Ratones para todos
Un grupo de voluntarios ense?a inform¨¢tica en un barrio marginal de M¨¢laga
Es una clase at¨ªpica. No hay aprobados ni suspensos; los alumnos van de los nueve a los 70 a?os y cada uno aprende a su ritmo. As¨ª es el aula de inform¨¢tica de la Palmilla, una iniciativa impulsada por cinco asociaciones con el objetivo de garantizar el acceso de los vecinos a una formaci¨®n que, en los tiempos que corren, resulta elemental. El desaf¨ªo asumido por un pu?ado de voluntarios tiene su m¨¦rito. Muchos disc¨ªpulos no est¨¢n ni siquiera familiarizados con un teclado. As¨ª que el primer paso es encontrar la p o la m y, despu¨¦s, domar el rat¨®n. Pero poco a poco se ven los resultados. Alexis, por ejemplo, de 15 a?os, ya hace viajes virtuales por todo el mundo gracias a la enciclopedia que el monitor le deja a modo de premio al finalizar la clase.
'Hay que engancharlos con cosas que les gusten', explica Sergio Recio, que por lo visto adem¨¢s de inform¨¢tica, se maneja bien con la psicolog¨ªa. Su t¨¢ctica pedag¨®gica da resultados. Laura apenas tiene nueve a?os y est¨¢ en su segundo d¨ªa de clase. Ella ha optado por el dibujo. Tras unos cuantos movimientos de rat¨®n aparece un paisaje monta?oso que la motiva a aventurarse en otras opciones de la pantalla. A su lado Amelia, de 70, escribe una carta. Es su primer contacto con un ordenador.
Mientras explica c¨®mo se pone el acento o c¨®mo se accede a tal programa, Carlos Mart¨ªn, otro de los voluntarios, resume la filosof¨ªa de la iniciativa: 'Hoy, no conocer inform¨¢tica es una forma de marginaci¨®n porque es como cuando antiguamente s¨®lo iban a la universidad las personas pudientes. Hay que democratizar el acceso a la inform¨¢tica. Para nuestra desgracia, esa democratizaci¨®n tiene que ser todav¨ªa a trav¨¦s de voluntarios; pero esa iniciativa debe ser institucional, el voluntariado no tiene que ser eternamente el parche. Esto es un reclamo para que las administraciones se den cuenta de que la ense?anza de la inform¨¢tica tiene que ser p¨²blica, igual que la alfabetizaci¨®n'.
Mientras Carlos hace esta argumentaci¨®n, Sergio da la luz verde para que los adolescentes que han acabado la clase jueguen al pinball. Pero s¨®lo 10 minutos, porque despu¨¦s viene otra tanda de alumnos. Con apenas ocho ordenadores, el ocio virtual debe racionarse porque su ¨²nico objetivo es atrapar al disc¨ªpulo.
La iniciativa se puso en marcha hace tres meses. Los monitores pertenecen a Ingenier¨ªa sin Fronteras, aunque hay otras cuatro asociaciones involucradas en el proyecto. Cada una participa a su manera. Unas prestan el local y otras buscan donaciones de equipos inform¨¢ticos. De hecho, el aula comenz¨® con cuatro ordenadores y ya ha duplicado las terminales disponibles. Las clases s¨®lo se imparten lunes y viernes, pero tan pronto como los monitores se liberen de los ex¨¢menes de febrero las actividades se ampliar¨¢n a martes y jueves. Las clases son gratuitas. Los alumnos ¨²nicamente tienen que poner las ganas de aprender.
Los voluntarios muestran que son militantes de la causa y deslizan un par anhelos por si alg¨²n alma caritativa los escucha: un local propio para que adem¨¢s de ampliar los horarios pueda crearse un punto de acceso gratuito a Internet y m¨¢s donaciones de equipos a fin de atender a los vecinos en lista de espera.
Entre los 56 alumnos, la mayor¨ªa son ni?os y adolescentes. Mujeres hay, aunque algo menos. Los hombres, en cambio, brillan por su ausencia. A Sergio no le preocupa, porque cree que el d¨ªa de ma?ana, los peque?os servir¨¢n como polea de transmisi¨®n de los conocimientos dentro de su familia. Por eso, sigue con su estrategia y les deja que descubran los secretos del ordenador, sus vericuetos y las puertas que pueden abrir con un simple clic.
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