El cine de Delibes
Una vez o¨ª decir a Ignacio Aldecoa -y su palabra fue, como siempre, un puro trazo, un dibujo verbal, un sonido que misteriosamente se me peg¨® a la retina- que ¨¦l distingu¨ªa a la escritura de Miguel Delibes por el pudor de su estilo. Entend¨ª que, por debajo de la transparencia y de la impresi¨®n de facilidad que despide la fluencia de su prosa, se esconde en realidad un laborioso ejercicio de orfebrer¨ªa verbal. Hace ya muchos a?os de esto, pero sigo oyendo esa idea como ¨²ltima palabra sobre la tenue pero vigorosa sensaci¨®n de permanencia que emana, y crece y crece, de la obra de Delibes. Una vez le cont¨¦ a ¨¦l, que no la conoc¨ªa, esa frase nunca escrita, y me dijo sin titubeo que la compart¨ªa: 'S¨ª, es verdad, creo que tiendo a esconder el estilo'. Y ahora percibo algo que late en este escondrijo ¨ªntimo del narrador y que identifico como el p¨¢lpito cinematogr¨¢fico que se mueve dentro de sus relatos y los hace ser secreta materia, carne de pantalla.
Hace ocho o diez a?os, en el festival de Valladolid, organizaron la exhibici¨®n de todos los filmes y telefilmes por los que pas¨® el largo idilio de Miguel Delibes con la pantalla. Son muchos, 12 pel¨ªculas en 24 a?os. El camino fue dirigida por Ana Mariscal en 1966 y por Josefina Molina en 1977; C¨¦sar Ardav¨ªn hizo Tierras de Valladolid en 1967; Cayetano Luca de Tena realiz¨® En una noche as¨ª en 1968; en 1974, Jos¨¦ Antonio P¨¢ramo dirigi¨® la versi¨®n cinematogr¨¢fica de La mortaja, mon¨®logo teatral derivado de Cinco horas con Mario; Antonio Gim¨¦nez-Rico llev¨® a la pantalla Retrato de familia en 1976, y El disputado voto del se?or Cayo, 10 a?os m¨¢s tarde, en 1986; Mario Camus hizo el inalterable prodigio de Los santos inocentes en 1983; La guerra de pap¨¢ fue dirigida por Antonio Mercero en 1977 y este mismo director adapt¨® al cine El tesoro en 1988, dos a?os antes de que Luis Alcoriza cerrara la cuenta con La sombra del cipr¨¦s es alargada (1990).
Luego hay el salto de una d¨¦cada sobre el vac¨ªo, hasta que el otro d¨ªa anunciaron el rodaje por Jos¨¦ Luis Cuerda de El hereje. Y en las cunetas de este recorrido quedan adem¨¢s los vestigios de pasi¨®n por el cine que despleg¨® el periodista y cr¨ªtico cinematogr¨¢fico Miguel Delibes en las p¨¢ginas de El Norte de Castilla, que ¨¦l dirig¨ªa, y los testimonios -casi todos hablan de la rara facilidad o de la poca resistencia que les ofreci¨® la conversi¨®n de la palabra de Delibes en im¨¢genes- de los guionistas que sacaron pel¨ªculas de sus libros. Pero, sobre todo, ah¨ª sigue, intacto y asombroso, casi inexplicable, el hecho de que la literalidad de los di¨¢logos de la pantalla de Los santos inocentes sea casi la literalidad de los di¨¢logos de la novela. Y algo as¨ª se presagia que puede deducir Jos¨¦ Luis Cuerda de El hereje. La solvencia con que el director de El bosque animado dome?¨® la enorme dificultad que este insondable libro de Wenceslao Fern¨¢ndez Fl¨®rez ofrece a su traslaci¨®n al cine y, m¨¢s cerca, el pu?etazo de verdad con que en La lengua de las mariposas removi¨® el abismo del exterminio, en 1936, por el fascismo franquista, de la vivificadora estirpe de los maestros rurales de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza tienen el sabor de una garant¨ªa de que la delicada traslaci¨®n a la pantalla de la salvaje y ver¨ªdica caza de brujas que nos hiere desde las p¨¢ginas de El hereje est¨¢ en buenas manos.
Delibes habl¨® de la que va ser su pr¨®xima pel¨ªcula, El hereje, con el sesgo pesimista de quien teme que ha hecho su testamento literario. Es posible que dentro del libro haya alg¨²n eco audible de este presagio, pero lo dudo, yo no lo he o¨ªdo. Es un relato en¨¦rgico, que quiere ser buen cine. Detr¨¢s del recio y ¨¢gil tocho, que se lee sin cansancio, del medio millar de p¨¢ginas que encierra el esfuerzo de construcci¨®n imaginaria del tiempo de la caza de protestantes en el Valladolid del ecuador del siglo XVI, asoman por fuerza indicios de cansancio. La voz de Delibes era en 1998, tras publicar el libro, la de un hombre fatigado que necesitaba un periodo de intenso silencio, del que ahora parece estar saliendo. Y siempre, a los silencios de este hombre los ha roto -sin brusquedad, como el roce de quien emerge pausadamente a la alteraci¨®n desde un ensimismamiento- la media voz de otro relato que brota, como su estilo discurre, sin dejarse ver, calladamente.
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