?Qu¨¦ va c¨®mo?
Tal vez no merezca incorporarse a la historia del pensamiento pol¨ªtico, pero cuando se escriba nuestra historia reciente no podr¨¢ dejar de mencionarse aquello de que 'Espa?a va bien' como resumen de la nueva tecnocracia conservadora. El tono de constataci¨®n indiscutible pretende cortar el paso a cualquier interrogaci¨®n posterior. La utop¨ªa tecnocr¨¢tica consiste en hacer ostentaci¨®n de los hechos mientras declara impertinente cualquier discusi¨®n posterior. Pretende hacer de la pol¨ªtica una tarea en la que no cabe la controversia y declara que la pol¨¦mica misma es un error.
Pienso que el estilo pol¨ªtico de Aznar, su irritante ocupaci¨®n del campo de juego, tiene mucho que ver con ese control acerca de qu¨¦ es o no pertinente, con la pretensi¨®n de monopolizar la interpretaci¨®n de la normalidad (lo que se hace particularmente visible en materia de pol¨ªtica econ¨®mica o antiterrorista). Pero no hay afirmaci¨®n que no genere preguntas, ni siquiera una tan rotunda como la que quiero comentar. Porque, ?qu¨¦ va c¨®mo? Ni el sujeto ni el adverbio de la proposici¨®n son incontrovertibles.
Est¨¢, en primer lugar, la cuesti¨®n del qui¨¦n: qui¨¦nes somos nosotros; en qu¨¦ medida son tenidos en cuenta unos y otros intereses: los consumidores o los productores, los j¨®venes o los pensionistas, los desempleados o los sindicatos; qu¨¦ es la mayoria y c¨®mo se define en cada caso; qu¨¦ exclusiones generan nuestras pr¨¢cticas politicas y de qu¨¦ modo puede reintroducirse a los excluidos en el nosotros comunitario; a qu¨¦ derechos de qu¨¦ minor¨ªas hay que prestar una atenci¨®n espec¨ªfica; qu¨¦ adscripciones deben ser respetadas y cu¨¢les lesionan la igualdad...
El otro asunto es de naturaleza adverbial: c¨®mo se establece lo bueno y lo malo en pol¨ªtica. La constelaci¨®n de valores que intervienen en la definici¨®n de algo como bueno permite una variedad de posiciones leg¨ªtimas que no pueden prohibirse de manera unilateral. Una comunidad pol¨ªtica est¨¢ bien cuando hay, por ejemplo, orden, paz, bienestar, libertad e igualdad. Pero esto no decide nada acerca de c¨®mo estos valores se relacionan entre s¨ª, teniendo en cuenta que, dada la complejidad de nuestra sociedad, algunos se excluyen, al menos parcialmente, o cuya compatibilidad es problem¨¢tica. Las ideolog¨ªas no son otra cosa que acentuaciones de alg¨²n aspecto: hay quien otorga m¨¢s importancia al orden aun cuando esto suponga un tratamiento restrictivo de alguna libertad, y hay quien prefiere correr el riesgo de la inseguridad a cambio de que sean m¨ªnimas las limitaciones de la libertad. En cualquier caso, aunque supongamos que lo correcto consiste en un equilibrio entre diferentes valores, existen muy diversas combinaciones que pueden ser racionalmente defendidas. No hay un ¨²nico modelo de compromiso que deba derrotar inexorablemente a los otros en el tribunal de la raz¨®n. La divisi¨®n de partidos e ideolog¨ªas no se explica simplemente por la diversidad de intereses; tambi¨¦n es manifestaci¨®n de la pluralidad de respuestas posibles a los problemas sociales. Esta divisi¨®n est¨¢ vinculada a la idea de lo pol¨ªtico, que s¨®lo tiene sentido all¨ª donde hay diferencias que disputan entre s¨ª. ?ste es uno de los aspectos por los que la pol¨ªtica se distingue de la gesti¨®n. El arte de la gesti¨®n presupone que hay siempre una soluci¨®n ¨®ptima ¨²nica frente a las dificultades que se presentan. El campo pol¨ªtico, por el contrario, est¨¢ fundado sobre el reconocimiento de la incertidumbre, lo que proh¨ªbe decretar como ileg¨ªtima la opini¨®n del adversario aunque estemos convencidos de que es mucho peor que la nuestra.
La cuesti¨®n del adverbio es todav¨ªa m¨¢s discutible cuando la l¨®gica que se hace valer es de naturaleza econ¨®mica. La econom¨ªa es una ciencia humana (lo que equivale a decir aqu¨ª: discutible) y tampoco ella est¨¢ a salvo de la discrepancia. Es por principio pol¨¦mica la determinaci¨®n de cu¨¢les son los indicadores econ¨®micos por los que decidimos que una econom¨ªa va bien, qu¨¦ relaci¨®n guardan entre s¨ª, o incluso c¨®mo se miden con exactitud. Y tambi¨¦n es un asunto abierto el lugar que la econom¨ªa ocupa de hecho o deber¨ªa ocupar en el conjunto de la sociedad, c¨®mo se compatibilizan las exigencias econ¨®micas con los imperativos formulados en el resto de las esferas sociales, como la paz, la seguridad, la cohesi¨®n o el medio ambiente.
La pol¨ªtica es precisamente la discusi¨®n institucionalizada acerca de los criterios para considerar que algo va bien o mal, el espacio en el que se definen y negocian una y otra vez. Y esto es precisamente lo que la tecnocracia pretende eliminar, sustituyendo la pol¨ªtica por el manejo de una legalidad objetiva mediante imperativos t¨¦cnicos. Pero en esta operaci¨®n se pierden aquellos aspectos para los que la pol¨ªtica resulta insustituible. La pol¨ªtica no es mera administraci¨®n, sino configuraci¨®n, dise?o de los marcos de actuaci¨®n, adivinaci¨®n del futuro. Tiene que ver con lo in¨¦dito y lo ins¨®lito, magnitudes que no comparecen en otras profesiones muy honradas pero ajenas a las inquietudes que provoca el exceso de incertidumbre. El tipo de acci¨®n que es la pol¨ªtica no opera ¨²nicamente con meras reglas de la experiencia, con las ense?anzas c¨®modamente almacenadas entre lo sabido. La pol¨ªtica es una acci¨®n de gran alcance; define precisamente aquel tipo de acciones p¨²blicas cuyas consecuencias van m¨¢s all¨¢ de nuestra previsi¨®n. Es ¨¦sta una caracter¨ªstica de toda acci¨®n humana, por supuesto, pero la pol¨ªtica es de un modo particular acci¨®n bajo condiciones de incertidumbre.
La complejidad del mundo moderno plantea adem¨¢s un problema espec¨ªfico que se genera por el apoyo que la pol¨ªtica recibe de los saberes t¨¦cnicos como el derecho, la econom¨ªa, la biolog¨ªa o el urbanismo. Es imposible la pol¨ªtica sin el recurso a estas ciencias. El asesoramiento t¨¦cnico ha adquirido tal volumen que dificulta saber qu¨¦ es lo espec¨ªficamente pol¨ªtico de una decisi¨®n amparada en tales informes. Pues bien, forma parte de la moral de la pol¨ªtica dejar ver con claridad d¨®nde acaba la ciencia y d¨®nde comienza la decisi¨®n pol¨ªtica. Es frecuente encontrar precisamente lo contrario: la decisi¨®n est¨¢ al principio. Un pol¨ªtico decide algo y se procura despu¨¦s aquellos certificados cient¨ªficos que mejor justifican su decisi¨®n, dando as¨ª la impresi¨®n de que la decisi¨®n no ha sido otra cosa que el resultado obligado de los conocimientos cient¨ªficos. Detr¨¢s de muchas decisiones inevitables se esconden verdaderas decisiones, o sea, opciones que se han adoptado entre varias posibilidades alternativas y que luego se presentan como si no hubiera otra soluci¨®n.
Toda pol¨ªtica econ¨®mica tiene impl¨ªcita o expl¨ªcitamente un objetivo social, participa de un proyecto de sociedad, y no puede ser evaluada fuera de este contexto como si no fuera otra cosa que la aplicaci¨®n de un principio de gesti¨®n. Con frecuencia se plantean sus objetivos de una manera abstracta que les confiere un aire de sumisi¨®n a lo inevitable (moneda fuerte, construcci¨®n europea, competitividad, adaptaci¨®n a la econom¨ªa mundial). Pero aunque existan muchas limitaciones para el gobierno pol¨ªtico de la econom¨ªa -algunas de las cuales son, por cierto, muy beneficiosas- los m¨¢rgenes de actuaci¨®n no se han estrechado tanto como para que s¨®lo haya un comportamiento pol¨ªtico posible. La gesti¨®n t¨¦cnica de la econom¨ªa, sea cual sea la realidad de las limitaciones sobre las que act¨²a, constituye de hecho un proyecto de sociedad. Los intereses sociales, econ¨®micos, pol¨ªticos y culturales de acuerdo con los cuales decidimos acerca de las posibilidades que se nos ofrecen no son un asunto que se pueda abandonar al juicio de unos expertos. La responsabilidad pol¨ªtica no es delegable. Dejarse aconsejar significa formarse un juicio propio, no transferirlo a otros, por muy sabios que sean.
La cuesti¨®n de la tecnocracia ofrece una curiosidad hist¨®rica sobre la que quisiera llamar finalmente la atenci¨®n. El socialismo de inspiraci¨®n marxista fue tecnocr¨¢tico, ya que pens¨® en poder eliminar la escasez, con lo que el problema de la distribuci¨®n dejaba de ser un problema pol¨ªtico. En un sistema de abundancia no ser¨ªa necesaria una instancia para decidir qu¨¦ intereses deben pesar m¨¢s que otros y en qu¨¦ medida. Por eso el Estado dejar¨ªa de ser necesario y ser¨ªa sustituido por una sociedad comunista: coexistencia sin poder en el bienestar social. Hace tiempo que la izquierda abandon¨® este objetivo, que ahora parece haber pasado al ideario de una derecha despolitizada. Actualmente, son los conservadores los que aspiran a que el problema de la repartici¨®n -asignaci¨®n de recursos, establecimiento de prioridades, tratamiento diferenciado de los desfavorecidos, correcci¨®n de las desigualdades- quede definitivamente despolitizado. La utop¨ªa tecnocr¨¢tica ha pensado siempre que el poder -como decisi¨®n, preferencia, prioridad, correcci¨®n- pod¨ªa ser hecho superfluo por la superproducci¨®n. La actual tecnocracia blanda consiste en dejar que las cosas se decidan por s¨ª mismas.
Por supuesto que cada vez es m¨¢s dif¨ªcil que la configuraci¨®n de la sociedad se realice desde alguna instancia planificadora. Pero el campo de juego no se divide entre los que quieren dejar las cosas como est¨¢n y quienes aspiran a controlarlas completamente. Todos hacemos algo, pero hay quien lo reconoce y quien no, hay quien hace propuestas y quien las boicotea ampar¨¢ndose en la dificultad del asunto. Puede que la derecha lo haga mejor. Pero este juicio no puede hacerse mientras pretenda desbordar las reglas del juego de la pol¨ªtica que establecen un abanico de discrepancia leg¨ªtima acerca de lo que debe hacerse. La pol¨ªtica no es un combate por apropiarse del secreto que gobierna las cosas; es la discusi¨®n entre posiciones que se creen mejores que las adversarias, pero no hasta el punto de declararlas ileg¨ªtimas. En esa discusi¨®n todos pueden invocar a su favor el funcionamiento de las cosas mientras no olviden que est¨¢n argumentando desde una interpretaci¨®n, todo lo buena que se quiera, de la realidad.
Daniel Innerarity es profesor de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza.
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