REFUGIADOS PALESTINOS, ABSTENERSE
El proceso de paz entre Israel y la autoridad nacional palestina agoniza ante la negativa sionista a contemplar el regreso de los m¨¢s de tres millones de huidos y expulsados tras las guerras de 1948 y 1967
La di¨¢spora jud¨ªa dur¨® arriba de dos mil a?os y hace s¨®lo como medio siglo que los hijos de Abraham, est¨¦n donde est¨¦n, cualquiera que sea su cultura o pasaporte pueden reclamar la nacionalidad y la residencia del Estado de Israel, aunque ni 30 generaciones anteriores hubieran visto la tierra dizque de sus mayores ni en una mala fotograf¨ªa. Y ese mismo medio siglo es el que lleva alrededor de la mitad del pueblo palestino lejos de un hogar que una rara tenacidad no les permite olvidar, porque en una b¨ªblica tacada de la historia, cuando el primero volvi¨®, el segundo tuvo que poner los pies en polvorosa.
Y, hoy, en los espasmos de la presidencia de Bill Clinton, las dos partes, hebreos sionistas y ¨¢rabes palestinos, parecen coincidir en que lo principal que les separa de un acuerdo de paz es el destino de casi cuatro millones de estos ¨²ltimos, que aguardan en su mayor parte en campos de infortunio, comiendo la sopa, quiz¨¢ boba pero seguro escasa, de la ONU, sin m¨¢s compa?¨ªa que la frustraci¨®n, ni otro horizonte que penar el fraude hist¨®rico del que han sido objeto.
LA PRESUNTA IZQUIERDA PACIFISTA DE ISRAEL NO ES MENOS TAJANTE SOBRE EL PROBLEMA QUE LOS ULTRAS
En mayo de 1948 se proclamaba la creaci¨®n del Estado de Israel, en plena guerra de supervivencia sionista, durante la cual la propia contabilidad de Naciones Unidas pudo establecer que entre 700.000 y 800.000 palestinos abandonaron sus hogares. Los desplazados y sus descendientes hoy suman, esta vez seg¨²n la estad¨ªstica ¨¢rabe, m¨¢s de cuatro millones, dispuestos en cuanto se lo digan a votar con los pies camino a Palestina. De ellos, bajo el cuidado directo de la ONU, y como vivienda un barrac¨®n de refugiados, acampan seg¨²n cifras del 30 de junio pasado: 1.570.192 en Jordania, 383.199 en Siria, 376.472 en L¨ªbano, y 1.407.631 en los territorios ocupados, Cisjordania y Gaza. Son 3.727.394 palestinos, perfectamente identificados, con un petate por liar para volver a casa.
Las fuentes oficiales israel¨ªes, manuales escolares en mano para que la creencia se convierta en intocable letan¨ªa, aseguran que fueron los propios palestinos, despavoridos, o peor a¨²n, exhortados por los ej¨¦rcitos ¨¢rabes de los pa¨ªses lim¨ªtrofes -los antes citados m¨¢s Egipto e Irak- a que les dieran pista para mejor exterminar al inmigrante hebreo que les disputaba la tierra de Jes¨²s y de Abraham. Esos manuales est¨¢n hoy un tanto desprestigiados, despu¨¦s de que una generaci¨®n de nov¨ªsimos historiadores israel¨ªes, los llamados revisionistas, hayan reescrito una historia que en Europa ya era de sobra conocida, gracias al trabajo del periodista irland¨¦s Erskine Childers, testigo e implacable notario de tan discutida desbandada.
Entre los reviosionistas, el m¨¢s conocido, Benny Morris, ni sionista ni antisionista sino cient¨ªfico de la historia, ha descrito c¨®mo en la ¨²ltima fase de la guerra, de mayo a julio de 1948, el plan Dalet induc¨ªa a los jefes militares sobre el terreno a procurar que en su avance no dejaran atr¨¢s poblaciones aut¨®ctonas. En su obra El nacimiento del problema de los refugiados palestinos, 1947-49, escribe: 'Al margen de que las acciones militares israel¨ªes provocaran directa o indirectamente el ¨¦xodo ¨¢rabe, una proporci¨®n minoritaria pero importante de los huidos, lo hizo a causa de ¨®rdenes jud¨ªas de expulsi¨®n, impartidas tras la conquista de cada pueblo, as¨ª como a la guerra psicol¨®gica librada por el mando israel¨ª'.
Algo m¨¢s que guerra psicol¨®gica debi¨® de ser, sin embargo, la matanza de los 250 habitantes de la aldea de Deir Yasin, entonces casi un suburbio de Jerusal¨¦n, civiles desarmados, perpetrada por la banda terrorista del Irgun que mandaba Men¨¢jem Beguin, jefe de gobierno que fue de Israel en el periodo 1977-83.
En 1967, Israel lanz¨® una ofensiva que calific¨® de preventiva contra sus vecinos, Egipto, Siria y Jordania, por la amenaza que representaba el coronel Nasser en Egipto, tit¨¢n derrotado para las masas ¨¢rabes de su tiempo, y en la batalla que el sionismo se complace en llamar de los Seis D¨ªas, provoc¨® otra fuga, esta vez sin duda deseada, hacia la vecina Jordania.
As¨ª es como hoy el pueblo palestino se agrupa en tres grandes tribus. Cerca de cuatro millones de nacionales que viven en los territorios ocupados, incluida Jerusal¨¦n Este, dentro o fuera de la limitada autonom¨ªa que de momento Israel les ha reconocido; un n¨²mero similar en los campos de todos malqueridos; y un resto m¨¢s dif¨ªcil de determinar, pero inferior en n¨²mero, en el resto del mundo, ¨¢rabe y cristiano, como en Estados Unidos donde m¨¢s de tres millones de ciudadanos son ¨¢rabes, aunque s¨®lo unos pocos se identifiquen como palestinos, entre ellos el gran ensayista literario y sever¨ªsimo cr¨ªtico tanto de la Autoridad Palestina como de Israel, Edward W. Said.
En el proceso negociador que dirigen el l¨ªder palestino Yaser Arafat y el todav¨ªa primer ministro israel¨ª, el laborista Ehud Barak, la cuesti¨®n de los refugiados parece hoy erigirse como el postrer y gran obst¨¢culo para el acuerdo. Pero, tan grande como un Himalaya de las conciencias. Est¨¢ claro que para el Israel sionista la aceptaci¨®n del regreso de aunque s¨®lo fuera una mitad de refugiados, significar¨ªa literalmente la desaparici¨®n del Estado. El pa¨ªs tiene seis millones de habitantes, de los que un mill¨®n son ¨¢rabes, descendientes de los 150.000 que se inocularon en la tierra y no hubo expropiaci¨®n -que las hubo- ni expolio -que los sigue habiendo- que pudiera desplantarles del solar.
La presunta izquierda pacifista de Israel no es menos tajante sobre el problema que cualquier ultra de guardia, como subraya que una excepcional representaci¨®n de la misma escribiera hace un par de semanas una carta a la Autoridad Palestina, que firmaban entre otros, Amos Oz (ver su art¨ªculo en estas p¨¢ginas) y el novelista A. B. Yehoshua, en la que reiteraban: 'Nunca admitiremos el regreso de los refugiados al interior de nuestras fronteras. Ese regreso equivaldr¨ªa al fin del Estado de Israel'.
Pero, a lo demogr¨¢fico se une lo psico-nacional. Un pueblo que concibi¨® Israel como el refugio para los supervivientes del holocausto nazi, no puede somatizar la idea de que para salvarse ellos hayan tenido que condenar a otros a su misma suerte, sin sufrir por ello graves trastornos sensorialesque afectan a la fe en uno mismo.
Y, sin embargo, lo que reclama Arafat tiene un pedigr¨ª impecable. La resoluci¨®n 194 de la ONU de 11 de diciembre de 1948 establece que 'los refugiados que lo deseen deber¨¢n poder volver a su hogar lo antes posible y vivir en paz con sus vecinos, mientras que los que as¨ª no lo quieran deber¨¢n ser indemnizados por los bienes perdidos o da?ados, as¨ª como que, en virtud de los principios del derecho internacional y de la equidad, esa reparaci¨®n corresponder¨¢ a los gobiernos o autoridades responsables'. Lo que implica no s¨®lo a Israel, sino tambi¨¦n a los Estados ¨¢rabes que desencadenaron la guerra, y que hoy albergan de p¨¦sima gana, pero sin querer naturalizar por ello a esos refugiados, como argumento de miseria visible y conflicto interminable contra el Estado-hu¨¦sped de Israel.
El gran mediador ag¨®nico que es Clinton propone, lo que sin duda es mucho para un presidente americano pero bastante menos de lo que la ONU contempla. Son cinco los puntos de recalada para los refugiados, seg¨²n el plan de la Casa Blanca. 1) El futuro Estado palestino independiente; 2) Los parajes que Israel entregue de su propio territorio a cambio de lo que se anexione de la Palestina ocupada; 3) La rehabilitaci¨®n en los pa¨ªses de acogida (all¨ª donde se halle el hoy pueblo sin hogar); 4) La instalaci¨®n en terceros pa¨ªses que se presten a ello; 5) Su admisi¨®n incluso en el Estado de Israel, lo que se sabe que entra?ar¨ªa apenas unas docenas de miles de repatriaciones.
Pero, a pesar del vigor con que Arafat hoy reclama lo que nunca ha dejado de reivindicar, m¨¢s a¨²n cuando la nueva Intifada se llama, apropiadamente, la de los refugiados, sabe que su pueblo nunca podr¨¢ volver masivamente a la tierra que perdi¨®. Por ello, se especula con que, junto con el cheque que le ofrecen de tantos ceros como a la imaginaci¨®n humana pueda concebir, exige para hacer la paz al menos una formal disculpa de Israel.
Si Jerusal¨¦n pidiera perd¨®n, como la Alemania de Kohl y de Adenauer ya hizo en su d¨ªa con unci¨®n suficiente, y reconociera una responsabilidad moral y legal por el horror sucedido, hay quien cree que los picos de la paz podr¨ªan escalarse. Y que Arafat, de siempre el supremo artista del alambre, podr¨ªa jugar hoy la mano inveros¨ªmil del retorno, como el tahur que espera recuperar en otra casilla del tablero lo que ahora se limite a ser contrici¨®n de los pecados. Soberan¨ªa indivisa, por ejemplo, sobre todo Jerusal¨¦n Este puntos votivos incluidos, en tanto que Israel s¨®lo ofrece retazos inconexos de esos barrios y propiedad funcional m¨¢s que eminente sobre la ciudad vieja; o, tambi¨¦n, un Estado de verdad, con Ej¨¦rcito y plenas relaciones exteriores, en vez de los tutelajes militares del vecino contra una amenaza que cuesta imaginar que entra?e el pueblo refugiado.
Clinton, exquisitamente equidistante entre lo que quisiera Israel y lo que cree que puede arrancar del socio palestino, propone a guisa de reparaci¨®n sionista una forma de pensamiento d¨¦bil: 'el reconocimiento de los sufrimientos morales y materiales de los palestinos, como consecuencia de la guerra de 1948, junto a la necesidad de participar en los esfuerzos de la comunidad internacional para la soluci¨®n del problema'.
El pueblo hebreo consumi¨® un par de milenios entonando el s¨¢bado en la sinagoga la jaculatoria de 'El a?o que viene en Jerusal¨¦n'. Al refugiado palestino parece quedarle mucho que entonar todav¨ªa.
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