?Somos compatibles con nuestros valores?
El tremendo suceso de Lorca -la muerte atroz de 12 inmigrantes ecuatorianos en un paso a nivel- ha sacado a flote una realidad pavorosa, cual es la de la explotaci¨®n laboral a que se ven sometidos los inmigrantes sin papeles en Espa?a, en especial en muchas zonas agr¨ªcolas del sureste espa?ol, que en parte le deben su creciente prosperidad a esta situaci¨®n.
No hay que enga?arse. Este cuadro infame de explotaci¨®n masiva de mano de obra extranjera -ni?os incluidos- no es lo que la reciente reforma de la Ley de Extranjer¨ªa procura remediar, sino precisamente lo que busca. He aau¨ª su objetivo: suscitar lo que Marx ya llam¨® l¨²cidamente 'un ej¨¦rcito de desempleados', esto es, una inflaci¨®n en la oferta de trabajo vivo que pueda mantener los salarios a niveles baj¨ªsimos y que adem¨¢s, en nuestro caso, est¨¦ compuesta por obreros sin derechos, acobardados, que, a la intemperie legal, se vean obligados a aceptar cualquier trabajo a cualquier precio.
Cabr¨ªa, no obstante, hacer una matizaci¨®n, cuando se da por supuesto que este paisaje nos retrotrae a condiciones de producci¨®n preindustriales. Al contrario, como Ubaldo Mart¨ªnez nos recordaba en la inauguraci¨®n del curso acad¨¦mico en el Institut Catal¨¤ d'Antropologia, lo que est¨¢ vi¨¦ndose all¨ª es una reactualizaci¨®n de una de las formas de producci¨®n que determinaron la industrializaci¨®n del campo en los pa¨ªses de capitalismo avanzado: la llamada californiana, consistente en ir quemando diferentes oleadas de inmigrantes convocados en masa con la promesa de trabajo seguro y que, una vez en destino -recu¨¦rdese Las uvas de la ira-, se encontraban con una paup¨¦rrima cotizaci¨®n de su fuerza de trabajo, una precarizaci¨®n aguda de los empleos y unas condiciones de vida p¨¦simas.
A ese marco, perfectamente conocido, se le a?ade hoy la automatizaci¨®n de las t¨¦cnicas de cultivo y de los sistemas de distribuci¨®n de los productos. Las condiciones de trabajo arcaicas de los recolectores son del todo compatibles con la robotizaci¨®n de los sistemas de control en las plantaciones o con el empleo de Internet para conocer las oscilaciones en los mercados internacionales. Ese escenario no es el de una vuelta al pasado de la industria agr¨ªcola. No tiene nada de decimon¨®nico ni de tercermundista. Lo que se tiene el cinismo de haber descubierto en el campo murciano, esa suma de tecnolog¨ªa y explotaci¨®n, no es sino el retrato de las condiciones en que se despliega en la actualidad un determinado modelo de econom¨ªa y de sociedad, un modelo que tiene un nombre: simplemente, capitalismo.
El discurso oficial insiste ¨²ltimamente en culpar a unas supuestas mafias de la tragedia que viven los inmigrantes a los que se ha atra¨ªdo a Espa?a. Esta simplificaci¨®n del problema permite eximir de toda responsabilidad a leyes y legisladores injustos, al tiempo que impregna todo el asunto de unos tintes melodram¨¢ticos muy adecuados para satisfacer los requerimientos del gran p¨²blico. En realidad, lo obvio es que son los empleadores -agr¨ªcolas, hosteleros, en servicios de atenci¨®n personal y en un ampl¨ªsimo sector informal- quienes sacan la gran tajada de la ilegalizaci¨®n masiva de trabajadores. Ahora bien, mientras que se estimula que los propios inmigrantes denuncien a los traficantes, no se hace nada para propiciar que las v¨ªctimas delaten los abusos de que son objeto por parte de empleadores ilegales. Saben que los principales perjudicados ser¨ªan precisamente ellos, que ver¨ªan recompensada su colaboraci¨®n con la justicia con una autom¨¢tica orden de deportaci¨®n.
En ese contexto, en el que un criminalizado inmigrante se ve obligado a aliarse con su expoliador antes que con la ley, no pueden prosperar propuestas como la que hace poco se presentaba en la comisi¨®n sobre inmigraci¨®n en el Parlament, en el sentido de que un acta de la Inspecci¨®n de Trabajo por la que se denuncie a una empresa que explote a un inmigrante en situaci¨®n ilegal, implique autom¨¢ticamente la regularizaci¨®n de ¨¦ste, es decir, la concesi¨®n de permiso de trabajo y de residencia para la v¨ªctima. Que una iniciativa de este tipo resulte irrealizable da una idea de hasta qu¨¦ punto hay inter¨¦s real en rectificar una situaci¨®n injusta, inmoral y adem¨¢s ilegal.
M¨¢s all¨¢, todo este asunto vuelve a plantear una cuesti¨®n fundamental. Se repite hasta la
saciedad desde los nuevos y los viejos discursos excluyentes, si inmigrantes que proceden de 'otras culturas' podr¨¢n asimilar y adaptarse a los valores que rigen nuestra sociedad. Acaso la pregunta deber¨ªa ser otra. Acaso lo que deber¨ªamos cuestionarnos es si nosotros mismos somos capaces de integrarnos en nuestros propios valores, es decir, si los principios ¨¦ticos abstractos que rigen nuestra concepci¨®n del ser humano y de la vida en sociedad, fundamentados -se dice- en la libertad, la igualdad y la justicia, son compatibles con nuestras ideas y con nuestras pr¨¢cticas reales.
Dicho de otro modo, ?es posible compaginar un sistema pol¨ªtico que se proclama igualitario con un sistema econ¨®mico que vive por la desigualdad y de ella? A otro nivel, ?pueden los discursos hoy hegem¨®nicos, tanto entre las mayor¨ªas sociales como entre las ¨¦lites ideol¨®gicas, ser compatibles con los principios democr¨¢ticos de justicia e igualdad que organizan supuestamente nuestra sociedad? Ati¨¦ndase a lo que se repite en los bares, en los mercados, en las tertulias radiof¨®nicas, en las columnas de prensa, en los foros pol¨ªticos, en las aulas de los colegios... Por doquier se oir¨¢n argumentos -rudos unos, m¨¢s elaborados los otros, algunos incluso embozados en un look antirracista- en que se advierte que entre nosotros hay personas que no son como nosotros, que no pueden serlo, que no lo ser¨¢n jam¨¢s. Hay algo en ellas, un pecado original -su raza, su cultura, su origen nacional..., qu¨¦ m¨¢s da- que impide irrevocablemente que se las reconozca como lo que nuestros principios establecen que deber¨ªa ser todo ser humano, esto es, libre e igual. Todo por convencernos de que por su culpa -por ser c¨®mo son, por haber venido...-, y no por la nuestra, nuestra sociedad no puede convertirse dentro en lo que fuera pavonea ser: democr¨¢tica.
Manuel Delgado es profesor de Antropolog¨ªa de la UB y miembro de la comisi¨®n sobre inmigraci¨®n del Parlament.
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