Un nuevo estilo en la Casa Blanca
Se acabaron los gritos, los colores fuertes y las visitas de actores. Llega el b¨¦isbol y los tonos pastel; llegan los Bush
Vivir para la pol¨ªtica
Los empleados de la Casa Blanca tendr¨¢n que adaptarse a un gran cambio. Se acabaron las discusiones a gritos, la pol¨ªtica a todas horas, las monta?as de papel con cifras y gr¨¢ficos, las visitas de actores, las reuniones nocturnas, el saxof¨®n y los puros. Con Bill y Hillary Clinton termina una ¨¦poca intensa en la mansi¨®n presidencial. Con George y Laura Bush llegan el b¨¦isbol, el trabajo a peque?as dosis y, sobre todo, mucha tranquilidad a mediod¨ªa: el nuevo presidente tiene que dormir la siesta.Cuando los Clinton se instalaron en la Casa Blanca, hace ocho a?os, trajeron con ellos una gran cantidad de libros y una decoradora de Little Rock (Arkansas), Khaki Hockersmith, que acab¨® con los colores p¨¢lidos que prefer¨ªan George y Barbara Bush. A partir del 20 de enero, las tapicer¨ªas rojas, blancas y azules volver¨¢n a ser crema y champa?a: Laura Bush tiene gustos muy parecidos a los de sus suegros. Y en las estanter¨ªas del Despacho Oval no habr¨¢ libros, sino la colecci¨®n de pelotas de b¨¦isbol autografiadas que se exhib¨ªa hasta ahora en la residencia del gobernador de Tejas.
Cambio de invitados
La nueva familia presidencial no tendr¨¢ dificultades en habituarse a la Casa Blanca, porque la conocen bien. El pasado martes, Hillary Clinton invit¨® a Laura Bush a tomar el t¨¦ para ense?arle las habitaciones privadas y comentar las reformas m¨¢s recientes. Al concluir la visita, Laura Bush quiso dejar claro ante los reporteros que Hillary no le hab¨ªa descubierto nada. "Conozco la residencia porque he pasado semanas en ella cuando mi suegro era presidente, y he vuelto cada vez que el presidente Clinton ha organizado una fiesta para los gobernadores. He pasado noches en el dormitorio de Lincoln, en el de la Reina. Todo me suena familiar", dijo. La nueva primera dama indic¨® que pensaba utilizar la resonancia de cualquier acto organizado en el 1600 de Pennsylvannia Avenue para "promocionar la alfabetizaci¨®n y las artes" y que en ning¨²n caso se inmiscuir¨ªa en "asuntos pol¨ªticos". Hillary, ya senadora, sonri¨® al escuchar esas palabras.
Los dos Clinton siempre han vivido para la pol¨ªtica. El presidente saliente no da por terminada una reuni¨®n hasta que el problema ha sido desmenuzado y contemplado desde distintos ¨¢ngulos y hasta que se ha empapado de datos y cifras que puede memorizar sin problemas; improvisa constantemente y llega tarde a todas partes. George W. Bush aborrece todo eso. Incluida la pol¨ªtica, en cierta forma. El nuevo presidente adora la rutina y la puntualidad y soporta mal los cambios. Por la ma?ana se levanta muy temprano, da de comer a los gatos, saca a pasear al perro (habr¨¢ que ver si el FBI le permite hacerlo), prepara personalmente el caf¨¦ y a las ocho est¨¢ en su oficina. Pero s¨®lo hasta las 11.50. A esa hora, exactamente, se pone ropa deportiva y sale a correr. Come a la una, duerme la siesta y luego juega un rato con la consola de vi-deojuegos (su preferido es el golf electr¨®nico), navega por Internet o hace solitarios en el ordenador. A las tres regresa a la oficina. De reuniones largas, ni hablar. No las soporta. Bush quiere res¨²menes concisos y s¨®lo toma decisiones cuando nadie puede tomarlas en su lugar. Las visitas deben durar cinco minutos (un ayudante las interrumpe cuando ha concluido el plazo) y si se retransmite un partido de b¨¦isbol el televisor est¨¢ en marcha, aunque sin sonido. Un aparato electr¨®nico le informa al instante de los resultados. En torno a las seis suele dar por concluida la jornada.
Con el cambio de presidente cambiar¨¢n, y mucho, los invitados a las cenas privadas. Bill y Hillary invitaban a un personal muy variado: m¨²sicos y actores, intelectuales y pol¨ªticos, y gente con dinero dispuesta a hacer donaciones a cambio de dos platos, postre y estancia nocturna en la Casa Blanca. De vez en cuando, el presidente tocaba el saxo. Y se ofrec¨ªan cigarros puros.En la cercana residencia del vicepresidente, los invitados eran similares. La fiesta que ofreci¨® Al Gore el mismo d¨ªa en que acept¨® su derrota electoral, con m¨²sicos como Bon Jovi y Tom Petty y grandes cantidades de cerveza, pertenece ya al pasado.
Con los Bush, para empezar, la cerveza no abundar¨¢. George W. Bush, que mantuvo una cordial¨ªsima relaci¨®n con el alcohol hasta los 40 a?os, es ahora abstemio y bebe Diet-Coke. Las cenas de la familia presidencial comenzar¨¢n sobre las siete, y si hay fiesta no se alargar¨¢, en el caso de mayor desenfreno, hasta m¨¢s all¨¢ de las diez A Bush le gusta acostarse a las nueve con un libro, preferiblemente una novela de intriga.
Los Bush mantienen en privado sus posibles diferencias -las terribles discusiones de Bill y Hillary se desarrollaban delante del personal de la Casa Blanca- y llevan el ritmo de vida tranquilo que impone Laura, y que George W. asumi¨® cuando dej¨® el alcohol y las salidas nocturnas. Cenan con la familia o con gente de confianza. Y la gente de confianza se divide, en general, en dos grupos: los ex compa?eros de instituto (sobre todo los de Laura) y los colegas del negocio petrolero tejano.
Don Evans, amigo del alma de Bush, presidente de una empresa de perforaciones y reci¨¦n nombrado secretario de Comercio, ser¨¢ una de las presencias habituales en el comedor privado, junto con otros amigos de francachela en los a?os ochenta. En esas cenas se bromea y se habla del pasado, de amigos comunes, de b¨¦isbol, de petr¨®leo, de dinero y, a veces, de poder. Nunca de pol¨ªtica. A Bush le aburre el asunto.
Los cinco cocineros de la residencia no tendr¨¢n que estrujarse los sesos para confeccionar los men¨²s: como a Clinton, a los Bush les gustan las hamburguesas, el pollo empanado y las barbacoas.
Dos clanes rivales
Lo m¨¢s caracter¨ªstico de la Casa Blanca en los pr¨®ximos a?os ser¨¢, sin duda, su condici¨®n de epicentro de un clan que carece del glamour de los Kennedy, pero ha acumulado m¨¢s dinero y m¨¢s poder pol¨ªtico del que jam¨¢s tuvieron los patricios del Este. Los Bush (el ex presidente, el presidente electo y el gobernador, con sus esposas e hijos) pasan estas navidades en Florida, el feudo de Jeb. En adelante, las reuniones familiares se celebrar¨¢n en los dominios presidenciales o en el rancho tejano de George W. Quiz¨¢ en algunas ocasiones se sientan un poco acosados. Porque, por primera vez, el presidente tendr¨¢ como vecino al ex presidente, casado adem¨¢s con una senadora que no descarta aspirar a la presidencia en un futuro no muy lejano. Los Clinton buscan casa en Was-hington, por el nuevo empleo de Hillary, y piensan romper con las normas de etiqueta, que indican que cuando uno sale de la Casa Blanca se traslada lejos de la capital. Los Clinton no se van. Y Washington puede resultar demasiado peque?a para los dos clanes.
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