Vamos a menos
La decisi¨®n del jurado del Premio Cervantes el pasado mes de diciembre prueba de modo concluyente (por si hubiera a¨²n necesidad de ello) la putrefacci¨®n de la vida literaria espa?ola, el triunfo del amiguismo pringoso y tribal, la existencia de fratr¨ªas, compinches y alh¨®ndigas, la apoteosis grotesca del esperpento. S¨ª, Spain is different, y lo es sin remedio. Las vehementes declaraciones de amor del laureado, de un amor que, a diferencia del de Wilde y Gide, s¨ª se atreve a decir su nombre, al secretario de Estado de Cultura ('?Ay, mi amor, cu¨¢ntas cosas te debo! Me has hecho un hombre. De verdad que estoy con vosotros. Cuenta conmigo para lo que quieras'); sus expresiones chulas e insultantes respecto a los otros candidatos, entre los que por fortuna no me hallaba yo ('ahora s¨ª que les hemos jodido bien', '?esto es la polla!'); sus muy rendidas gracias a quienes 'se lo han trabajado [el premio] a muerte' (su padrino, Jos¨¦ Hierro y el cr¨ªtico estrella de este peri¨®dico), resultar¨ªan inconcebibles en otro pa¨ªs que el nuestro. En la flamante Espa?a que va a m¨¢s, la ignorancia, desfachatez y venalidad reinantes permiten galardonar no a Valente, sino a don Jos¨¦ Garc¨ªa Nieto, pues en raz¨®n de la ausencia casi general de criterios de valor, todo vale. En corto, la cultura ha sido sustituida por su simulacro medi¨¢tico y nadie o muy pocos elevan la voz contra ese estado de cosas. La resignaci¨®n y el conformismo con los poderes f¨¢cticos reinan en el campo literario como en los felices tiempos del franquismo.
Lo m¨¢s extraordinario de este inefable festival de burlas y vanidades es la insistencia del galardonado en la ¨ªndole 'pol¨ªtica' de su premio y su recompensa a 'la Espa?a progresista' que ¨¦l encarna. ?El autoproclamado escritor de izquierdas, e incluso rojo, publicaba sin duda en Cuadernos de Ruedo Ib¨¦rico o Nuestras Ideas, y no en la La Gaceta Literaria! Para un memorialista de su pedigr¨ª, la desmemoria que afecta a la vida espa?ola es una baza ¨²nica. ?Del patrocinio de don Juan Aparicio al de Luis Alberto de Cuenca, qu¨¦ impecable trayectoria de izquierdas!
Mas lo ocurrido con el cervantes -empleemos la min¨²scula para evitar el ultraje a la memoria de nuestro primer escritor- no puede considerarse con todo un hecho aislado: se inscribe en un cuadro gen¨¦rico de premios, recompensas, medallas, galardones, ditirambos y propaganda desaforada destinados a transformar en obras de arte unos partos de mediocridad escasamente ¨¢urea cuando no atentados mortales a la inteligencia y buen gusto. La distinci¨®n fundamental entre el texto literario y el producto editorial ha sido cuidadosamente borrada y, para emplear los t¨¦rminos acu?ados por Antonio Saura, el 'hipo de la moda' se confunde con 'la moderna intensidad'. No tengo nada en contra de los buenos 'productos' que sirven de soporte material a la publicaci¨®n de obras minoritarias y de mayor enjundia. Una gran editorial como Gallimard -a la que se tribut¨® un merecido homenaje en la Feria del Libro de Guadalajara- ha sabido combinar unos y otras durante casi un siglo hasta componer un cat¨¢logo digno de admiraci¨®n. Pero en Espa?a, en donde la cultura es escasa y superficial, v¨ªctima de nuestra tr¨¢gica discontinuidad hist¨®rica -?puede considerarse 'normal' un pa¨ªs en el que el lector no pudo acceder al disfrute de una obra como La Regenta durante m¨¢s de cuarenta a?os?-, el empe?o de algunos en sostener la obra de calidad lucha quijotescamente contra la ignorancia de los m¨¢s y la demostrada incompetencia de los d¨®mines de la cultura. Si a ello a?adimos el hecho de que la educaci¨®n se ha convertido en una nueva forma de calamidad p¨²blica -como se?al¨® recientemente Juan Pablo Fusi, el nivel de conocimientos de los universitarios de hoy en las disciplinas de humanidades es tal vez inferior al de los colegios de ense?anza media de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza en tiempos de C¨¢novas-, obtendremos un cuadro completo de la desertificaci¨®n ¨¦tica y literaria de nuestra Espa?a de nuevos ricos, nuevos libres y nuevos europeos. No hay que extra?arse as¨ª de que en este clima triunfalista y delet¨¦reo de sometimiento a lo inane, pero medi¨¢tico -o por mejor decir, de medi¨¢tico por lo inane-, asistamos a la reproducci¨®n cl¨®nica de premios y obras premiadas, en los que el contenido del libro viene determinado de antemano por estrategias e imperativos de su promoci¨®n. Una buena promoci¨®n suple con creces la baratija impresa y aten¨²a el hedor de lo manido y rancio con un buen empaquetado de regalo de Nina Ricci o Dior. Todo ello no ser¨ªa posible sin la complicidad activa o pasiva de las p¨¢ginas culturales de los grandes peri¨®dicos, dependientes, como nadie ignora, de intereses pol¨ªticos o empresariales m¨¢s o menos confesables. Cualquier cr¨ªtico o escritor de escaso fuste pero de muchas campanillas puede pontificar sobre la 'ret¨®rica hueca' de Valente o perdonar la vida a Borges mientras proclama al inefable cervantes de las botas negras brillantes y pa?uelo rosa o de bufanda blanca y pantal¨®n rojo el¨¦ctrico, lo mismo da, el mejor escritor de todas las Espa?as. Cualquier avispado columnista de cart¨®n piedra puede establecer, con ayuda o sin ayuda del ministerio, su canon literario y forjarse de ese modo, a costa de omisiones mezquinas y flagrantes desafueros, una peque?a celebridad. Los amores y desamores de los pretendientes a Bloom mas de integridad condigna de un cabecilla de taifa, reflejan fielmente lo que escribi¨® Cernuda -a quien no se lee y se cita con desparpajo- en uno de sus ensayos: 'Lo lamento, pero la cr¨ªtica no consiste como creen ah¨ª, en administrar un compuesto de az¨²car, melaza, sacarina y jarabe a aquellos escritores admirados y palo tras palo a aquellos detestados por el cr¨ªtico, sino otra cosa'. Para desdicha nuestra, esta 'otra cosa' sigue brillando por su ausencia. Recuerdo la rese?a de una novela de dif¨ªcil repercusi¨®n fuera de Espa?a en la que el cr¨ªtico prodig¨® 16 adjetivos de elogio (cinco de ellos terminados en ante). El mismo cr¨ªtico se despach¨® a gusto con otra -¨¦sta s¨ª traducida posteriormente a varias lenguas no obstante su ¨ªndole minoritaria- con un n¨²mero apenas inferior de frases o t¨¦rminos demoledores y despectivos.
Pero en un caldo de cultivo como el de nuestra villa y corte, en el que la tonter¨ªa y falsedades de las que habla Cernuda pasan por valores contantes y sonantes, nada significa ya nada. Igual da Gala que martingala y Verdi que Monteverdi ('basta quitarle el Monte', como dijo un music¨®logo de tertulia). Los opini¨®nomos y sabios disciernen t¨ªtulos de gloria o de infamia sin tomarse la molestia de leer a quienes trituran o ensalzan. (Hace a?os incurr¨ª en la ingenuidad de presentarme a una pl¨¢tica radiof¨®nica sobre la novela que acababa de publicar. Al llegar con unos minutos de antelaci¨®n al estudio sorprend¨ª a los contertulios mientras le¨ªan apresuradamente la contracubierta del libro para saber de qu¨¦ iba. Los ejemplares a su disposici¨®n luc¨ªan una virginidad ajena a todo manoseo zafio. A pesar de ello, al empezar la charla, tres de ellos alabaron la obra y uno la critic¨® con dureza. Pero se trataba de una iluminaci¨®n directa del Esp¨ªritu Santo, ya que ninguno la hab¨ªa le¨ªdo).
Es una desdicha que el Par¨¢clito no alumbre casi nunca las mentes de nuestros reesponsables culturales. Sus intervenciones salv¨ªficas son m¨¢s bien raras. ?Ojal¨¢ tuvi¨¦semos con nosotros a este camarero de un restaurante popular de Monterrey que me habl¨® de unas semanas de Disciplina Clericalis y de don Sem Tob! De depender de m¨ª, le habr¨ªa nombrado inmediatamente ministro de Educaci¨®n.
La amenaza m¨¢s grave que hoy pesa sobre el escritor y el futuro mismo de la literatura es su rendici¨®n sin combate a los halagos del poder medi¨¢tico y a las crudas leyes de la compraventa: el tanto vendes tanto vales que levanta hasta los cuernos de la luna a los fabricantes de best- sellers y margina a quienes escriben sin anhelo de recompensa y permanecen fieles a la ¨¦tica del lenguaje. Como escrib¨ªa en su bello discurso de recepci¨®n del Nobel el novelista chino Gao Xingjian, 'si el juicio est¨¦tico del escritor debiera seguir las tendencias del mercado, ello equivaldr¨ªa al suicidio de la literatura'.
Para no suicidarse, el escritor tiene que aceptar en efecto la soledad creadora, mucho menos dram¨¢tica por fortuna que la de quienes, como Osip Mandelstam o Bulgakov, no pudieron ver impresa su obra o perecieron a causa de su exigencia moral y est¨¦tica insobornable. Evocar el destino de ¨¦stos o de algunos grandes creadores de nuestra lengua (de los que tan poco sabemos) resultar¨ªa una ayuda preciosa en el momento de afrontar la alternativa. No pienso aqu¨ª en las plumas serviles o zafias que existen tan s¨®lo a la sombra del poder o gracias a su continua presencia medi¨¢tica sino en aquellas que, dotadas de la sensibilidad innata del escritor capaz de plasmar su visi¨®n del mundo, sacrifican su precioso don al af¨¢n barato de hacer carrera.
Una prensa atenta a la educaci¨®n ciudadana deber¨ªa cuidar de la defensa de los valores literarios y art¨ªsticos m¨¢s all¨¢ de las modas y combinaciones mercantiles. Dicha labor no es c¨®moda en un medio habituado a la confecci¨®n y venta de productos de asimilaci¨®n instant¨¢nea conforme a las normas de las sociedades configuradas por el mercado global (productos consumidos a su vez por ¨¦stas con la misma facilidad y rapidez que las hamburguesas zampadas, digeridas y evacuadas de sus hamburgueser¨ªas). Pero los cr¨ªticos que aceptan sin pesta?ear dicho orden de cosas y ensalzan regularmente las obras plastificadas y fabricadas en serie deber¨ªan comparecer ante un tribunal de deontolog¨ªa. Que los ¨®rganos de prensa venales o al servicio del poder -para el que la cultura es s¨®lo un motivo de decoraci¨®n o alarde vano- participen en tal almoneda no puede sorprender a nadie. En otros casos dicha conducta resulta m¨¢s dif¨ªcil de encajar.
EL PA?S es 'algo m¨¢s que un peri¨®dico'. Es tambi¨¦n, como sabemos, la matriz o pieza clave de un poderoso grupo empresarial con ramificaciones en el ¨¢mbito editorial y en diversos medios de comunicaci¨®n de Espa?a e Iberoam¨¦rica. Su credibilidad informativa le ha permitido conquistar de buena ley una audiencia internacional y alzarse al nivel de los cuatro o cinco mejores peri¨®dicos del mundo. Merced a ello podemos disfrutar de la lectura de algunas de las mejores plumas espa?olas y extranjeras tocante a los problemas y realidades acuciantes con las que debemos lidiar. En mis viajes a diversas zonas conflictivas a lo largo de la ¨²ltima d¨¦cada he podido comprobar igualmente la excepcional seriedad y competencia de sus corresponsales en los Balcanes, Rusia, Oriente Pr¨®ximo y el Magreb. Pero advierto con creciente inquietud -y esto es la otra cara de la moneda, visible no obstante, a todo observador sin anteojeras- la incidencia de una serie de presiones internas y externas, ligadas a su dimensi¨®n empresarial y a la imbricaci¨®n que conlleva, que ponen a dura prueba en una de sus secciones sus designios de imparcialidad.
Si al cabo de los a?os leo siempre con el mismo incentivo las p¨¢ginas de Opini¨®n y las informaciones y cr¨®nicas internacionales (las de Espa?a me interesan menos con excepci¨®n de las que tocan al Pa¨ªs Vasco, el racismo y la inmigraci¨®n), en el campo cultural verifico a menudo la fuerza de estas presiones y la existencia de un lo nuestro y lo ajeno de un nosotros y ellos que justifican un muy diferente trato a autores y obras seg¨²n pertenezcan o no al grupo multimedia o, lo que es peor, sean amigos o no de quienes a la sombra pinchan y cortan.
No descubro el Mediterr¨¢neo si se?alo que algunas informaciones sobre el n¨²mero de premios acumulados y ejemplares vendidos de un autor de la casa, reiterados con machaconer¨ªa, corresponden m¨¢s bien a las funciones de un buen agente literario que a las de un peri¨®dico serio cuya fiabilidad nadie deber¨ªa poner en duda. Tampoco descubro el Atl¨¢ntico si apunto al hecho de que el nombre de ciertos autores es escamoteado por causas que los interesados ignoran y que ese ninguneo llega a tales extremos que se puede informar sobre la presentaci¨®n de un libro y omitir el nombre del presentador (esto acaeci¨® la pasada primavera con la del bello poemario p¨®stumo de Carlos Fuentes Lemus; su presentador, Juli¨¢n R¨ªos, desapareci¨® de la rese?a del acto). Se me dir¨¢ que esto puede ocurrir en todos los diarios. Mas la ¨ªndole sistem¨¢tica de las promociones y ninguneos no deber¨ªa sobrepasar ciertos l¨ªmites so pena de afectar la confianza que deposita en ellos el lector.
Algunas omisiones, por min¨²sculas que sean, pueden acarrear consecuencias da?inas y citar¨¦ un ejemplo que me ata?e. Cuando el imam Jomeini decret¨® su c¨¦lebre fatwua contra Salman Rushdie, recib¨ª en Marraquech una llamada telef¨®nica de Londres para solicitar mi firma en una carta cuyo texto fue publicado el d¨ªa siguiente en The Times. Por m¨¢s se?as, fui el ¨²nico firmante espa?ol y el ¨²nico que suscribi¨® la protesta contra el desafuero en un pa¨ªs musulm¨¢n. Poco despu¨¦s, la misma carta, con sus signatarios, apareci¨® en este peri¨®dico. S¨®lo faltaba mi firma: detalle insignificante y al que no prest¨¦ mayor atenci¨®n. Pero he aqu¨ª que al cabo de unos a?os un colega me reproch¨®, de buena fe sin duda, haber negado mi apoyo moral al escritor perseguido. Entonces comprob¨¦, con retraso, las secuelas de ciertas omisiones para m¨ª tan misteriosas como las que exist¨ªan en tiempos de la censura franquista, y lament¨¦ no haber indicado p¨²blicamente el escamoteo de mi nombre en la lista reproducida en EL PA?S en forma de comunicado o anuncio.
M¨¢s all¨¢ de estas an¨¦cdotas de escaso inter¨¦s para el lector, percibo en las p¨¢ginas de Cultura los corolarios de una endogamia que, por acentuarse de a?o en a?o, corre el riesgo de convertirse en autismo. La existencia de unos intelectuales org¨¢nicos, no ya al servicio de un partido pol¨ªtico o grupo social, sino de la empresa, tiene a la corta o a la larga efectos negativos si no se toma conciencia de ello y no se adoptan medidas para circunscribir el mal. Todos conocemos a estos escritores (buenos o mediocres, igual da) que est¨¢n siempre en la brecha, all¨ª donde deben estar y que si critican lo divino y lo humano se guardan muy mucho de emitir el menor reparo al funcionamiento del sector cultural y a unos favoritismos de los que son los primeros beneficiarios. Tal vez eso sea inevitable y dif¨ªcil de erradicar. Pero si desaparecen las voces cr¨ªticas o son ahogadas por un discurso satisfecho y euf¨®rico -como suced¨ªa en otra escala, mucho m¨¢s nociva, en las antiguas Uniones de Escritores de los pa¨ªses del 'socialismo real'- se corre el riesgo de hablar y aplaudir a quien habla de forma 'autorizada'; en otras palabras, de confundir la voz propia con la voz de la sociedad.
Junto a la figura del Defensor del Lector a secas, habr¨ªa que crear la de un Defensor del Lector Literario, con el encargo expreso de se?alar los usos y abusos de nuestro peculiar Parnaso con la iron¨ªa de un Larra o un Clar¨ªn; el elogio en el que no cree ni el que lo da ni el que lo lee ni a veces, si conserva una pizca de lucidez, el que lo recibe; los compadreos, aborrecimientos y exclusiones ajenos a toda ¨¦tica y sentido com¨²n; la censura comercial mucho m¨¢s solapada y mort¨ªfera que la antigua censura religiosa, ideol¨®gica o pol¨ªtica. Hoy, como hace cuarenta a?os, lo que entiendo por cr¨ªtica literaria -extra?o quiz¨¢s a la mentalidad espa?ola,seg¨²n cre¨ªa Cernuda- se refugia de ordinario en unas pocas revistas independientes de toda subvenci¨®n estatal y auton¨®mica, como es el caso heroico de Quimera o Archipi¨¦lago, o recurre al libelo provocador pero saludable del samizdat. Qui¨¦n sabe si los foros espont¨¢neos de internautas ser¨¢n en el futuro la ¨²nica alternativa viable a la tiran¨ªa de la trivialidad.
Las cosas no han cambiado mucho desde el d¨ªa en el que el ¨²ltimo cervantes lleg¨® al caf¨¦ Gij¨®n. En mi novela Don Juli¨¢n -prohibida por los servicios del entonces padrino de aqu¨¦l-, hablaba de 'esas estatuas todav¨ªa sin pedestal, pero ya con la m¨ªmica y el desplante taur¨®macos' de los escaladores del 'laur¨ªfico escalaf¨®n, que vierten a raudales su simp¨¢tico don de gentes: si me citas te cito, si me alabas te alabo, si me lees te leo: ?original y castizo sistema cr¨ªtico fundado en la tribal, primitiva econom¨ªa de trueque! ?Poetas, narradores, dramaturgos, al acecho de planetario premio, de alcaponesca beca!: trenz¨¢ndose, entretanto, unos a otros, floridas guirnaldas, prodig¨¢ndose henchidos elogios, redactando sonoros paneg¨ªricos: fuera de tono, inaut¨¦nticos siempre excepto cuando airada, rec¨ªprocamente se combaten', etc¨¦tera.
Cualquier parecido con el Parnaso de hoy ser¨ªa desde luego simple coincidencia. En este campo, si tenemos en cuenta los estragos de la seudocultura medi¨¢tica y la ignorancia general de nuestro pasado, incluso el m¨¢s pr¨®ximo, no cabe sino concluir que vamos a menos.
Juan Goytisolo es escritor.Juan Goytisolo es escritor.
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