Un insoportable hedor a muerte
En la localidad de Bhachau (35.000 habitantes), arrasada totalmente por el terremoto, crece la rabia por la lentitud en la llegada de ayuda
Desde la lejan¨ªa, las humaredas que ascienden hacia el cielo indican las piras funerarias donde arden los cad¨¢veres de las v¨ªctimas del terremoto. El Estado de Gujarat, y concretamente el distrito de Kutch, entierra a sus muertos: el balance del se¨ªsmo m¨¢s destructor que haya conocido India desde 1905 est¨¢ lejos de poder ser establecido. A 70 kil¨®metros de Bhuj, capital del distrito, la localidad de Bhachau (35.000 habitantes) ya no existe. Ning¨²n edificio ha quedado en pie. De un amasijo de piedras surge una estera negra con una cinta roja y varias banderitas indias. Aqu¨ª estaba la escuela primaria de ni?as, donde unas 300 alumnas, seg¨²n unas versiones, un centenar, seg¨²n otras, se dispon¨ªan a ver el desfile del 51? aniversario de India cuando el edificio se vino abajo.
Algunos soldados del Regimiento de Ingenieros de Punjab, armados con picos, barras de hierro y cuerdas inspeccionan el lugar. Cuando se levanta un muro de hormig¨®n se expande un insoportable hedor de muerte que hace retroceder a los socorristas. Ning¨²n padre se encuentra all¨ª. 'Est¨¢n muertos y sepultados, o han enloquecido', explica con l¨¢grimas en los ojos Rajesh Shah, un comerciante de Bombay. Llegado al lugar la noche del s¨¢bado, pudo comprobar ¨¦l mismo las ruinas que se abatieron para siempre sobre su padre y su madre. Al otro lado de la calle, una de las dos ¨²nicas palas excavadoras en funcionamiento trata de remover bloques de cemento de lo que fue el hospital de Bhachau. Diez enfermos y un m¨¦dico se encuentran a¨²n bajo los escombros.
Impotencia y rabia
Unos militares se afanan sobre un inmueble de cinco plantas que ha quedado reducido a tres. A primera hora de la ma?ana detectan supervivientes. Un peque?o gent¨ªo con los ojos enrojecidos por el cansancio contempla la escena. Apoyados en dos soldados, Rekka Banh, cubierta por un sari polvoriento, y su marido, Kelpesh Godda, apenas pueden andar. Acaban de ser arrancados de los escombros. Ella llora, ¨¦l tirita. La gente aplaude, pero crece la rabia por la lentitud con que llegan la ayuda. 'No podemos hacer nada, estamos impotentes', implora Dinesh, un comerciante. 'Todos van a Bhuj, pero nadie se acerca aqu¨ª'. Llegan camiones con alimentos y agua tra¨ªdos por organizaciones privadas. Pero lo que quieren los habitantes de Bhachau son equipos capaces de rescatar a los suyos.
Desde el paso del gran puente que marca la entrada en el Rann de Kutch -un desierto salino en la frontera con Pakist¨¢n que en verano es un horno y una nevera en invierno-, la amplitud de la tragedia queda al descubierto. Durante kil¨®metros se suceden aldeas convertidas en pedregales. En peque?os grupos, algunos campesinos esperan a lo largo de la carretera con los pocos efectos personales que han conseguido salvar. Otros, en larga fila caminan hacia el sur huyendo de esta absoluta desolaci¨®n.
En Lodai, epicentro del terremoto, algunos tenderos distribuyen gratuitamente sus mercanc¨ªas, pero, como afirma uno de ellos, 'es el Gobierno quien debe ayudarnos. No s¨®lo con dinero, sino con equipos que limpien y reconstruyan esto'. De repente, llegan camiones enviados por la asociaciaci¨®n de diamanteros con mantas, az¨²car y galletas. El sarpanch (el jefe del lugar) dirige el reparto, que se realiza ordenadamente.
El domingo pasado, 48 horas despu¨¦s del se¨ªsmo, las localidades destruidas alrededor de Bhuj no hab¨ªan visto a¨²n un s¨®lo equipo de salvamento. Los socorros, fundamentalmente militares, se concentran sobre Bhuj. Sin agua, ni luz, ni tel¨¦fono, con todos los comercios cerrados, los habitantes de esta ciudad deambulan entre la destrucci¨®n, duermen en la calle. Un extra?o silencio rodea la ciudad antigua, que ha sufrido especialmente el terremoto. Una gran parte del templo hind¨² de Nar Narayan Swami Narayan, que daba cobijo a 150 viudas, est¨¢ totalmente destruido. Cinco de ellas han sido sacadas muertas. El resto permanece a¨²n bajo los escombros.
'Nadie nos ayuda'
'Los soldados se limitan a proteger el templo y nadie nos ayuda', gime Rahindra Praveena. Esta mujer se fue a trabajar dejando a su hija y a su hijo en casa. S¨®lo el muchacho se salv¨®. A los largo de la calle han sido abandonados cad¨¢veres envueltos en telas de saco. El palacio del maharaj¨¢ local, imponente construcci¨®n del siglo XVIII, ha sufrido grandes da?os. La mayor parte de los habitantes han huido a la parte moderna. El hospital ha dejado de existir, sepultando bajo sus escombros a enfermos, m¨¦dicos y enfermeras.
Un hospital de campa?a rudimentario ha sido instalado en el centro de la ciudad. Por ¨¦l han pasado unas 900 personas. Un m¨¦dico corta en vivo la pierna a un anciano que se retuerce de dolor. Hombres del cuerpo de voluntarios y de los movimientos radicales hind¨²es distribuyen mantas y sopa caliente. Seg¨²n el jefe del distrito de Kutch, M. R. M. Ninama, medio mill¨®n de personas se encuentran a la intemperie, 10.000 personas han muerto y otras tantas se encuentran enterradas entre los escombros. Las r¨¦plicas s¨ªsmicas -m¨¢s de 80- a?aden m¨¢s angustia. La tragedia est¨¢ a¨²n lejos de acabar.
? Le Monde
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