La ley de hierro de la oligarqu¨ªa siempre gana
Spiro Agnew, vicepresidente con Richard Nixon y, para muchos, un adepto a los sobornos, dijo un d¨ªa que estaba inspirado: "A pesar de todos sus defectos, Estados Unidos sigue siendo la naci¨®n m¨¢s grande del pa¨ªs".Hoy, en la estela del trueque de la elecci¨®n del 43? presidente del pa¨ªs por el Tribunal Supremo, Spiro debe estar levantando orgulloso la cabeza en la tumba. ?Acaso no hemos logrado, una vez m¨¢s, salirnos con la nuestra? Como lo logramos en 1888, cuando la mayor¨ªa del voto popular obtenida por Grover Cleveland se vio anulada por las peculiaridades del Colegio Electoral, y como lo hicimos, con mayor ¨¦xito a¨²n, en 1876 cuando el dem¨®crata Samuel Tilde obtuvo 250.000 votos m¨¢s que el republicano Hayes, cuyo partido puso en cuesti¨®n los votos en Oreg¨®n, Carolina del Sur, Luisiana y, s¨ª, tambi¨¦n en esa Florida de nuestros pecados. Una comisi¨®n electoral elegida por el Congreso concedi¨® la victoria al derrotado Hayes por un solo voto, resultado de toda una trapacer¨ªa en la que particip¨® un juez del Tribunal Supremo que hab¨ªa sido nombrado por el sacrosanto Abraham Lincoln. No hubo revoluci¨®n y Tilden se retir¨® a la vida privada, donde pudo disfrutar, como los neoyorquinos de anta?o sol¨ªan recordar, de una de las mayores colecciones de pornograf¨ªa de Gramercy Park.
Hasta el 12 de diciembre hemos disfrutado de un buen n¨²mero de elecciones apaciblemente corruptas, decentemente ocultas a la vista del p¨²blico, que han permitido a la mayor naci¨®n del pa¨ªs mantener su brillante curso en la historia. Pero el Tribunal Supremo, con una actitud de "ah¨ª me las den todas", ha abierto la caja de Pandora - de ella ha salido, por ejemplo, su total adhesi¨®n a lo que la extrema derecha llama eufem¨ªsticamente los valores de la familia. El juez Antonin Scalia -cuyo nombre y aspecto recuerdan a un bajo de Puccini- afirma esos valores de la familia simplemente no retir¨¢ndose del caso Bush-Gore pese a que su hijo trabaja para la firma jur¨ªdica que representaba a Bush ante los tribunales. Paralelamente, la esposa del juez Thomas trabaja para un grupo de presi¨®n de la extrema derecha, la Heritage Foundation. George W. Bush, hijo de un frustrado presidente republicano, ha conf¨ªado su disputado voto de Florida al gobernador del Estado, su hermano Jeb (un nombre que no est¨¢ en el santoral y que los nost¨¢lgicos de la Confederaci¨®n dan a sus v¨¢stagos en honor de J. E. B. Stuart, h¨¦roe de los suristas en la guerra de Secesi¨®n; los nordistas que tratan de adentrarse en ese conspicuo mundo, como el mayor de los Bush, creen que Jeb es un t¨ªpico nombre del Sur).
Al otro extremo de estos famosos valores de la familia, el clan de los Gore ha podido, en ocasiones, controlar hasta media docena de cuerpos legislativos del Sur. Los miembros del clan tambi¨¦n son conocidos por su saber jur¨ªdico, su ingenio, su erudici¨®n... caracter¨ªsticas familiares todas ellas que el vicepresidente mantuvo modestamente en secreto por miedo a asustar al p¨²blico.
La pol¨ªtica norteamericana es, b¨¢sicamente, un asunto de familia, como en la mayor parte de las oligarqu¨ªas. Cuando se le pregunt¨® al padre de la Constituci¨®n, James Madison, c¨®mo demonios pod¨ªa el Congreso hacer algo de provecho si el pa¨ªs ten¨ªa ya cien millones de habitantes y sus representantes elegidos pasaban de medio millar, Madison respondi¨®: "No hay que preocuparse, la ley de hierro de la oligarqu¨ªa siempre prevalece". Esos padres fundadores, que tanto nos gusta citar, sent¨ªan tal temor y aborrecimiento por la democracia que se inventaron el Colegio Electoral para sofocar la voz del pueblo de la misma forma que el Tribunal Supremo ha sofocado la de los votantes de Florida el 12 de diciembre. No estamos predestinados a ser una democracia, sometida por ello a la tiran¨ªa mayoritaria, ni tampoco una dictadura, sometida a la locura cesarista. John Adams dijo que ¨¦ramos una naci¨®n de leyes, no de hombres, lo que con el tiempo se ha convertido en una naci¨®n de abogados, no de personas... o al menos de personas cuyos votos se cuentan en las elecciones.
Otro de los males que ha salido de la caja de Pandora es esa dedicaci¨®n extrema del Supremo a ese 1% de la poblaci¨®n que es la propietaria del pa¨ªs. La juez Sandra Day O'Conor no pod¨ªa ni con la mejor de las intenciones comprender c¨®mo alguien pod¨ªa sentirse desconcertado ante la denominada papeleta tipo mariposa. La metalectura de todo esto es, como ocurre tan frecuentemente entre nosotros, el problema racial. En los distritos negros, las vetustas m¨¢quinas Votmatic declararon nulos m¨¢s votos que en los distritos blancos. Eso hizo cruciales los 10.000 votos no contados de Miami-Dade, que no contabilizaron como sufragios a la presidencia. De ah¨ª la celeridad con que el comit¨¦ de campa?a de Bush, lealmente respaldado por una mayor¨ªa de cinco a cuatro en el Supremo, se inventara toda una serie de maniobras dilatorias para impedir que esos votos se contaran. Porque si as¨ª se hubiera hecho, Gore habr¨ªa ganado las elecciones. Y efectivamente las gan¨® hasta que el tribunal, a trav¨¦s de una serie de formulismos de creciente descaro, y con la mirada siempre puesta en el p¨¦ndulo del reloj, demor¨® toda la operaci¨®n hasta que, virtualmente, no solo a los ojos de los cinco, sino tambi¨¦n de los otros cuatro, se hab¨ªa acabado el tiempo del recuento; era el objetivo de un futil ejercicio que hab¨ªa enviado camiones cargados con millones de papeletas de un polvoriento extremo de Florida a otro, para ser secuestrados, ya que no contabilizados.
Durante esta farsa en c¨¢mara lenta, hubo un impactante momento de la verdad que permanecer¨¢ en nuestra memoria mucho tiempo despu¨¦s de que George W. Bush se haya sumado al creciente cortejo de presidentes en su ocaso. El mi¨¦rcoles anterior al jueves en el que dimos gracias al Alt¨ªsimo por ser la naci¨®n designada en su d¨ªa por Agnew como la mayor del pa¨ªs, el comit¨¦ de control electoral del condado de Dade se hallaba contando de nuevo papeletas cuando le lleg¨® la noticia de que el Tribunal Supremo de Estados Unidos hab¨ªa decidido que se parara el recuento. Paralelamente, una multitud muy bien organizada se abri¨® paso a la fuerza en el edificio municipal intimidando a los funcionarios y neg¨¢ndose a identificarse. Los funcionarios salieron huyendo -como pudimos ver en televisi¨®n- y all¨ª no hubo m¨¢s cera que la que arde. Gore, que habr¨ªa ganado en Miami-Dade, y con ello la presidencia, encontr¨® la horma de su zapato en el Tribunal Supremo y, presumiblemente, en las acciones de una multitud de alquiler.
El D¨ªa de Acci¨®n de Gracias pas¨® sin pena ni gloria. Las papeletas recorrieron las autopistas de Florida arriba y abajo. Gore vio c¨®mo le acusaban de tratar de robar unas elecciones que hab¨ªa ga
nado. La poblaci¨®n negra comprobaba c¨®mo, una vez m¨¢s, se prescind¨ªa de ella. Hab¨ªa signos precursores de que as¨ª iba a ser. De acuerdo con las leyes de Florida, todo aquel que tenga antecedentes delictivos -que haya sido condenado por un delito- pierde todos sus derechos pol¨ªticos. As¨ª, miles de negros se vieron privados del derecho al voto, a pesar de no ser delincuentes, sino a lo sumo culpables de faltas menores. En cualquier caso, todas esas maniobras dilatorias persuadieron a dos de los cuatro jueces de la minor¨ªa de que se hab¨ªa acabado el tiempo del recuento. El juez John Paul Stevens, un conservador cuyo inter¨¦s primordial parece ser el de conservar las libertades constitucionales en vez de los privilegios de la Am¨¦rica supercapitalista, hizo notar muy apropiadamente en su voto particular: "Una cosa es segura: aunque nunca sepamos con absoluta seguridad la identidad del ganador de las elecciones presidenciales de este a?o, la del perdedor no deja lugar a dudas: la confianza de la naci¨®n en los jueces como guardianes imparciales del imperio de la ley".?Qu¨¦ nos deparar¨¢n los cuatro a?os de Bush? Con un poco de suerte, la par¨¢lisis total. Las dos c¨¢maras del Congreso est¨¢n divididas casi por la mitad y la capacidad de aventura del presidente se ver¨¢ por ello reducida al m¨ªnimo. Con un poco de mala suerte (y de aventurerismo), el Lord Protector del Reino, Cheney, ser¨¢ el que lleve la batuta. El vicepresidente, anteriormente secretario de Estado de Defensa, ha dicho cosas como que el Pent¨¢gono recibe cada vez menos recursos; sin embargo, el a?o pasado le adjudicaron el 51% del presupuesto, lo que equivale a un par de guerras menores para mantener el flujo presupuestario. Habr¨¢ tambi¨¦n un fuerte alivio impositivo para los m¨¢s ricos. Pero, tanto en el escenario optimista como en el pesimista, veremos muy poco a George W. Bush, que se va pareciendo por momentos al mono de un organillero. Menos mal.
Gore Vidal es escritor estadounidense. ? Gore Vidal.
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