Borges, Grillo, Eduardo y Fanny
Borges es Borges. 'Grillo' es F¨¦lix della Paolera, autor del espl¨¦ndido Borges: develaciones, con fotograf¨ªas de Facundo de Zuvir¨ªa, publicado hace un tiempo en Buenos Aires. Eduardo es Eduardo Costantini, compa?ero m¨ªo de estudios. Y Fanny es Fanny Braun, mi madre.
Grillo della Paolera, notable hombre de letras y amigo de Borges durante casi medio siglo, tuvo la feliz idea de componer un libro que refiriese los sitios y circunstancias y personajes de Borges a sitios y circunstancias y personas reales, a los que el escritor alud¨ªa o sobre los que proporcionaba pistas m¨¢s o menos indescifrables, particularmente en una bella localidad al sur de Buenos Aires, muy cara a Borges y al propio autor: Adrogu¨¦.
Puede comprobarse as¨ª el error de Emir Rodr¨ªguez Monegal, que vio al padre de Borges en el personaje de Herbert Ashe de Tl?n, Uqbar, Orbis Tertius, cuando en verdad es William Foy, ingeniero del Ferrocarril del Sur y hu¨¦sped del Hotel de Adrogu¨¦. Y brotar¨¢n carcajadas ante una profesora que divaga sobre la presunta invenci¨®n de la estaci¨®n de 'Turdera', que en realidad existe entre los partidos de Almirante Brown y Lomas de Zamora, en la provincia de Buenos Aires. De todo esto hay fotos excelentes, como tambi¨¦n de la llamada 'Costa Brava', en alusi¨®n a la peligrosidad de los hermanos Iberra, uno de los cuales tambi¨¦n aparece.
El lector podr¨¢ enterarse de que Grillo fue responsable de un encuentro entre dos grandes: ¨¦l present¨® a Borges a Piazzolla en 1965. Compartir¨¢ la conjetura de que Borges, igual que Midas, mejoraba lo que tocaba, como autores que prologaba o traduc¨ªa (siempre he cre¨ªdo que su versi¨®n de Orlando es mejor que el original de Virginia Woolf). Se asombrar¨¢ con la regularidad que descubre Della Paolera: varios personajes de Borges mueren de aneurisma: 'El t¨¦rmino ha sido tomado del griego sin alteraciones, es fon¨¦ticamente grato al o¨ªdo y prescinde de connotaciones ¨¢lgidas y cruentas como las que, por ejemplo, podr¨ªan evocar palabras tales como c¨¢ncer, infarto o accidente. La lectura de 'aneurisma' transforma la muerte en un hecho m¨¢s limpio que pat¨¦tico y la hace pasar casi inadvertida, as¨¦ptica, encubierta por una bella sonoridad'. Y los liberales disfrutaremos con esta iron¨ªa, cuyo final me place enlazar con los inevitables sinsabores de nuestra doctrina, incluida en Discusi¨®n y tambi¨¦n en Tl?n, Uqbar: 'Hume not¨® para siempre que los argumentos de Berkeley no admit¨ªan la menor r¨¦plica y no causaban la menor convicci¨®n'.
Son muy sugerentes las reflexiones del autor sobre la manipulaci¨®n de la historia. Informa Della Paolera que Jos¨¦ Bianco le hab¨ªa se?alado a Borges antes de la Segunda Guerra Mundial un art¨ªculo que denunciaba que Stalin hab¨ªa decidido excluir de todas las publicaciones sovi¨¦ticas los nombres de Trotsky, sus camaradas y seguidores. Ese rencor estalinista hacia una historia que conven¨ªa anular se encuentra en Tl?n, Uqbar y, por supuesto, claramente en La muralla y los libros. Tiene ecos en la Espa?a de nuestros d¨ªas, donde los nacionalistas en Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco han emprendido una reescritura del pasado con an¨¢loga aspiraci¨®n a la de Shi Huag Ti, que 'orden¨® que la historia comenzara con ¨¦l'. El escritor no aplaud¨ªa tales campa?as, ni siquiera cuando las encabezaban sus amigos; recuerda Grillo que en 1956 invit¨® a Borges a Mendoza y, pese a su antiperonismo, se opuso p¨²blicamente al disparate del Gobierno (que hab¨ªa derrocado al peronismo el a?o anterior) que pretend¨ªa prohibir la palabra 'Per¨®n'. Seg¨²n Borges, esos afanes eran in¨²tiles y mencion¨® en Nueva refutaci¨®n del tiempo al 'invulnerable pasado'. Quiz¨¢ tenga raz¨®n, pero dicha invulnerabilidad requiere el transcurrir del nada refutable tiempo.
Un p¨¢rrafo, hablando de tiempo irrebatible, para Eduardo Costantini, a quien no veo desde hace casi treinta a?os. En nuestra hornada universitaria padeci¨® apuros econ¨®micos. Era el ¨²nico casado. Su mujer, entonces, Teresa, tej¨ªa unas bufandas que ¨¦l vend¨ªa en las boutiques de la calle Santa Fe. M¨¢s de una vez lo acompa?¨¦ en su recorrido. ?Para que digan que no hay en el mercado libre justicia social ni aprecio por las artes! ?l se volvi¨® el m¨¢s rico, con diferencia, de nuestra promoci¨®n, y es hoy un c¨¦lebre multimillonario y mecenas, cuya fundaci¨®n ha editado el libro de Grillo. Ol¨¦, Eduardo.
Fanny Braun, que puso primero en mis manos los textos de Borges, me present¨® a Grillo della Paolera. Tambi¨¦n conoc¨ª a trav¨¦s suyo a unos grandes amigos de Grillo, los Ansaldo, distinguida familia de Adrogu¨¦, que Borges trat¨® y apreci¨®; uno de ellos, el arquitecto y profesor Santiago Yaco, residi¨® en Espa?a y falleci¨® en M¨¢laga. Yaco me ley¨® unos magn¨ªficos cuentos de Grillo, que sospecho nunca public¨®. Varias im¨¢genes de los Ansaldo figuran en el libro.
Mi madre hizo algo m¨¢s, que me permite acabar estas l¨ªneas inspiradas por coincidencias personales en torno a Borges: develaciones. Trabajaba ella en una agencia de viajes en la desembocadura hacia la calle Maip¨² de la porte?a Galer¨ªa del Este; era la ¨¦poca que precedi¨® a la fama de ese sitio y la galer¨ªa estaba semivac¨ªa, con un par de locales sobre Maip¨², otro par sobre Florida y un l¨²gubre pasillo en el medio. Borges, como es ahora muy sabido, viv¨ªa cerca de all¨ª. Cuando iniciaba su paseo matinal, mi madre, que lo conoc¨ªa y hab¨ªa estado con ¨¦l en Adrogu¨¦, lo ve¨ªa, sal¨ªa, lo ayudaba a cruzar Maip¨² y lo acompa?aba a lo largo de la galer¨ªa. Borges le hablaba sobre lo que hab¨ªa so?ado la noche anterior o inventaba historias en la penumbra del corredor.
A menudo le he recriminado por no haber registrado lo que el escritor le relataba, y ella siempre alega que al menos recuerda un sue?o de Borges, que ¨¦l le cont¨® y que coment¨® despu¨¦s con sus amigos de Adrogu¨¦. Lo expondr¨¦ telegr¨¢ficamente, para que el lector imagine c¨®mo quedar¨ªa tras una pluma diestra o cu¨¢les fueron las palabras exactas que escuch¨® mi madre aquella ma?ana. Le dijo Borges que hab¨ªa so?ado que estaba en una caba?a en lo alto de una colina y que un hombre envuelto en una capa oscura se aproximaba a paso lento pero inexorable. Comprende que viene a asesinarlo. La b¨²squeda de armas en la caba?a se revela infructuosa. Cuando el extra?o est¨¢ a punto de franquear el umbral, Borges atina con la ¨²nica defensa posible: la hospitalidad. As¨ª, lo atiende amablemente, pero el otro declara vano el empe?o; ¨¦l est¨¢ all¨ª para matarlo, no hay principio hospitalario que valga y Borges no tiene ninguna escapatoria. S¨ª, tengo una, responde el escritor: despertarme. Y se despert¨®.
Carlos Rodr¨ªguez Braun es catedr¨¢tico de Historia del Pensamiento Econ¨®mico en la Universidad Complutense de Madrid.
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