Los refugiados palestinos
Cada vez se hace m¨¢s evidente que la incapacidad de Israel de aceptar el derecho de retorno de los refugiados palestinos puede impedir la firma de un acuerdo de paz entre palestinos e israel¨ªes. El problema de Jerusal¨¦n se podr¨¢ solucionar a trav¨¦s de la partici¨®n de la ciudad; el asunto de qui¨¦n controla la Explanada de las Mezquitas acabar¨¢ resolvi¨¦ndose desde una perspectiva real y simb¨®lica a la vez. En cuanto a los asentamientos de colonos, los palestinos los aceptar¨¢n a cambio de contrapartidas territoriales dentro del Estado de Israel, al que, adem¨¢s, se le podr¨¢ garantizar su seguridad con la permanencia de fuerzas internacionales de paz. Sin embargo, el derecho de retorno de los refugiados palestinos puede llegar a ser un casus belli para los israel¨ªes.
Hace unos d¨ªas, algunos de los representantes m¨¢s destacados y veteranos dentro del movimiento pacifista israel¨ª presentaron un manifiesto que se podr¨ªa resumir como sigue: indemnizaciones a los refugiados y derecho de retorno al territorio de la Autoridad Nacional Palestina, s¨ª; retorno al Estado de Israel, no.
Ahora voy a tratar de explicar al lector espa?ol -por lo menos, al que a¨²n no se haya hartado de este conflicto- por qu¨¦ yo he firmado tal manifiesto profundamente convencido. En esta ocasi¨®n, no voy a dar una explicaci¨®n abstracta y te¨®rica, sino que voy a contar la posible historia de un refugiado palestino -al que llamaremos Abu Salam- que desea regresar a Israel en vez de establecerse en el Estado palestino. Sobre todo, quiero aclarar a trav¨¦s de una historia por qu¨¦ aquellos que hemos luchado durante muchos a?os por la paz y la conciliaci¨®n entre ambos pueblos no podemos aceptar la l¨®gica que subyace en el deseo de ese retorno.
Supongamos que el Abu Salam de nuestra historia es un hombre de sesenta a?os originario de Lod, una ciudad israel¨ª no muy grande que est¨¢ a unos diez kil¨®metros de Tel Aviv y muy cerca del aeropuerto m¨¢s importante de Israel. Esta ciudad se encuentra a unos cuarenta kil¨®metros de Jerusal¨¦n y a unos cincuenta de un campo de refugiados llamado Kalandia, junto a Ramala, lugar donde vive desde hace cincuenta y dos a?os. Sus familiares huyeron -o fueron expulsados, seg¨²n las circunstancias- de la ciudad de Lod tras la guerra de 1948, guerra provocada por los ¨¢rabes, que rechazaron la partici¨®n de las Naciones Unidas -por la cual se daba luz verde a la creaci¨®n de un Estado jud¨ªo junto a un Estado palestino-. Por aquel tiempo, Abu Salam ten¨ªa ocho a?os y desde entonces vive en un campo de refugiados situado a tan s¨®lo cincuenta kil¨®metros de la ciudad de sus antepasados, una ciudad que recuerda muy vagamente y de la que sus hijos y nietos no saben nada. ?Por qu¨¦ lleva viviendo cincuenta y dos a?os en un campo de refugiados? Aparentemente, es porque no quiere asentarse en Kalandia ni en Ramala, pues su sue?o es volver a la casa de sus padres, a la casa donde naci¨®. Pero, aunque tuviera ese sue?o, podr¨ªa haberlo hecho sin tener que renunciar a una vida digna y sin necesidad de vivir en un campo de refugiados, en unas condiciones infrahumanas y dependiendo siempre de las ayudas de Naciones Unidas. Podr¨ªa haber tenido f¨¢cilmente una vida normal a tan s¨®lo cincuenta kil¨®metros de su ciudad natal y haber esperado la ocasi¨®n -ya fuera a trav¨¦s de una guerra o de un acuerdo de paz- de volver a su ciudad. En cambio, ¨¦l, y sobre todo sus dirigentes, decidieron mantener un situaci¨®n de permanente transitoriedad, aun a costa de tener que vivir de forma precaria y humillante, y todo para poder volver a la casa de sus padres.
Sin embargo, imaginemos qu¨¦ pasar¨ªa si Israel aceptase su petici¨®n y permitiera -dentro de un acuerdo de paz- que Abu Salam regresase a su casa de Lod. La casa, f¨ªsicamente, ya no existe, bien porque ha sido destruida o porque en su lugar se ha construido un edificio grande de apartamentos o resulta que alguien vive en ella desde hace muchos a?os y la han cambiado hasta tal punto que Abu Salam no la reconocer¨ªa. Parece, por tanto, bastante descabellado que ahora, para poder devolverle su casa a Abu Salam o para darle el terreno donde se ha construido el edificio de apartamentos, hubiera que derribar ese edificio, expulsar a las doscientas o trescientas personas que viven all¨ª, que se convertir¨ªan ahora en refugiados, y todo para que Abu Salam pudiera volver a ese terreno en concreto y reconstruir all¨ª la casa de sus padres y en la que vivieron hace cincuenta y dos a?os -una casa cuya forma original puede que ya ni recuerde-.
En la mayor¨ªa de los lugares donde viv¨ªan los palestinos hace cincuenta y dos a?os hay ahora carreteras, f¨¢bricas, y se han construido bloques de casas. La ciudad de Lod se ha hecho muy grande y se ha desarrollado mucho durante estos ¨²ltimos cincuenta a?os, y habr¨ªa que destruir gran parte de la ciudad para recuperar la casa de Abu Salam y los suyos.
Puede que, en ese caso, Abu Salam diga: de acuerdo, lo entiendo. Es dif¨ªcil que puedan devolverme la casa de mis padres, pues para ello tendr¨ªan que destruir una parte de la ciudad, pero, por lo menos, d¨¦jenme irme a Lod para vivir en la ciudad de mis antepasados.
Vayamos con la historia hasta el final. Supongamos que el Estado de Israel les diera a Abu Salam y a los suyos una parcela de tierra a las afueras de Lod, para que all¨ª se construyesen una casa. El lugar en el que vivir¨ªan ahora no tendr¨ªa parecido alguno con la Lod de sus padres; ahora no sentir¨ªan el olor de los ¨¢rboles frutales y de los olivos, ese olor que se supone que es el que a?oran. Aparentemente, vivir¨ªan en Lod, pero ser¨ªa s¨®lo seg¨²n un criterio puramente administrativo y municipal, pues esa ciudad ya no es la ciudad de su infancia. Ahora vivir¨ªan en un Estado jud¨ªo, donde se habla una lengua que ellos desconocen, donde impera una cultura diferente a la suya y donde la mayor¨ªa de la poblaci¨®n es de religi¨®n jud¨ªa. Vivir¨ªan en un Estado cuyo himno y bandera son sionistas, con un modo de vida marcadamente occidental. Vivir¨ªan como una minor¨ªa, con una vida peor y m¨¢s discriminados que los ¨¢rabes israel¨ªes, que llevan viviendo en un Estado jud¨ªo desde su fundaci¨®n y que todav¨ªa luchan por sus derechos. ?Acaso as¨ª quieren Abu Salam y el resto de sus compa?eros refugiados que se materialice su sue?o? En cuanto llegaran a Israel se topar¨ªan con la animosidad de un entorno jud¨ªo, de una poblaci¨®n que no confiar¨ªa en ellos y que pensar¨ªa que quieren luchar contra un Estado al que odian por principio. ?Qu¨¦ sentido tiene un retorno as¨ª, cuando existe otra alternativa mucho m¨¢s interesante y acertada?
Y ¨¦sta ser¨ªa la alternativa: seguir viviendo a cincuenta kil¨®metros de Lod. Aceptar las generosas indemnizaciones que recibir¨ªan por la propiedad que era de ellos y de sus padres. Construirse una casa nueva en las colinas de Ramala. Vivir en su propio Estado, bajo su bandera, con los de su pueblo, en su patria palestina. Vivir, por consiguiente, en un Estado cuya lengua y costumbres conocen, en un lugar donde llevan viviendo los ¨²ltimos cincuenta a?os y donde no sean ciudadanos de segunda clase, en el que puedan participar plenamente en el dise?o de un nuevo Estado.
Creo firmemente que esta alternativa es la m¨¢s adecuada y una soluci¨®n l¨®gica que podr¨ªa acabar con el problema de los refugiados, sin tener que convertir a Israel en un Estado para dos pueblos, algo que acarrear¨ªa much¨ªsimos conflictos entre ambos.
Adem¨¢s, en el mundo en que vivimos, las personas cambian de residencia casi todo el tiempo y no para irse a cincuenta kil¨®metros de su casa, sino que a veces se van a cientos de kil¨®metros, y nadie los ve ni ellos mismos se ven como refugiados.
Los palestinos que se empecinan en este derecho de retorno tan absurdo no desean la paz, sino justicia. Parece que est¨¢n dispuestos a arrasar la zona hasta conseguir que se haga justicia, pero, como dijo Yehuda Amijai, el gran poeta israel¨ª recientemente fallecido: 'En el lugar donde se quiere imponer la justicia a cualquier precio nunca crecen las flores'.
Abraham B. Yehosh¨²a es escritor israel¨ª.
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