Dar la ca?a a los Balcanes
Llevamos una d¨¦cada observando el mismo mecanismo: unas elecciones certificadas como 'limpias' desde Occidente suponen el supuesto final de una crisis balc¨¢nica. Sobre todo si con ellas desaparece alguno de los malvados pol¨ªticos que han centrado la inquina de los analistas. Lo que no interesa va a parar a los cajones del olvido o es simplemente ninguneado. Pasa el tiempo y reaparece el problema que nunca dej¨® de existir. Pero para entonces ya nadie recuerda las elecciones redentoras.
Despu¨¦s de un incontable n¨²mero de comicios que arrancan de 1990, la reciente convocatoria en Serbia vuelve al mismo aburrido argumento. Durante estos dos ¨²ltimos meses, los medios de comunicaci¨®n nos han suministrado algunas confusas informaciones en medio de un desganado triunfalismo. Las negociaciones entre el nuevo poder de la coalici¨®n DOS y los derrotados socialistas han precedido al aplastamiento final de estos ¨²ltimos. Sin embargo, el reiterado uso del t¨¦rmino 'negociaci¨®n' y la elevada abstenci¨®n en las elecciones serbias dan pistas un tanto contradictorias con el sentido de la informaci¨®n que consumimos. Nadie se toma la molestia de 'negociar' con el enemigo pol¨ªtico derrotado; por lo tanto, todo parece indicar que se ha estado organizando un enorme chaqueteo, el cual ha permitido continuar en el poder a los hombres de la anterior Administraci¨®n. Desde las subsecretar¨ªas ministeriales hasta la direcci¨®n de las empresas, pasando por el alto mando militar y la representaci¨®n diplom¨¢tica, la gran mayor¨ªa de los hombres de la anterior Administraci¨®n sigue ah¨ª. Podr¨ªa argumentarse que es el caso de todas las transiciones, pero hay una importante diferencia: Slobodan Milosevic sigue vivo y con ganas de dar guerra. Y DOS tiene que superar la previsible lucha de ambiciones entre sus coligados para limpiar toda la anterior Administraci¨®n y poner gente de confianza, todo ello lo m¨¢s r¨¢pidamente posible. Se trata de desactivar una bomba de relojer¨ªa. Algo parecido ocurri¨® en Rumania, donde, despu¨¦s de cuatro a?os de ineficaz Gobierno del centro-derecha bendecido por las canciller¨ªas occidentales, han regresado al poder Ion Iliescu y los socialistas que otrora denomin¨¢bamos 'neocomunistas'. Hace un par de meses hab¨ªa una verdadera fiebre de comparaciones ejemplarizantes entre la ca¨ªda de Ceausescu y la de Milosevic, pero la ense?anza m¨¢s realista de las elecciones rumanas del 2000 nadie ha querido tenerla en cuenta para Serbia. Lo cual nos demuestra que este pa¨ªs no arranca ahora de 1990, porque existe el consumado ejemplo de los vecinos, y tontos ser¨ªan los serbios si repitieran de nuevo y paso a paso caminos ya contemplados.
Pero las recientes elecciones serbias aportan otro interesante tema de reflexi¨®n. Debido a que el 'malvado oficial' de las potencias occidentales (Slobodan Milosevic) se ha deshinchado, todos los actores cr¨ªticos de la zona tienen ahora la categor¨ªa de 'buenos': los serbios, los tradicionales aliados croatas, los bosniacos, los albaneses y los montenegrinos. Este esquema es insostenible a medio plazo tras una d¨¦cada de planteamientos maniqueos, pero de momento resulta ingenuo seguir utilizando la sombra de Milosevic para explicar y juzgar. Los problemas de Serbia no vienen de sus vecinos; ¨¦stos son problemas en s¨ª mismos y han de ser solucionados en su conjunto, no unos a costa de otros. Para las grandes potencias intervinientes se ha terminado la fase de la actuaci¨®n pol¨ªtica 'contra' y ha sonado el momento de las soluciones integradas. Y, por supuesto, ser¨ªa temerario dar p¨¢bulo a las interminables argumentaciones utilizando el pasado como justificaci¨®n, las supuestas deudas de la historia y otros cuentos balc¨¢nicos que en Occidente se han amplificado hasta el absurdo y siempre terminan por no explicar nada, llevando a ninguna parte. En el actual momento de la integraci¨®n europea tiene poco sentido que los herzegovinos decidan irse de Bosnia y construir una frontera fortificada. O que los albaneses sue?en con aumentar sus problemas cargando con Kosovo. La cuesti¨®n es que, como ha quedado meridianamente claro tras la cumbre de Niza, los pa¨ªses que se enzarzaron en guerras y en los viejos problemas de las fronteras han quedado excluidos de la integraci¨®n, lo cual es perfectamente l¨®gico y no afecta a los que decidieron separarse sin violencia, caso de la Rep¨²blica Checa y Eslovaquia. Por lo tanto, si Serbia est¨¢ ahora en 1990, tambi¨¦n lo est¨¢n el resto de las rep¨²blicas ex yugoslavas y Albania, a diferencia de las otrora menospreciadas Rumania y Bulgaria.
Eso es algo que tendr¨ªa que recordarse con m¨¢s frecuencia, dejando de lado las est¨¦riles pol¨¦micas sobre qui¨¦nes tienen derecho a seguir siendo el pe¨®n de las grandes potencias y, por lo tanto, a recibir m¨¢s o menos favores que en su momento despertar¨¢n la inquina del vecino. Ya no es momento de movilizar a los albaneses, croatas y montenegrinos contra los serbios y de hacer promesas enga?osas sobre el premio a repartir. El verdadero trofeo era la integraci¨®n en la Europa rica, y en ese sentido, Croacia y Serbia han quedado a escasa distancia de los cuatro protectorados occidentales: Albania, Macedonia, Bosnia e incluso Kosovo. A falta de todo ello, y con muchos a?os de espera por delante, las potencias intervinientes deber¨ªan dejar de lado f¨®rmulas te¨®ricas supuestamente aptas para todos los Balcanes. No es tiempo de iniciar nuevas cruzadas decimon¨®nicas ni de varitas m¨¢gicas, sino de empirismo, de soluciones realistas adaptadas a zonas concretas, de programas puntuales de desarrollo, bien estudiados y que den el m¨¢ximo protagonismo a los actores regionales. La vieja par¨¢bola del pescado y la ca?a es, en estos momentos, la m¨¢s apropiada.
Francisco Veiga es profesor de Historia de la Europa Oriental en la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
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