Toda urbe tiene su Cabanyal
La Revoluci¨®n Industrial provoc¨® un ¨¦xodo de campesinos a los centros de producci¨®n. As¨ª surgieron guetos en los que se intentaba ahogar la nostalgia con ruin alcohol y con una recreada cercan¨ªa. Con el paso del tiempo se fue gestando una cultura en la que se mezclaban las tradiciones rurales con el nuevo entorno. Ya no era una cuasi at¨¢vica cultura folk; hab¨ªa perdido resonancias hist¨®ricas, hab¨ªa perdido anonimato y ahora necesitaba int¨¦rpretes del vivir cotidiano. El vodevil, el sainete, la zarzuela, eran espejos fieles en que se miraba un colectivo plenamente identificado: angustias, esperanzas, s¨¢tira gui?olesca y cat¨¢rtica. La Verbena de la Paloma fue m¨¢s antirrevolucionaria que el rock, pues ten¨ªa argumento y una intensa carga art¨ªstica. Qu¨¦ insidia. De no existir la injusticia social habr¨ªa que inventarla. Recoja este guante, si quiere, Julio A. M¨¢?ez.
Aut¨¦ntica cultura popular de la que apenas quedan residuos, pues ha fallecido a manos de la bazofia impersonal que vomitan los medios de comunicaci¨®n de masas. Lo concreto ha cedido paso a lo abstracto, la espontaneidad a la f¨®rmula, la organizaci¨®n a lo org¨¢nico. Esto acaec¨ªa a medida que la identidad se dilu¨ªa en el crecimiento de la urbe industrial y en la multiplicaci¨®n de sus funciones. La proliferaci¨®n de los mass media contribuy¨® poderosamente al asalto a las ciudadelas y, en consecuencia, a la formaci¨®n del magma actual, que con toda l¨®gica se basa en el hallazgo del m¨¢s bajo com¨²n denominador. (No existe, en puridad, un alto com¨²n denominador, aunque sociol¨®gicamente sea l¨ªcito hablar de ¨¦l, a falta de una f¨®rmula precisa). Y es as¨ª como las a¨²n incipientes aglomeraciones urbanas del industrialismo fueron perdiendo su car¨¢cter de aldeas superpuestas. Londres, Par¨ªs, incluso Valencia, existieron como 'confederaciones espirituales'. Hoy son Londres, Par¨ªs y Valencia a secas.
Toda urbe tiene su Cabanyal. Reductos de un pasado comunitario letalmente vulnerado. En realidad, nada que sea incompatible con la televisi¨®n, con la discoteca, el pub y cada d¨ªa m¨¢s con Internet, se sostiene en pie. Subsiste, sin embargo, un sentir m¨¢s o menos difuso, derivado de un orden difunto y que pocos moradores querr¨ªan resucitar a cambio de la renuncia a la televisi¨®n y dem¨¢s instrumentos de ataque a la gemeinschaft. Es la permanencia del fantasma de una cultura, pero sin esa cultura. Trampas de la subjetividad.
Pero quiz¨¢s los reductos comunitarios que a¨²n persisten sean una especie de huevo de Col¨®n, se dir¨¢n algunos. Combinan lo mejor de los dos mundos y se ha extirpado lo peor de ambos. Adi¨®s al conocido exabrupto de Marx ('la idiotez de la vida rural'), adi¨®s al hacinamiento espiritual de la aldea. Los j¨®venes de todo Cabanyal hacen su vida en la urbe pero conservan un sentimiento de empat¨ªa con el entorno m¨¢s pr¨®ximo, un sentir que perdurar¨¢ m¨¢s all¨¢ de la fuga. Con todo, no somos anfibios y dif¨ªcilmente nos dejar¨ªan serlo. El capitalismo no crea comunidades, sino guetos o ap¨¦ndices; el marxismo no quiere reservas indias. A unos conviene la anomia porque es est¨ªmulo del consumo y propicia a la manipulaci¨®n; los otros aspiran a una libertad responsable y consciente de s¨ª misma. Idealmente, sin tener que pasar por el t¨²nel de Mao, que es una asechanza por s¨ª solo. Para tirios y troyanos, sin embargo, todo Cabanyal es un precio por la historia. Se diga o se calle.
Blasco Ib¨¢?ez tiene aqu¨ª en Valencia una avenida que lleva su nombre y quieren prolongarla hasta el mar, con lo que el Cabanyal quedar¨¢ dividido en dos. Lo que a m¨ª me inquieta de este plan es la suerte que corra el vecindario o buena parte del mismo. Si como afirma la oposici¨®n por boca de Ana Noguera se va a proceder al desalojo de 1.762 viviendas, a precio de saldo (valor catastral antiguo), nuestra obligaci¨®n es decir no. Qu¨¦ cr¨¦ditos blandos ni qu¨¦ garambainas. Accedo a que me echen de mi casa si me dan otra nueva sin que me cueste un duro. Ame u odie la vivienda en que habito eso es cosa m¨ªa. Como cosa m¨ªa es mi capacidad o incapacidad econ¨®mica para sufragarme una vivienda nueva. Expr¨®pienme los sentimientos si una mayor¨ªa de los habitantes de la ciudad de Valencia opinan de otro modo que yo con respecto a la fisonom¨ªa de la urbe. A¨²n esto me parece discutible, si bien todo sea por la dichosa democracia. Pero el jueguecito de siempre con las expropiaciones, no. Nos sabemos de memoria qui¨¦nes ganan y qui¨¦nes pierden en estos trances. ?Qu¨¦ se pagar¨¢ el 150% del valor catastral antiguo de la vivienda? ?Y qu¨¦? Para los desahuciados, sobre todo si son ancianos y pensionistas, su casa no tiene precio, pues con lo que les den por ella no van a poder adquirir otra nueva. Esto dice Noguera, lo digo yo y toda persona con el coraz¨®n en su sitio.
Como en el Cabanyal de toda urbe, los habitantes de nuestro Cabanyal est¨¢n divididos. Se recita una retah¨ªla de razones, a favor y en contra, que no reproduzco por sobradamente conocida. Pero en el coraz¨®n del no, existe una gran dosis de incertidumbre o de franca incredulidad. Temen ser enga?ados, que se les pague mal y tarde, temen los remoloneos t¨ªpicos del poder. Tambi¨¦n yo temer¨ªa, pues quien m¨¢s, quien menos, le ha visto muchas veces el rostro al poder sin g¨¦nero, el que no es bueno ni malo, el que tiene una y mil caras porque no tiene ninguna, el disperso en el escamoteo burocr¨¢tico. Es preferible verle la cara al esclavista de turno, tipo Lorca.
Una reivindicaci¨®n unitaria y decididamente pragm¨¢tica hubiera rendido mejor fruto. Pero en el siglo XXI hay m¨¢s romanticismo y m¨¢s nostalgia del lado izquierdo que del derecho. En 1921, Vicente Blasco Ib¨¢?ez dio una conferencia en el Centro de Cultura Valenciana y se lament¨®, a todas luces hip¨®critamente, de que ya no exist¨ªa la Valencia de sus novelas, ('Yo no maldigo esto. Yo s¨¦ que todos los pueblos han de renovarse para no desaparecer'). Inspir¨¢ndose en el ejemplo de la Provenza, Blasco propuso ardorosamente la creaci¨®n de un museo que albergase muestras y m¨¢s muestras de todo lo desaparecido o en trance de desaparecer. Con fotos, con figuras de cera, con trajes t¨ªpicos. Un Museo Valenciano quedar¨ªa sensacional y preservar¨ªa las esencias. Blasco ofrec¨ªa las ganancias de su siguiente novela. Para rostro, el suyo.
La globalizaci¨®n trae la amenaza de convertir el mundo en un tablero de ajedrez y tampoco es eso. Sencillamente, ni tanto ni tan calvo.
Manuel Lloris es doctor en Filosof¨ªa y Letras
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