La herencia de Clinton
M¨¦xico fue el banco de pruebas de un giro en la pol¨ªtica exterior de EE UU: la econom¨ªa como motor de la diplomacia. El Tesoro contaba m¨¢s que el Departamento de Estado
En la presidencia de Bill Clinton lleg¨® un momento en el que su concepci¨®n del papel de Estados Unidos en el mundo madur¨® de golpe.Fue un helador d¨ªa de enero de 1995. Robert E. Rubin, que acababa de tomar posesi¨®n como secretario del Tesoro, entr¨® con Clinton en el Despacho Oval para darle una noticia pesimista.
"Bob entr¨® y vino a decir que a M¨¦xico le quedaban 48 horas de vida", recuerda Samuel R. Berger, consejero de Seguridad Nacional del presidente.
M¨¦xico se enfrentaba a una implosi¨®n econ¨®mica como consecuencia de la ca¨ªda del peso despu¨¦s de a?os de mala gesti¨®n financiera y corrupci¨®n. Los inversores extranjeros estaban huyendo y el Departamento de Estado hab¨ªa advertido de la posibilidad de disturbios y una avalancha de inmigrantes ilegales a Estados Unidos.
Alguien pregunt¨® cu¨¢nto pod¨ªa costar una operaci¨®n de rescate.
"Respondimos que 25.000 millones de d¨®lares", recuerda Lawrence H. Summers, en aquella ¨¦poca alto funcionario del Tesoro y m¨¢s tarde sucesor de Rubin. "Uno de los asesores pol¨ªticos que estaban en la habitaci¨®n dijo: 'Quieres decir 25 millones, ?no?'. No, repetimos, 25.000 millones. Inmediatamente se alz¨® un coro de voces: 'Esto podr¨ªa costarle la reelecci¨®n".
No fue as¨ª. Clinton sorte¨® a un Congreso furibundo y logr¨® recaudar el dinero. La operaci¨®n de rescate sali¨® bien y M¨¦xico devolvi¨® los pr¨¦stamos, adem¨¢s de 1.000 millones de d¨®lares en intereses. Fueran justas o injustas, afirman Clinton y sus asesores, las reformas que exigieron a M¨¦xico a cambio del dinero contribuyeron al florecimiento de la democracia.
Visto desde ahora, M¨¦xico fue el banco de pruebas de la que iba a ser la transformaci¨®n fundamental en la pol¨ªtica exterior norteamericana.
En un mundo que ya no estaba dominado por las rivalidades nucleares, Clinton puso en pie un estilo de diplomacia econ¨®mica que se convirti¨® en el centro de su pol¨ªtica exterior. El hombre que lleg¨® al cargo criticando al presidente George Bush por dar m¨¢s importancia al comercio que a los derechos humanos acab¨® afirmando, de forma muy apasionada, que la difusi¨®n del capitalismo de estilo norteamericano acabar¨ªa por ayudar a extender la democracia de estilo norteamericano. Sobre todo a partir de su reelecci¨®n de 1996, Clinton defendi¨® el uso de incentivos econ¨®micos para fomentar el cambio pol¨ªtico, incluido el levantamiento de los embargos de la guerra fr¨ªa, la firma de m¨¢s de 300 acuerdos comerciales e incluso la ense?anza de los fundamentos del derecho contractual a diversos pa¨ªses.
Tanto si estaba en un pueblo irland¨¦s como en un pol¨ªgono industrial vietnamita o en la Universidad de Pek¨ªn, el mensaje era el mismo: la prosperidad crear¨ªa oportunidades de elegir, las oportunidades provocar¨ªan la demanda de informaci¨®n, y esa informaci¨®n, obtenida a la velocidad de Internet, generar¨ªa el cambio pol¨ªtico. Con el tiempo, tal vez, dictaduras y Gobiernos de partido ¨²nico acabar¨ªan por derrumbarse.
Clinton va a dejar el cargo con el experimento en marcha, pero sin haber demostrado su tesis. Algunos de los ¨¦xitos incipientes a los que ha contribuido, como Polonia y Corea del Sur, iban ya por el buen camino antes de que ¨¦l llegara a la presidencia. Otros que emprendieron el viaje hacia la democracia han tropezado posteriormente. Un buen ejemplo es el de Indonesia, donde una crisis econ¨®mica provoc¨® la ca¨ªda del dictador, pero luego sumergi¨® al pa¨ªs en un caos cada vez m¨¢s profundo.
En ocasiones parec¨ªa que la estrategia de Clinton le iba a perjudicar dentro de su propio pa¨ªs. En 1998 hubo varios meses aterradores en los que parec¨ªa que las crisis financieras en Asia y Rusia iban a poner al mundo en peligro de derrumbe econ¨®mico. El peligro se desvaneci¨®, pero todav¨ªa hoy existe una sensaci¨®n de precariedad en la econom¨ªa mundial; la econom¨ªa estadounidense est¨¢ desaceler¨¢ndose y la de Jap¨®n contin¨²a en plena recesi¨®n.
Los experimentos m¨¢s audaces de Clinton en cuanto al uso de incentivos econ¨®micos para lograr reformas democr¨¢ticas son los que ha llevado a cabo en China y Rusia. Los cr¨ªticos los han tachado de fracasos, pero el Gobierno asegura que todav¨ªa no se puede emitir un veredicto.
En China, la econom¨ªa de mercado ha florecido y las empresas estatales est¨¢n transform¨¢ndose o han cerrado. Por su parte, Clinton desea que se le recuerde como el hombre que empuj¨® a China hacia el capitalismo, del mismo modo que a Richard M. Nixon se le recuerda por haber establecido v¨ªnculos con China, y al presidente Jimmy Carter, por haber normalizado las relaciones. En 1999, Clinton firm¨® -aunque previamente lo hab¨ªa rechazado- un acuerdo por el que China aceptaba abrir sus mercados a las importaciones a cambio de su incorporaci¨®n a la Organizaci¨®n Mundial de Comercio (OMC).
Clinton asegur¨® que el acuerdo fomentar¨ªa la apertura pol¨ªtica, pero los dirigentes de Pek¨ªn creen que pueden gozar de las ventajas de la reforma del mercado sin ceder las riendas pol¨ªticas, y se dice que han encarcelado a m¨¢s disidentes que durante la ofensiva de Tiananmen.
En Rusia, donde Clinton ten¨ªa m¨¢s cosas en juego y quiz¨¢s ha sido m¨¢s ingenuo, la democracia lleg¨® antes que el capitalismo de estilo occidental, y el capitalismo que ech¨® ra¨ªces -cuando los norteamericanos presionaron para que se acelerase la privatizaci¨®n- fue el de los amiguismos.
A partir de ah¨ª, la incapacidad de Rusia para competir pareci¨® producir un regreso a los tiempos del control centralizado y los desaf¨ªos espor¨¢dicos al poder de Estados Unidos.
Clinton lleg¨® a Washington antes de que la globalizaci¨®n se convirtiese en la palabra de moda. Y, aunque hab¨ªa hablado de utilizar los medios econ¨®micos para modificar la conducta de diversas naciones en el orden posterior a la guerra fr¨ªa -sobre todo en un discurso que pronunci¨® en la Universidad de Georgetown en 1991 y que sirvi¨® de gu¨ªa para su proyecto-, su estrategia inicial era mucho m¨¢s sencilla y m¨¢s mercantil.
La tarea inicial era emplear el poder diplom¨¢tico para abrir los mercados a los art¨ªculos norteamericanos, con el fin de ayudar a crear puestos de trabajo y sacar a Estados Unidos de la recesi¨®n. Pero su celo a favor del libre comercio le distanci¨® de la mayor¨ªa del Partido Dem¨®crata.
Su primer combate, obtener la aprobaci¨®n del Tratado Norteamericano de Libre Comercio en 1993, irrit¨® a los sindicatos y otros sectores que le hab¨ªan votado y que tem¨ªan que cualquier acuerdo de libre comercio eliminara puestos de trabajo en Estados Unidos.
La lucha prepar¨® el terreno para otras: Clinton cre¨® una sala de mando, trabaj¨® para convencer a los grupos de intereses, negoci¨® acuerdos con miembros del Congreso y exager¨® las ventajas para los trabajadores norteamericanos.
Al a?o siguiente emple¨® la misma estrategia para lograr que se aprobase el mayor acuerdo comercial mundial de la historia, que establec¨ªa la OMC como ¨¢rbitro del comercio mundial.
No obstante, el coste pol¨ªtico fue elevado. Clinton hab¨ªa irritado a¨²n m¨¢s a los sindicatos y, en una entrevista reciente, ha reconocido que nunca pudo convencer a la mayor¨ªa de los dem¨®cratas de que apoyasen su punto de vista. Los dem¨®cratas tradicionales contraatacaron negando a Clinton la autoridad para negociar acuerdos comerciales que el Congreso no pudiese alterar. Los sindicatos y los grupos ecologistas se resarcieron cinco a?os m¨¢s tarde, en Seattle, cuando hicieron naufragar su siguiente gran iniciativa comercial.
Clinton tambi¨¦n utiliz¨® la amenaza de las represalias econ¨®micas para lograr que Jap¨®n abriese sus mercados, y obtuvo un ¨¦xito parcial. La medida era diferente a la actitud de guerra fr¨ªa de sus predecesores, que hab¨ªan considerado a Jap¨®n, ante todo, como un aliado contra la Uni¨®n Sovi¨¦tica. A muchos responsables del Departamento de Estado y el Consejo de Seguridad Nacional les preocupaba que la nueva presi¨®n fuera perjudicial para la relaci¨®n de Estados Unidos con Jap¨®n, y los bur¨®cratas japoneses alimentaron dichos temores.
La mayor victoria de la Administraci¨®n de Clinton, en el caso de Jap¨®n, fue un acuerdo sobre autom¨®viles por el que dicho pa¨ªs -ante la amenaza de Clinton de bloquear las importaciones de coches japoneses de lujo- acept¨® permitir la importaci¨®n de coches y piezas de Estados Unidos. Pero el hecho de que la econom¨ªa japonesa se estuviese hundiendo hizo que el acuerdo no tuviera gran valor.
Al final, la fase mercantil se agot¨®.
"La gente dec¨ªa: '?Cu¨¢nto vamos a conseguir a cambio de esto?", explica un alto funcionario que particip¨® en la batalla. Adem¨¢s, la econom¨ªa norteamericana empezaba a despegar, por lo que hab¨ªa menos presiones para que Clinton invirtiera los d¨¦ficit comerciales.
Varios responsables del Gobierno dicen que aquellas primeras decisiones comerciales fueron una experiencia enriquecedora. "Si s¨®lo luchamos para estimular el comercio, no estaremos favoreciendo nuestros intereses", concluye Berger. "Si aprovechamos la batalla para impulsar la no proliferaci¨®n y los derechos humanos lograremos promover nuestros intereses y la teor¨ªa quedar¨¢ confirmada".
Sin embargo, una y otra vez, Cinton fue comprendiendo que la lucha econ¨®mica ten¨ªa sus limitaciones. Los viejos lugares conflictivos -Oriente Pr¨®ximo, Irak, Irlanda del Norte- no desaparec¨ªan y eran inmunes a los incentivos econ¨®micos.
En relaci¨®n con Oriente Pr¨®ximo, tanto defensores como detractores elogiaron a Clinton por su tenacidad y su dominio de la historia y la pol¨ªtica de la regi¨®n. Pero a veces -sobre todo durante la cumbre de Camp David, el verano pasado- parec¨ªa que el calendario depend¨ªa m¨¢s de las prioridades pol¨ªticas del presidente norteamericano que de la proximidad de un pacto. Aun as¨ª, en sus ¨²ltimos d¨ªas de gobierno sigue intentando negociar un acuerdo en Oriente Pr¨®ximo.
En lugares como Cuba, la pol¨ªtica interna impidi¨® que el presidente pudiera levantar de forma gradual el embargo, como hab¨ªa hecho con otros pa¨ªses. Se produjeron la intervenci¨®n fallida en Hait¨ª, en 1994, y el bombardeo tard¨ªo de Bosnia, en el verano de 1995. Entre ambas acciones, el enfrentamiento con Corea del Norte por la inspecci¨®n de emplazamientos nucleares, un conflicto que -seg¨²n reconoce desde la seguridad del momento actual William J. Perry, antiguo secretario de Defensa de Clinton y enviado especial a Corea del Norte- "estuvo m¨¢s cerca de una guerra general" de lo que crey¨® la mayor¨ªa de los norteamericanos. El presidente, dice un alto funcionario de la Casa Blanca, consideraba que muchos de estos problemas eran "la maleza que ten¨ªa que limpiar antes de poder lanzar su verdadero programa".
Los conservadores dec¨ªan que estaba cediendo demasiada soberan¨ªa a las Naciones Unidas -que segu¨ªan esperando a que el Congreso aprobara el pago de las deudas norteamericanas- y otras organizaciones internacionales, incluida la Organizaci¨®n Mundial de Comercio.
Michael Mandelbaum, catedr¨¢tico de la Universidad Johns Hopkins, critic¨® la estrategia pacificadora del Gobierno y la calific¨® de "la pol¨ªtica exterior como trabajo social".
"Su concepci¨®n del mundo consist¨ªa en pensar que iban a reparar todas las injusticias", dice el profesor Mandelbaum, "e iban a utilizar las Fuerzas Armadas como equivalente diplom¨¢tico de una navaja suiza".
Pero tanto ¨¦l como otros llegan a la conclusi¨®n de que el legado de Clinton en materia de pol¨ªtica exterior se elabor¨® m¨¢s en el Departamento del Tesoro que en el Departamento de Estado. Cada vez m¨¢s, Madeleine K. Albright desempe?aba su papel de secretaria de Estado para Oriente Pr¨®ximo y Europa del Este, mientras que ced¨ªa otras partes del mundo a Rubin, Summers y otros responsables econ¨®micos.
Un antiguo colaborador de Albright dice: "El Departamento de Estado no estaba preparado para hacer frente a los nuevos retos, as¨ª que se ci?¨® a los tradicionales".
Y el profesor Mandelbaum destaca: "No es casual que, al acabar la guerra fr¨ªa, nos encontr¨¢ramos sumidos en crisis financieras. Los mercados, de pronto, eran m¨¢s grandes, m¨¢s amplios y m¨¢s r¨¢pidos, e inclu¨ªan econom¨ªas m¨¢s inestables. En los manuales de pol¨ªtica exterior no hab¨ªa nada que indicase c¨®mo afrontarlas, y hac¨ªa falta mucho valor".
En el Nuevo Mundo, dirigentes acostumbrados a establecer el orden de prioridades de sus naciones se vieron sujetos a la opini¨®n de los inversores extranjeros. Si los d¨¦ficit de un pa¨ªs parec¨ªan demasiado altos, su capacidad de devolver los pr¨¦stamos era demasiado dudosa o el caos pol¨ªtico hac¨ªa insegura la construcci¨®n de f¨¢bricas, el dinero se ir¨ªa a otra parte en un abrir y cerrar de ojos. Las alianzas ten¨ªan escaso significado y la ayuda exterior tradicional parec¨ªa poco importante. El dinero acud¨ªa a los pa¨ªses m¨¢s competitivos; los que fueran incapaces de nadar en el nuevo oc¨¦ano se encontrar¨ªan con que no hab¨ªa botes salvavidas.
?sa fue la lecci¨®n de Tailandia en julio de 1997. La ca¨ªda de la divisa tailandesa socav¨® la confianza de los inversores y provoc¨® una crisis econ¨®mica que se contagi¨® r¨¢pidamente a todo el sureste asi¨¢tico y Corea del Sur. El Departamento del Tesoro, tras la oposici¨®n que hab¨ªa mostrado el Congreso al rescate de M¨¦xico, se mostr¨® precavido y, al principio, no quiso arriesgar demasiado dinero norteamericano, de forma que actu¨® a trav¨¦s del Fondo Monetario Internacional. Y el Fondo, durante meses, empeor¨® la situaci¨®n a¨²n m¨¢s para los pobres, al exigir recortes en los programas sociales antes de ofrecer pr¨¦stamos para impedir la bancarrota.
A principios de 1998 estallaron disturbios en Indonesia y pronto cay¨® derrocado el que hab¨ªa sido su dictador durante tres d¨¦cadas, Suharto. Rusia fue el siguiente pa¨ªs en resultar infectado y Estados Unidos se apresur¨® a suministrar ayuda de urgencia por miedo a que, en caso de desintegraci¨®n, su viejo adversario nuclear perdiera el control de su armamento.
"Hubo disputas constantes entre el Tesoro y el Departamento de Estado en torno a si era un dinero malgastado", explica un funcionario de la Casa Blanca, "porque era evidente que los rusos no iban a poner en pr¨¢ctica las reformas".
Durante varias semanas, en oto?o de 1998, pareci¨® que la epidemia iba a llegar a los mercados norteamericanos, pero el desastre se evit¨® con el recorte de los tipos de inter¨¦s que llev¨® a cabo Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, en una medida coordinada con otros pa¨ªses importantes.
Al principio, la Administraci¨®n responsabiliz¨® del p¨¢nico mundial a los pa¨ªses en desarrollo, por su mala gesti¨®n econ¨®mica. Pero las opiniones han cambiado.
"Creo que la crisis financiera asi¨¢tica y la crisis mexicana las causaron tambi¨¦n las instituciones financieras de las naciones industrializadas", afirma Rubin, que en la actualidad dirige una de dichas instituciones, Citigroup. Reconoce que Estados Unidos hizo demasiado hincapi¨¦ en que los pa¨ªses se abrieran a las inversiones internacionales y no el suficiente en la forma de gestionar ese dinero.
Al final, la intervenci¨®n del Fondo Monetario y Estados Unidos sali¨® bien y la crisis disminuy¨®. Gran parte del m¨¦rito corresponde a Clinton. Discretamente, y sin suscitar la oposici¨®n del Congreso, mantuvo los mercados estadounidenses abiertos a una afluencia cada vez mayor de art¨ªculos importados, con lo que ayud¨® a las naciones afectadas a recobrar la salud mediante las exportaciones.
No obstante, muchas de las reformas a largo plazo de las que tan apasionadamente hab¨ªa hablado no se llevaron nunca a la pr¨¢ctica. Jap¨®n, Rusia y Corea del Sur hicieron ciertos cambios, pero luego regresaron a sus viejas costumbres. Indonesia prosigui¨® su lenta desintegraci¨®n.
La subida de los precios del petr¨®leo salv¨® a Rusia, pero los esfuerzos norteamericanos para convertirla en una naci¨®n regida por las leyes, en la que el Gobierno recaudara los impuestos debidos y la corrupci¨®n no socavara los mercados, perdieron impulso.
Visto a posteriori, es evidente que Rusia no estaba dispuesta a irse retirando de su papel de vendedor de armas a pa¨ªses irresponsables, que era un requisito impl¨ªcito para recibir la ayuda econ¨®mica. Hace s¨®lo unas semanas, Rusia dijo a la Casa Blanca que iba a abandonar un acuerdo firmado por el vicepresidente Al Gore y el primer ministro V¨ªktor S. Chernomirdin para detener la venta de armas convencionales a Ir¨¢n.
"Seguramente subestimamos las dificultades esenciales de la transformaci¨®n institucional de Rusia", reconoce un alto funcionario. "?Estaba Rusia peor de lo que pensamos en 1996? Probablemente".
Sin embargo, Robert Rubin dice: "Gast¨¢ramos el dinero que gast¨¢ramos, mereci¨® la pena a cambio de un mundo en el que ya no estamos en pleno pulso nuclear".Igualmente, el tan cacareado esfuerzo de construir una "arquitectura financiera mundial" se ha desvanecido. Ha habido ciertos cambios -ahora, los pa¨ªses deben revelar m¨¢s datos financieros a los inversores y el Fondo Monetario ha modificado muchas de sus pr¨¢cticas de pr¨¦stamo-, pero incluso el presidente ha dejado de hablar de la transformaci¨®n del sistema financiero mundial.
Al final, la crisis produjo una reacci¨®n que supuso una vuelta al punto de partida y choc¨® con los sue?os de Clinton sobre el libre mercado.
La crisis asi¨¢tica confirm¨® lo que muchas naciones en desarrollo sospechaban: que la globalizaci¨®n era un juego para pa¨ªses ricos, con unas reglas trucadas para favorecer a los m¨¢s competitivos. El sistema de libre mercado dejaba que Estados Unidos comercializara sus bienes, abriera sus f¨¢bricas y trasladara su capital a cualquier sitio. Pero las naciones m¨¢s pobres se encontraban, a menudo, con que sus productos no pod¨ªan competir y sus exportaciones de baja tecnolog¨ªa estaban sometidas a aranceles y cuotas que las industrias norteamericanas, europeas y japonesas no iban a eliminar.
Por consiguiente, cuando Estados Unidos propuso una mayor apertura de los mercados mundiales, las naciones en desarrollo contraatacaron, en una serie de acciones que comenzaron en Seattle en noviembre de 1999.
Los ministros de Comercio se reun¨ªan para una nueva ronda de conversaciones sobre el comercio mundial. Charlene Barshefsky, representante comercial de Clinton y defensora de emplear los acuerdos comerciales con fines pol¨ªticos, mir¨® por la ventana de una suite en el Westin Hotel. "?D¨®nde est¨¢n las barricadas?", pregunt¨®.
Para la Administraci¨®n de Clinton era el inicio de una semana desastrosa. Sindicatos, grupos ecologistas y otros sectores llevaban meses proyectando hacer que la reuni¨®n quedase en punto muerto, con el fin de subrayar que se estaban ignorando sus problemas. Adem¨¢s, los representantes de muchos pa¨ªses pobres estaban decididos a interrumpir el orden del d¨ªa de Estados Unidos.
Los comentarios de Clinton s¨®lo sirvieron para empeorar la situaci¨®n.
En un intento de apaciguar a los manifestantes y ayudar a Gore en las elecciones que se avecinaban, el presidente lleg¨® a Seattle y empez¨® a hablar de la creaci¨®n de unas normas laborales y ambientales para todas las naciones. Los comentarios fortalecieron la resistencia de pa¨ªses como India y Egipto, que estaban convencidos de que Clinton intentaba imponerles unas normas laborales de estilo norteamericano para que sus art¨ªculos fueran menos competitivos.
En una entrevista concedida hace unas semanas, Clinton dec¨ªa: "Muchas personas de esos pa¨ªses en desarrollo que se manifestaron all¨ª estaban furiosas con Estados Unidos porque nosotros ¨¦ramos casi los ¨²nicos, entre los pa¨ªses avanzados, que quer¨ªamos disponer de un sistema comercial mundial con unas normas m¨ªnimas en materia laboral y de medio ambiente. Por tanto, muchos pensaban que era mi manera indirecta de ser proteccionista, de conservar los mejores puestos de trabajo en Estados Unidos y mantenerles a ellos en la pobreza".
No era as¨ª, afirma. Pero perdi¨® el debate y las conversaciones fracasaron.
Charlene Barshefsky sigui¨® presionando: obtuvo un acuerdo con Jordania cuyo objetivo era estimular el comercio en Oriente Pr¨®ximo y negoci¨® el pacto m¨¢s importante de su vida pol¨ªtica: el acuerdo con China.
Este acuerdo con China iba a redefinir la relaci¨®n de Estados Unidos con Pek¨ªn. Y, si Clinton est¨¢ en lo cierto, podr¨ªa producir la erosi¨®n del poder del Partido Comunista. Es exactamente lo que ¨¦l dijo cuando quiso convencer al Congreso de las ventajas del pacto, utilizando su ya famoso lema de que "en el nuevo siglo, la libertad se extender¨¢ a trav¨¦s del tel¨¦fono m¨®vil y el m¨®dem". Sin embargo, aunque China se ha abierto en el aspecto econ¨®mico, el Departamento de Estado tiene pruebas de que en los seis ¨²ltimos a?os se han intensificado las medidas contra la disidencia.
En otras partes del mundo, Clinton ha adaptado su eslogan. A lo largo del pasado a?o ha hablado mucho m¨¢s del destino de los pobres.
El presidente promovi¨® una iniciativa para perdonar la deuda -que el Congreso aprob¨® el a?o pasado- y le dijo al Parlamento indio que ya no pod¨ªa tolerarse que "parte del mundo viva en la era de la informaci¨®n" mientras el resto "ni siquiera ha llegado a la era del agua potable".
No obstante, si hay un momento concreto, en la ¨²ltima etapa del mandato de Clinton, que haya cristalizado los ¨¦xitos y las limitaciones de su intento de utilizar el capitalismo mundial para arrastrar a las naciones hacia la democracia fue el que se produjo en Hanoi una tarde de s¨¢bado del mes pasado.
Ante la alarma creciente de los dirigentes vietnamitas, el viaje del presidente convocaba a enormes multitudes, entre ellas antiguos guerrilleros del Vietcong que se acercaban, con sus nietos, a ver al l¨ªder de la naci¨®n contra la que hab¨ªan luchado en otro tiempo. "Va a traer Internet", dec¨ªa un anciano veterano, que confes¨® que nunca se hab¨ªa sentado delante de un ordenador.
Era exactamente lo que Clinton deseaba o¨ªr. Pero entonces se entrevist¨® con Le Kha Phieu, el secretario general del Partido Comunista, que hab¨ªa detenido gran parte de las reformas emprendidas a comienzos de los noventa, con la advertencia de que la globalizaci¨®n era un eufemismo para la rendici¨®n.
"Hemos presenciado la ca¨ªda de la URSS", le dijo a Clinton, y, sin embargo, "seguimos en pie, hemos reafirmado nuestro socialismo". Pasaron una hora discutiendo educadamente si EE UU ten¨ªa prop¨®sitos imperialistas respecto a Vietnam en los a?os sesenta e indirectamente si los ten¨ªa ahora.
El mensaje del dirigente vietnamita era claro: el hecho de que comerciemos con ustedes no quiere decir que vayamos a adoptar la democracia. Una hora despu¨¦s, Clinton recib¨ªa otro mensaje, mucho m¨¢s ambivalente, del alcalde de Ho Chi Minh City, que le interrog¨® sobre viviendas para personas de rentas bajas y creaci¨®n de empleo.
?Qu¨¦ lado prevalecer¨¢?
"No creo que tengamos otra forma de llevar la apertura y la libertad a China o Vietnam m¨¢s r¨¢pida que la que hemos adoptado", explic¨® posteriormente Clinton.
Sin embargo, a?adi¨®: "No creo que la libertad sea inevitable ni que el triunfo de la democracia sea inevitable. Pero me parece que tendr¨¢n muchas m¨¢s probabilidades si ofrecemos nuestro ejemplo y demostramos la fuerza de nuestro compromiso".
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