Los alces aprenden a sobrevivir
La introducci¨®n de lobos en parques nacionales de EE UU demuestra la capacidad de adaptaci¨®n de sus presas
La reintroducci¨®n del lobo y el oso en h¨¢bitats de Estados Unidos y Escandinavia de los que fueron exterminados hace d¨¦cadas est¨¢ resultando un ¨¦xito mayor de lo esperado. Las poblaciones de estos depredadores crecen de a?o en a?o para satisfacci¨®n de los ecologistas y preocupaci¨®n de los ganaderos, que protestan contra los nuevos peligros que se ciernen sobre sus reba?os.
El crecimiento de las manadas, en particular de lobos, plantea otro problema medioambiental: matan sin aparente dificultad a inocentes ungulados que se hab¨ªan acostumbrado a vivir sin esa amenaza. ?Estar¨ªan alces, ciervos y otros herb¨ªvoros en peligro de extinci¨®n a largo plazo si conviv¨ªan con osos y lobos? Un estudio que publica la revista Science demuestra que el alce puede parecer bobo, pero que cuando se trata de salvar el pellejo aprende con extrema diligencia.
El alce es el mayor c¨¦rvido de EE UU y plato favorito del lobo, depredador que consume un promedio de cuatro kilos de carne al d¨ªa. Los lobos desaparecieron de Yellowstone (Wyoming), el primer parque nacional creado en el mundo, a principios del siglo XX.
A mediados de la pasada d¨¦cada, tras vencer la intensa resistencia de los ganaderos de las tierras vecinas, Yellowstone acogi¨® a 31 lobos de origen canadiense en un experimento de recuperaci¨®n del medio ambiente original que es un ¨¦xito sin paliativos. Ahora mismo, en Yellowstone hay del orden de 160 ejemplares adultos, a los que se atribuye la capacidad de matar cada a?o unos 1.800 ejemplares de herb¨ªvoros grandes: alces, ciervos y, excepcionalmente, b¨²falos.
El choque inicial entre el gran matador y ungulados que hab¨ªan vivido sin tal amenaza durante 10 o 15 generaciones fue dram¨¢tico para los desprevenidos vegetarianos y permiti¨® tener un atisbo de lo que ocurri¨® hace entre 30.000 y 50.000 a?os, cuando la expansi¨®n del ser humano acab¨® con unas 170 especies de grandes mam¨ªferos, en lo que, con buen fundamento, se ha llamado la teor¨ªa de la guerra rel¨¢mpago. El propio Darwin, en la primera mitad del siglo XIX, consigui¨® un ejemplar del hoy extinto lobo de las islas Malvinas, entonces deshabitadas, simplemente acerc¨¢ndose al animal y mat¨¢ndolo.
Un equipo de investigadores de EE UU y Noruega, encabezado por Joel Beger, de la Universidad de Nevada, ha analizado el fen¨®meno y comparado la reacci¨®n de las presas que hab¨ªan vivido sin preocupaciones durante d¨¦cadas con las de c¨¦rvidos y ungulados de Alaska que vienen compartiendo ininterrumpidamente territorio con osos y lobos.
En zonas libres de depredadores, los alces j¨®venes esperaban pasivamente la llegada de los lobos, que s¨®lo ten¨ªan que saltar y degollar a su tierna v¨ªctima antes de darse un fest¨ªn. Incluso los adultos se inquietaban m¨ªnimamente. Ante la emisi¨®n del sonido de un aullido, el reba?o de alces inocentes elevaba la cabeza 30 segundos y al cabo volv¨ªa a pastar. Aprendieron r¨¢pido. Tras los primeros devastadores resultados para la progenie, los investigadores comprobaron que la emisi¨®n de un aullido creaba entre los alces una alarma que duraba seis minutos. Del mismo modo, madres que hab¨ªan visto caer a sus cachorros bajo las fauces de los atacantes duplicaban la distancia del ¨¢rea de cr¨ªa de sus v¨¢stagos con respecto a las zonas de ataque. Tambi¨¦n aprendieron a distinguir se?ales olfatorias y a saber que los graznidos de los cuervos, esos carro?eros que antes no les dec¨ªan nada, ahora sol¨ªan acompa?ar la llegada de los depredadores. 'Un alce de Wyoming que pierde una de sus cr¨ªas ante un depredador se vuelve tan espabilado como sus primos de Alaska en una sola generaci¨®n', dice Beger.
En la zona de Jackson Hole, al sur de Yellowstone, donde en 1996 se reintrodujo el oso, Beger ha comprobado que los osos, que no se parecen en nada a Yogi, han matado a 10 alces adultos en cinco a?os, mientras que en Yellowstone, donde ambas especies han convivido durante el ¨²ltimo siglo, no hay constancia de muertes semejantes.
El experimento plantea el enigma de c¨®mo es posible que los animales pierdan el sentido del peligro en s¨®lo unas generaciones, pero tambi¨¦n demuestra que aprenden r¨¢pidamente y que el instinto de supervivencia enseguida vuelve a la m¨¢xima alerta, lo que es una noticia alentadora para aquellos que tem¨ªan que los carn¨ªvoros fueran a acabar con sus presas.
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