Tres maestros rurales
?Desde d¨®nde se puede y se debe escribir la historia de Espa?a? ?Qu¨¦ atalaya permite columbrar m¨¢s lejos, discernir m¨¢s claro y penetrar m¨¢s hondo en sus procesos, instituciones, problemas? Unamuno repet¨ªa que la historia del mundo se puede escribir desde los centros econ¨®micos, pol¨ªticos y culturales de poder, para que la aprendan en la escuela los ni?os de Matilla de los Ca?os, o por el contrario, se puede escribir desde Matilla de los Ca?os, para que los protagonistas que deciden esa historia se enteren de c¨®mo la gozan y sufren los pasionistas de sus decisiones soberanas. Porque hoy ya cada persona es un voto, y cada voto puede decidir el destino de una aldea o del pa¨ªs m¨¢s poderoso del mundo. Por eso hay que volver la mirada a cada vida humana, porque en cada terr¨®n de tierra, que se disuelve en el mar, est¨¢ implicado el entero continente, y en cada muerte morimos todos los hombres.Al acercarse el final del siglo, es necesario realizar una operaci¨®n de consumaci¨®n del tiempo para que no se nos agote como se agota el agua de un c¨¢ntaro, pasan las horas del reloj o cesa el temporal de lluvia. El tiempo s¨®lo es humano, a diferencia del tiempo cronol¨®gico, si el hombre lo toma en su propia mano, si vuelve la mirada a su trayecto, discierne sus contenidos, reconociendo y rechazando lo que fue injusto, falso e inhumano, a la vez que reafirma lo que con ¨¦l la libertad forj¨® de verdadero, limpio y eterno. Consumado de esta forma el tiempo, es acrecentamiento de conciencia y g¨¦nesis de libertad, porque, as¨ª purificada la memoria y reconstruida la direcci¨®n de la vida, puede el hombre recobrar el tino. Lo que digo del individuo vale tambi¨¦n de las instituciones y de los grupos, de las minor¨ªas de sentido y de las naciones.
Yo no puedo acercarme al final del siglo XX sin poner ante mis ojos lo que han sido las ra¨ªces de mi destino personal y las del destino del pa¨ªs en el que he vivido. Necesito recordar los elementos, nutricios del amor o generadores del odio, en medio de las personas entre las que he existido y pensado. Soy hijo de la Rep¨²blica, crec¨ª durante la guerra civil y me form¨¦ en los decenios subsiguientes. Fueron tan fieros esos tajos en la convivencia nacional, que s¨®lo tras largos decenios dejaron de rezumar sangre las heridas. Y es tanta su hondura y tan fr¨¢gil la sutura, que al primer temor profundo de conciencia o aparici¨®n de fen¨®menos inesperados, vuelven a supurar. Por eso es necesario recordar con lucidez, asumir con responsabilidad y, en el perd¨®n que olvida, pasar a un siglo nuevo, que no sea v¨ªctima de las pasiones y desgarros de su predecesor. Esto no es ingenuidad, sino magnanimidad; no es negaci¨®n de lo ocurrido, sino salto en libertad sobre la perversidad del coraz¨®n, afirmaci¨®n actual de humanidad sobre la inhumanidad que prevaleci¨® entonces.
Cuando vuelvo la mirada a mi origen, compruebo que nac¨ª en un lugar donde se estaba decidiendo el futuro de Espa?a a sangre y fuego. Lo vivido en mi m¨¢s tierna infancia no son placenteros recuerdos de un patio de Sevilla, sino el silencio de muerte en las alturas de Gredos. Lo que entonces fue mudez y miedo, con los a?os he logrado conocerlo d¨ªa a d¨ªa, nombre a nombre, palmo de cuneta a palmo de cementerio. En los meses de julio y agosto de 1936 qued¨® fijado el frente de la guerra. En ?vila, la l¨ªnea divisoria estaba en el puerto del Pico. En esos meses se enfrentaron hombres e ideas, situaciones y esperanzas, que hab¨ªan llegado al convencimiento de ser inconciliables, necesitando unas anular a las otras para sobrevivir. En la vertiente norte de Gredos eran asesinados los maestros; en la vertiente sur eran asesinados los curas.
Voy a proferir tres nombres de maestros en la ladera norte y tres nombres de curas en la ladera sur, de los que yo me siento heredero y solidario, y a los que acompa?o con amor a este fin de siglo para que, pronunciados sus nombres por alguien que alberga en sus entra?as el ser y las aspiraciones de ambos, se encuentren entre s¨ª, ellos que fueron s¨ªmbolos victimados de poderes que los exced¨ªan. Tres maestros de tres aldeas: don Luciano Alegre en Lastra del Cano, arrancado de su casa y fusilado en la carretera de Hermosillo. Don Antonio Mu?oz, maestro en la escuela de Cardedal donde yo estudiar¨ªa luego, que, sinti¨¦ndose en peligro las semanas ¨²ltimas del mes de julio, decidi¨® cruzar de noche la sierra para unirse a la otra zona y, detenido por un guarda forestal, que lo entreg¨® a la Guardia Civil, fue fusilado en la plaza Mayor de Barco de ?vila. Don Daniel Leralta, maestro de Navasequilla, el pueblo m¨¢s alto de Espa?a, junto con Trev¨¦lez en Sierra Nevada, y desde el que se tiene la vista m¨¢s sobrecogedora del pico Almanzor y de las crestas del macizo.
Don Daniel desapareci¨® de Navasequilla una noche de julio, con el pretexto de querer dormir con la boyada en la sierra. Cogi¨® una manta, y hasta hoy no se ha vuelto a saber nada m¨¢s de ¨¦l. En su casa quedaba una arqueta de madera con libros de historia, literatura, derecho, ciencias. Para sus padres, aquel arca era como un sagrario: ni a tocarla se atrev¨ªan. Era la presencia viva del ausente, del que ni siquiera se sab¨ªa si hab¨ªa muerto. ?Qu¨¦ hacer con ella? Sus padres, compa?eros de los m¨ªos en trashumancias y agostaderos, se la entregaron para que el ni?o, que era yo, pudiera ir aprendiendo desde bien peque?o. Esperaban que su saber y su memoria, su pasi¨®n por la lectura y la verdad, prendiendo en m¨ª, fueran semilla profunda, y as¨ª los libros de Daniel, y Daniel con ellos, tuvieran sucesi¨®n y vida perdurable. ?De memoria los aprend¨ª mientras cuidaba los ganados, guareci¨¦ndome detr¨¢s de retamas y torviscos de los cierzos que en aquella altura, dice Madoz, azotan fr¨ªos y violentos! Todav¨ªa hoy, cuando vuelvo a la arqueta para sacar un libro, se estremecen mis reda?os y me pregunto c¨®mo he administrado y correspondido a aquel legado de amor y muerte, de sabidur¨ªa y esperanza.
Mi infancia en la ladera norte de Gredos tuvo su continuaci¨®n durante la adolescencia en la ladera sur, que tiene su centro en Arenas de San Pedro, y su s¨ªmbolo, en el palacio del infante don Luis. Por ¨¦l pasaron Goya y Boccherini, pintores, m¨²sicos y literatos. All¨ª aprend¨ª letras, fe y otra historia tambi¨¦n de sangre. En los mismos meses de julio y agosto de 1936 hab¨ªan sido asesinados uno tras otro los sacerdotes de la zona. Enuncio s¨®lo los nombres de tres de ellos. Para quienes mandaban en aquella zona, la religi¨®n era el s¨ªmbolo de la reacci¨®n capitalista y de la alienaci¨®n humana. Los sacerdotes eran considerados exponentes culpables, lo mismo que en la ladera norte los maestros eran vistos como los agentes de la Rep¨²blica y de las ideas revolucionarias.
Cuando se cruza la sierra de Gredos por el camino que sale de Hoyos del Espino, se va a caer en El Arenal y El Hornillo. A este pueblo lleg¨® en los primeros d¨ªas de julio don Juan Mesonero, ordenado sacerdote el 6 de junio anterior. El d¨ªa 15 de agosto ca¨ªa en una cuneta de la carretera que va de Arenas de San Pedro a Candeleda. El d¨ªa antes hab¨ªa muerto en el t¨¦rmino de Pedro Bernardo don Jos¨¦ Garc¨ªa, p¨¢rroco de Gavilanes. Ten¨ªa 27 a?os. El d¨ªa 19 del mismo mes era despe?ado, desde los altos riscos del puerto del Pico, don Dami¨¢n G¨®mez, p¨¢rroco de Mombeltr¨¢n. Si ¨¦ste ya era mayor, los dos primeros acababan de llegar a sus pueblos: la eliminaci¨®n no correspond¨ªa a un juicio sobre sus personas o la forma de ejercicio de su ministerio. Contra el precepto b¨ªblico de no hacerse imagen de Dios ni del hombre, no se vio en estas personas rostros individuales, sino poderes enemigos: la Rep¨²blica y revoluci¨®n en los maestros; la Iglesia y la reacci¨®n en los sacerdotes.
La Espa?a real ha sido hasta ahora masivamente la Espa?a rural, a la que s¨®lo se ha visitado para contar con sus votos y recoger sus contribuciones. Desde esas aldeas y hombres, hay que contar y comprender nuestra historia, tambi¨¦n la reciente. Decid¨ªan en Madrid o Barcelona quienes eran hijos de la burgues¨ªa y hab¨ªan estudiado en el Liceo Franc¨¦s, la Escuela Brit¨¢nica o los colegios del Pilar, Areneros y el Recuerdo. La imagen que ellos ten¨ªan de la Espa?a rural era com¨²n: la propia de la burgues¨ªa, que mandaba siempre, con gobiernos de derechas o gobiernos de izquierdas, utilizando la cultura y la religi¨®n al servicio de sus programas. Los pobres de la tierra, incluidos maestros y curas, estaban lejos. Eran citados con desprecio o compasi¨®n: "pasar m¨¢s hambre que un maestro escuela" o "llevar un traje m¨¢s ra¨ªdo que la sotana de un cura de pueblo".
Esas dos laderas son el cuerpo que sostiene mi historia, magisterial y ministerial, y la historia de todos los ni?os del campo, que s¨®lo merced al buen hacer de maestros (?sobre todo de maestras!) y curas, hemos accedido a la cultura, y con ella, a la libertad. Por eso, al sentirme heredero y solidario de unos y de otros, hago memoria de todos al mismo tiempo y con la misma pasi¨®n. He escrito esos seis nombres reales, con lugares y d¨ªas reales, para que con ellos queden nombrados, honrados y rescatados del olvido todos los que perdieron su vida. Delante de Dios y delante de los hombres cuento su historia, para dejarla en su divina mano creadora y recreadora; para hacerles justicia y confesar p¨²blicamente nuestra injusticia; para recoger sus ideales y trenzarlas como trama y urdimbre del futuro com¨²n. La Espa?a moderna no puede pensar en alternativas tr¨¢gicas la cultura y la religi¨®n, el atenimiento a los imperativos cotidianos y la abertura a la trascendencia. Y pronuncio su nombre para que, concluido el siglo, la memoria de unos no sea nunca m¨¢s denuesto de otros, para que nadie convierta el elogio de su correligionario en pedrada contra su adversario, las canonizaciones en recriminaciones y los recursos viejos en procesos nuevos. ?Podr¨¦ confiar en que esta historia m¨ªa sea la par¨¢bola de una Espa?a que, definitivamente resanada y reconciliada, cierre el siglo con paz, acogimiento del pr¨®jimo y esperanza?
Olegario Gonz¨¢lez de Cardedal es miembro de la Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas.
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