Un feliz inconveniente
Dos im¨¢genes coincid¨ªan en la prensa del mi¨¦rcoles: la consternaci¨®n de la ministra alemana de Sanidad, obligada a dimitir por la mala gesti¨®n de la crisis de las vacas locas, y el cortejo sonriente entre el ministro de Agricultura y la ministra de Sanidad espa?oles, poniendo unas extempor¨¢neas sonrisas a sus meteduras de pata. Son dos estilos: la gravedad y la frivolidad, la asunci¨®n de responsabilidades y el juego de las ocurrencias, el reconocimiento de un problema y la ligereza en la transmisi¨®n de informaci¨®n a la ciudadan¨ªa. Si a alguna cosa son extremadamente sensibles las acomodadas sociedades europeas es a todo lo que concierne a la salud, ya sea f¨ªsica o ps¨ªquica. Las boyantes industrias del cuerpo y del esp¨ªritu, del gimnasio a los libros de autoayuda, dan reiterada cuenta de ello, en una sociedad que vuelve a tener fantas¨ªas de inmortalidad.
Con todo, el verdadero asunto donde se pondr¨¢ a prueba el talento del Gobierno es la cuesti¨®n de la inmigraci¨®n. Me permitir¨¢ Xavier Rubert que diga que la emigraci¨®n es un feliz inconveniente. Una nueva realidad que modifica el entorno y que, aun generando incomodidades, acaba siendo mucho m¨¢s beneficiosa que su contrario. El contrario ser¨ªa, en este caso, la sociedad cerrada y endog¨¢mica, bobaliconamente feliz consigo misma, una tentaci¨®n que en Espa?a, pa¨ªs poco beneficiado por las inmigraciones extranjeras y dado a las expulsiones y exclusiones, ha estado demasiado presente. Puede que a medio plazo la inmigraci¨®n sea el revulsivo que esta sociedad necesita antes de columpiarse definitivamente en el culto al cuerpo y los manuales de urbanidad del alma y en el s¨¢lvese quien pueda, que es la consigna que emana de la ideolog¨ªa que en estos momentos pretende ser norma universal: la competitividad. Es obligaci¨®n de los gobernantes contribuir a que el feliz inconveniente no derive en lamentable conflicto. Y para ello hay que hacer cultura democr¨¢tica y no pol¨ªtica policial.
El punto de partida debe ser el derecho a la inmigraci¨®n y no la comprensi¨®n del rechazo. La inmigraci¨®n es un derecho reconocido por la Declaraci¨®n Universal de 1948. El ejercicio de todo derecho plantea problemas. ?ste tambi¨¦n. Cuando este derecho choca con los intereses -objetivos o subjetivos- de los ciudadanos de un pa¨ªs, los gobernantes acaban siempre decant¨¢ndose del lado de ¨¦stos. Pero no por ello el derecho deja de existir. Los mismos gobernantes que nos sermonean a diario con la globalizaci¨®n y que cantan las excelencias reguladoras del mercado, llaman a la polic¨ªa de fronteras cuando el mercado de trabajo atrae a ciudadanos de pa¨ªses m¨¢s pobres hacia pa¨ªses m¨¢s ricos. Se les llama y, al mismo tiempo, se les cierran las puertas. Y la manera de cerrarlas es creando esta categor¨ªa de ciudadanos fantasmas que son los ilegales. Est¨¢n aqu¨ª, pero no existen. Trabajan, en una clandestinidad a la vista de todos, pero se les niegan derechos elementales. La figura del ilegal tiene dos consecuencias perversas: la estigmatizaci¨®n y la multiplicaci¨®n de las conductas ilegales. Y sobre esta figura se teje la pol¨ªtica de inmigraci¨®n del Gobierno para la cual ha tenido que reformar la Ley de Extranjer¨ªa en el sentido restrictivo de derechos que entrar¨¢ en vigor este mismo mes.
Al se?alar a determinados extranjeros -pobres, siempre- como ilegales se est¨¢ dando carnaza y argumentos a aquellos que piensan que son portadores de todo tipo de desgracias y problemas. Idea que se ve reforzada con la cadena de ilegalidades que la negaci¨®n de derechos genera. ?Qu¨¦ puede hacer un inmigrante ilegal? Vivir entre la miseria y la explotaci¨®n de las mafias. Las conductas delictivas aparecen inmediatamente. M¨¢s todav¨ªa, cualquiera que se acerque a darles una mano -desde un sindicato a una ONG o simplemente una persona que quiera acogerles- est¨¢ cometiendo una ilegalidad. Los problemas nunca se resuelven creando mara?as de ilegalidad en su entorno. Y los inmigrantes, legales o no, seguir¨¢n viniendo mientras haya trabajo para ofrecerles. Palabras como avalancha o invasi¨®n utilizadas para justificar la reforma de la ley no s¨®lo falsean la realidad, sino que alimentan todo tipo de temores: incluidos los siempre tenebrosos de la p¨¦rdida de identidad cultural, que es el discurso que m¨¢s directamente conduce al rechazo, a la conversi¨®n del inconveniente en conflicto.
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