Un tipo duro
No le menospreciemos. A pesar de su falta de formaci¨®n inicial, a pesar de una vida personal pasada algo agitada, y aunque le haya ayudado su condici¨®n de hijo de ex presidente, George W. Bush ha realizado toda una proeza al llegar a la Casa Blanca. No era f¨¢cil. En el camino, en las primarias, en la campa?a, y sobre todo en la forma en que logr¨® impedir por la v¨ªa judicial un recuento en los votos en Florida, y en otras decisiones, aunque se presente como afable e integrador. Bush ha demostrado que es un duro, lo que acabar¨¢ reflej¨¢ndose tambi¨¦n en su pol¨ªtica exterior. Incluso en algunos gestos se le nota, en la sonrisa en su toma de posesi¨®n y en la forma en que mov¨ªa, como para marcar sus palabras antes de jurar, la mano derecha alzada al pronunciar las famosas 35 palabras. Durante sus seis a?os de gobernador del Estado de Tejas, donde se ejecutan m¨¢s penas capitales, ha firmado 150 de ellas. ?Es eso compasi¨®n?
Bush llega con un d¨¦ficit de legitimidad y con una sociedad dividida o incluso atomizada. ?Se olvidar¨¢ pronto que, pese a perder el Colegio Electoral, su contrincante le sac¨® m¨¢s de 500.000 votos, aunque Bush sea el presidente, que en t¨¦rminos absolutos, ha recibido m¨¢s votos de la historia -50.456.169-, en unas elecciones en las que la participaci¨®n fue de tan s¨®lo 51%? Cabe recordar, con The American Prospect, que los c¨¢lculos de participaci¨®n no suelen tomar en cuenta que han quedado sin derecho a voto un 8,5% de los ciudadanos, condenados por delitos diversos. A esta situaci¨®n hay que sumar un descontento popular que se ha vuelto a hacer notar en manifestaciones en las calles de Washington el pasado s¨¢bado. ?Va a volver una era de la protesta? Otro dato es que los que acuden regularmente a servicios religiosos se hab¨ªan mayoritariamente inclinado por Bush, mientras que los que menos lo han hecho a favor de Gore. La pleamar de la nueva,tercera -seg¨²n Neal Gabler- ola de religiosidad, muy presente en el discurso inaugural de Bush, es otro factor preocupante. Fue esa derecha fundamentalista cristiana la que dirigi¨® el acoso a Clinton.
Pero Bush se instala en la presidencia con un poder casi omn¨ªmodo. Por vez primera desde 1955, los republicanos est¨¢n en la Casa Blanca; aunque en grado reducido, controlan el Congreso, con mayor¨ªa en la C¨¢mara de Representantes, y por un solo voto en el Senado; y cuentan a su favor con un Tribunal Supremo en el que predomina un notable conservadurismo, que se reforzar¨¢ con los nombramientos que habr¨¢ de decidir Bush durante su mandato. Es la ocasi¨®n ?tard¨ªa? de la revoluci¨®n conservadora. S¨ª, s¨®lo que esta vez, no es lo que parece querer la mayor¨ªa de un pa¨ªs que ha votado al centroizquierda, a Gore y al verde Nader, y que quiz¨¢s, ahora desear¨ªa aquello que prometi¨® George Bush padre en su inauguraci¨®n en 1989: 'En asuntos cruciales, unidad; en asuntos importantes, diversidad; y en todo, generosidad'.
Para tratados y algunas otras leyes y decisiones se requiere una mayor¨ªa de 60% del Senado, lo que puede inducir a Bush a una estrategia de atracci¨®n y divisi¨®n del adversario. Justamente, el papel que puede querer desempe?ar -el que esboz¨® en su discurso inaugural con sus cuatro lemas de 'civilidad, valent¨ªa, compasi¨®n y temperamento'- es el de hombre bueno, y dejar a otros bregarse en la lucha diaria bajo la apariencia de distanciamiento. Puede tenderle una trampa a la oposici¨®n dem¨®crata apelando a los m¨¢s conservadores de ella para que apoyen sus acciones, en una furia legislativa que acaba de empezar y para la que tiene poco tiempo. Bush entra con una popularidad mucho menor que la que ha acompa?ado a Clinton en su salida. Sabe que si se equivoca, puede perder, como su padre frente a ¨¦ste en 1993, o como el propio Clinton perdi¨® el control del Congreso dos a?os despu¨¦s de su primera elecci¨®n.
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