨®n hist¨®rica es sospechosa; toda la historia de Espa?a ha sido tal desastre seg¨²n su perspectiva que, en una sarta de disparatado presentismo, no hay nada que merezca la pena hasta nuestra propia actualidad, que tampoco sale muy bien parada. Si se intenta matizar estas afirmaciones dogm¨¢ticas, inmediatamente atacan con etiquetas demag¨®gicas f¨¢ciles de retener: "leyendas rosas", "optimismo hist¨®rico" o "intereses pol¨ªticos". Este velo de amenaza descalificadora cubre muchos escritos publicados en 1988 y 1989, cuando Espa?a y el Gobierno espa?ol -siguiendo, por lo dem¨¢s, la pauta que siguen todos los dem¨¢s grandes pa¨ªses europeos con historia: Francia, Inglaterra, Italia, Alemania- contribuye a alentar conmemoraciones hist¨®ricas, como la de Carlos III; prosigue en las advertencias sobre las posibles acciones hist¨®ricas en torno a 1992, se disparan en 1998-2000 y ya se advierten para las pr¨®ximas, previstas, al parecer, por distintas instancias y a cargo de variados comisarios historiadores. Todo un pasado hist¨®rico es juzgado y condenado sin paliativos; toda interpretaci¨®n no catastr¨®fica sobre un periodo determinado queda directamente politizada, ignorando las distintas coordenadas que todo contexto cultural lleva en s¨ª mismo, desechando las vertientes est¨¦ticas, hist¨®ricas, simb¨®licas, de su complejidad.
Todo objeto cultural, parte del mundo popperiano, sea exposici¨®n hist¨®rica, teor¨ªa e investigaci¨®n, implica, como toda construcci¨®n cultural, unos principios organizativos conceptuales y es incompleto por definici¨®n, forzosamente parcial en cuanto marcar¨¢ el ¨¦nfasis en unos puntos u otros, tanto en funci¨®n de las aportaciones historiogr¨¢ficas m¨¢s recientes como en la mirada contempor¨¢nea que desde el presente dirigimos al pasado, aun cuando se procure respetar al m¨¢ximo el contexto hist¨®rico de cada ¨¦poca, irrepetible y ¨²nico. Esos ¨¦nfasis, por tanto, cambian, pueden ser discutibles y deben ser discutidos, pero la cr¨ªtica profesional permite hacer lecturas de las construcciones culturales en funci¨®n de s¨ª mismas y no de finalidades arbitrariamente designadas. Responden, si est¨¢n realizados con rigor, a un medio y largo plazo m¨¢s complejo que la pol¨ªtica de todos los d¨ªas, y esa profundidad en varios niveles explica quiz¨¢s en parte el ¨¦xito de p¨²blico de algunos productos culturales. Precisamente residuo claro del franquismo es esa actitud de politizar subjetivamente todo en la vida, como si no hubiera otra cosa en el ancho mundo; las dictaduras, como es sabido, exigen testimonio de adhesi¨®n continua, de manera que todo es politizable. Ese tic seguimos padeci¨¦ndolo en ciertos grupos un cuarto de siglo despu¨¦s de su finalizaci¨®n; en un mundo y en un pa¨ªs que han sufrido transformaciones radicales, materiales y culturales, la vocaci¨®n de comisarios pol¨ªticos sigue intacta.
Como se ha dicho m¨¢s de una vez, la historia como relato razonado pretende comprender por qu¨¦ los humanos han actuado de una determinada manera y no de otra; en funci¨®n de qu¨¦ valores, de qu¨¦ expectativas, de qu¨¦ contexto hist¨®rico y social, han realizado determinadas acciones y pensado determinadas cosas. No se trata de juegos entre optimismo y pesimismo, ni de justificaci¨®n ni condena aprior¨ªstica, sino de conocimiento. Un conocimiento siempre en evoluci¨®n y cambiante, de acuerdo con los datos historiogr¨¢ficos nuevos, y tambi¨¦n de las coordenadas del presente que nos hacen dirigir la mirada y poner los ¨¦nfasis m¨¢s o menos en otras direcciones. Cambian las categor¨ªas culturales, como cambian nuestras teor¨ªas y tambi¨¦n las prioridades. La historia es algo casi siempre doloroso y nada nos consuela de ese pasado dolor, pero s¨®lo una moral de resistencia -que desecha la falacia entre el pesimismo determinista y un falso optimismo y que apuesta por la tradici¨®n de debate racional, por conquistar una cierta capacidad de distanciamiento para ganar perspectiva sin renunciar por ello a la acci¨®n-, junto con el rigor y erudici¨®n posible en cada momento, siempre ampliable, m¨¢s un margen de la piedad cl¨¢sica que los griegos proyectaban sobre la condici¨®n humana, s¨®lo esto puede ensanchar nuestro conocimiento del mundo y nuestra convivencia en libertad con los otros.
Carmen Iglesias es miembro de la Real Academia de la Historia y de la Real Academia Espa?ola (electa).
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