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EL PRECIO DE LA LIBERTAD

Recuerdos sobre su iniciaci¨®n en ETA, las primeras muertes y el proceso de Burgos

Mayo del 68

M¨¢s informaci¨®n
'El precio de la libertad (1948-1977)'

Una tarde qued¨¦ con Teo, como le empezamos a llamar a Al¨ª, aunque no le gustara nada, para tomar un caf¨¦ porque quer¨ªa comentar con ¨¦l unos papeles que hab¨ªa escrito sobre la historia de Euskadi que me hab¨ªa pedido Txiki. Pero no pudimos hablar porque antes de que entrara en el bar me qued¨¦ fascinado por las im¨¢genes del telediario: Par¨ªs era una fiesta. Los estudiantes pretend¨ªan hacer la revoluci¨®n y hab¨ªan montado barricadas gigantescas amontonando coches, adem¨¢s de dejar las calles de la ciudad sin adoquines. Los arrancaban porque debajo estaba la arena de la playa, dec¨ªan. Para cualquier observador serio de la realidad pol¨ªtica europea, sobre todo si era de izquierdas, todo aquello era absurdo, carec¨ªa de sentido. Los estudiantes no representaban ning¨²n papel en el sistema productivo, por tanto no ten¨ªa sentido que quisieran hacer una revoluci¨®n. Pero para nosotros era la plena justificaci¨®n de nuestra apuesta vital. Un sector social marginal, en Cuba un pu?ado de guerrilleros, en Par¨ªs los estudiantes, en Euskadi unos cuantos militantes, ¨¦ramos capaces de poner en jaque a los gobiernos y obligar a los trabajadores a tener que definirse, a 'posicionarse', como empezaba a decirse, o con el poder o con los revolucionarios. (...)

Por supuesto, nos daba una envidia enorme la alegr¨ªa que mostraban los manifestantes en su lucha contra la polic¨ªa, y porque eran miles los que se movilizaban, y no como nosotros, apenas un par de docenas de personas todo el d¨ªa escondidas. Si en Francia finalmente triunfaba la revoluci¨®n ser¨ªa una revoluci¨®n alegre y llena de vitalidad, mientras que en Euskadi, por las formas de lucha, ser¨ªa algo s¨®rdido y un tanto jansenista o quiz¨¢ jesuita, donde dominar¨ªa m¨¢s que la exaltaci¨®n vital de los valores de los trabajadores el miedo al pecado que representaban los valores burgueses. En Euskadi, los jesuitas vencer¨ªan una vez m¨¢s a los franciscanos. La asc¨¦tica sobre la m¨ªstica.

Las armas

Maxi nos propuso a Pello y a m¨ª que le sigui¨¦ramos con la excusa de aprovechar el rato, y fuimos a su habitaci¨®n. Mientras revolv¨ªa en unas bolsas de pl¨¢stico que hab¨ªa dejado en el interior de uno de los armarios, Pello y yo nos sentamos sobre una de las camas. No nos pod¨ªamos imaginar para qu¨¦ nos quer¨ªa. Tras desenvolver algo, se dio la vuelta y nos mostr¨® dos pistolas. Una parec¨ªa sin estrenar, una Star del 7,75 con cachas marrones y ca?¨®n redondo. Realmente era horrible, no hab¨ªa visto nada parecido en ninguna pel¨ªcula. La otra era todav¨ªa peor: una 6,35 negra. Nos pidi¨® que eligi¨¦ramos.

Pello se adelant¨® y dijo que la que m¨¢s le gustaba era la grande. Yo coment¨¦ que la peque?a s¨®lo lograr¨ªa amedrentar a la gente haciendo ruido con la boca (?pum! ?pum!). Entre Pello y yo se cre¨® una extra?a competencia, de repente nos tomamos este asunto como si tuviera algo que ver con la jerarqu¨ªa en la organizaci¨®n o al menos con la antig¨¹edad. Ciertamente, Pello llevaba mucho m¨¢s tiempo que yo en ETA y ten¨ªa el m¨¦rito de haber montado la organizaci¨®n en un lugar como ?ibar, donde no hab¨ªa m¨¢s que unos cuantos quemados, y la convirti¨® en una de las zonas m¨¢s activas de toda Euskadi; pero tambi¨¦n era cierto que yo me hab¨ªa liberado antes que ¨¦l. Maxi decidi¨® que lo mejor era sortearlas. Sac¨® una moneda del bolsillo peque?o del pantal¨®n y se?al¨® a Pello con el ment¨®n. (...)

Aquella noche dormimos todos en la casa del pelotari de Ond¨¢rroa.

Fue la ¨²ltima vez que vi a Pepe. Siempre le recordar¨¦ tal como estaba en aquella escena, en calzoncillos y haciendo gala de una extrema delgadez mientras simulaba que sacaba del cinto una enorme pistola del 9 largo que hab¨ªa hecho la guerra civil, para apuntar precisamente a un espejo que reflejaba su imagen quijotesca. Era el s¨ªmbolo de un suicidio que expresaba mejor que ning¨²n discurso lo que ¨¦ramos en aquel momento y el esp¨ªritu asc¨¦tico de inmolaci¨®n que nos animaba, particularmente a ¨¦l. (...)

Al d¨ªa siguiente qued¨¦ con Teo, con Kepa y Manu, dos militantes de la zona, para hacer pr¨¢cticas de tiro. Me mor¨ªa de ganas para ver c¨®mo funcionaba mi pistola; Teo parec¨ªa un experto en armas a juzgar por el conocimiento que demostraba sobre marcas de tanques, aviones, fusiles y ca?ones. Me recogi¨® enfrente de la estaci¨®n de Algorta y nos dirigimos a un lugar cerca del paso a nivel que estaba junto a la iglesia de Santa Mar¨ªa de Getxo. Enseguida llegaron Kepa y Manu; el primero llevaba una gran bolsa de viaje que, a juzgar por c¨®mo la cargaba, deb¨ªa pesar much¨ªsimo.

Sal¨ª del coche para que ellos entraran al asiento posterior del 4L y nos dirigimos hacia la zona de Plencia pasando por Berango. Nos adentramos por carreteras vecinales, pero no hab¨ªa manera de dar con un lugar que convenciera a Teo: si no era porque hab¨ªa mucho tr¨¢fico era por un caser¨ªo de las proximidades o porque no se sab¨ªa qu¨¦ pod¨ªa haber al otro lado del pinar. Como me iba impacientando cada vez m¨¢s, empece a disparar a las se?ales de tr¨¢fico, naturalmente con poco ¨¦xito. Teo iba poni¨¦ndose m¨¢s y m¨¢s nervioso, pero a m¨ª me parec¨ªa que nadie podr¨ªa identificar con disparos el ruido que hac¨ªa mi pistola; en las pel¨ªculas el sonido era mucho m¨¢s rotundo y parec¨ªa que la tonter¨ªa que le hab¨ªa dicho a Maxi sobre el pum-pum de mi pistola era cierta.

Finalmente, nos decidimos a adentrarnos por un pinar hasta dar con una peque?a campa que nos hac¨ªa sentirnos suficientemente protegidos y desde donde se observaba la carretera. Kepa abri¨® la gran bolsa y sac¨® unos papeles de peri¨®dico que cedi¨® a Manu para que los colocara en un ¨¢rbol a modo de diana; luego sac¨® un fusil de mira telesc¨®pica y lo mont¨®: ajust¨® la culata al ca?¨®n y luego el telescopio, introdujo un cargador cerca del gatillo y se lo ofreci¨® a Teo para que se estrenara.

Este adopt¨® la pose de todo un profesional: respir¨® hondo, adapt¨® el codo a la cintura y agarr¨® el fusil; los dedos de la otra mano se abrieron como un abanico antes de introducir el ¨ªndice en el gatillo. Contuvo la respiraci¨®n y dispar¨®. El papel, ni se inmut¨®. Ninguno de nosotros percibi¨® el m¨¢s m¨ªnimo indicio de disparo ni en el pino, ni el suelo ni en ning¨²n otro ¨¢rbol de los alrededores; si no fuera por el apagado ruido del disparo, los tres jurar¨ªamos que no hab¨ªa disparado. Teo se qued¨® muy desconcertado. Se adelant¨® unos pasos y repiti¨® el rito con id¨¦ntico resultado. Parec¨ªa como si disparara con balas de fogueo. La tercera vez que repiti¨® la operaci¨®n, tras avanzar una decena de pasos, se qued¨® mirando incr¨¦dulo al fusil como si le estuviera tomando el pelo.

La muerte

Conchi dijo que era amiga de Mako y, cuando comprob¨® que hab¨ªa eliminado mis sospechas me dijo que hab¨ªa venido a avisarme de que en un control hab¨ªan matado a Etxebarrieta y otro compa?ero hab¨ªa logrado huir.

Pusimos la radio y al poco tiempo dio la noticia: hab¨ªa habido un enfrentamiento entre un comando de ETA y un guardia civil de Tr¨¢fico que les hab¨ªa interceptado para pedir la documentaci¨®n; el resultado fue la muerte del cabo Pardines Alday. Los dos miembros del comando se hab¨ªan ocultado en Tolosa, pero cuando salieron para cambiar de refugio fueron de nuevo interceptados. Se resistieron y uno de ellos hab¨ªa muerto, mientras el otro huy¨®. El muerto llevaba el carnet de identidad a nombre de Lukas Aig¨¹es, esto es, mi compa?ero del banco que me hab¨ªa dado su carnet, aunque luego se comprob¨® que en realidad era Francisco Javier Etxebarrieta Ortiz.

Irune se asom¨® y pregunt¨® qu¨¦ hab¨ªa ocurrido. Le respond¨ª que hab¨ªan matado a Pepe porque deduje que el carnet de identidad que hab¨ªa pasado a la organizaci¨®n era utilizado por Pello o por Pepe, si el apellido no era Sarasketa ten¨ªa que ser Pepe. Irune contest¨® que ¨¦l hab¨ªa matado a un guardia civil.

No le respond¨ª porque me invadi¨® una enorme e incontrolable sensaci¨®n de orfandad. Ten¨ªa la impresi¨®n de que el ¨²nico que sab¨ªa de verdad para qu¨¦ me hab¨ªa liberado era Pepe porque quiz¨¢ era el ¨²nico que ten¨ªa una idea medianamente clara de cu¨¢l era la extra?a e inaprensible l¨®gica del l¨ªo en que nos hab¨ªamos metido. Como se hab¨ªa empezado a ver en el BT de Ond¨¢rroa, ten¨ªamos sentimientos encontrados respecto a la fren¨¦tica actividad desarrollada por la organizaci¨®n. Por un lado est¨¢bamos satisfechos porque hab¨ªa generado m¨¢s noticias en la prensa y de mayor dimensi¨®n que todos los grupos pol¨ªticos juntos, pero por otra parte nos daba la sensaci¨®n que hab¨ªamos ca¨ªdo en una especie de borrachera de la acci¨®n por la acci¨®n que nos llevaba a relegar las actividades pol¨ªticas propias de la organizaci¨®n. (...)

De pronto me asalt¨® un temor, sin duda infundado, pero que se fue haciendo cada vez m¨¢s grande hasta convertirse en un pu?etazo en el pecho. Quiz¨¢ los guardias me hab¨ªan reconocido y, teniendo en cuenta lo ocurrido con Txabi Etxebarrieta, en lugar de intentar detenerme en plena carretera me hab¨ªan dejado pasar, esperando que me confiara y me durmiera para venir a detenerme.

Esa obsesi¨®n impidi¨® que conciliara el sue?o y me pas¨¦ toda la noche escuchando los ruidos de los coches y los ladridos de perros cada vez m¨¢s espaciados... S¨®lo cuando las cosas empezaron a recuperar sus aut¨¦nticas formas como si, movidos por una voluntad interior, arrojaran las tinieblas, vi que los guardias dejaban de parar a todos los coches, quiz¨¢ porque el tr¨¢fico se hab¨ªa intensificado, y me dorm¨ª sentado con la cabeza apoyada en la ventana. Lo peor no era que no hubiera cama donde descansar, sino la soledad y el miedo. Esperar tontamente a que vinieran a cogerme... No pod¨ªamos quedarnos con los brazos cruzados lamentando la muerte de Txabi y la detenci¨®n de Pello o, lo que era peor, nuestra propia suerte; ten¨ªamos que aprovechar al m¨¢ximo las nuevas posibilidades de lucha que nos ofrec¨ªa su sacrificio. Lo importante era no pensar. (...)

En ese momento empez¨® el telediario. La primera noticia fue que Melit¨®n Manzanas, el comisario de la Brigada Pol¨ªtico-Social de Guip¨²zcoa, hab¨ªa sido asesinado en Ir¨²n a la puerta de su casa. Apareci¨® una foto de ¨¦l, como de carnet de identidad; luego, el chalet donde viv¨ªa: Villa Arana. Un terrorista le esperaba cuando volv¨ªa a comer a mediod¨ªa, y le descerraj¨® varios tiros. No hab¨ªa testigos. Quiz¨¢ porque hab¨ªa coincidido que estaba cayendo un gran chaparr¨®n.

Teo me acerc¨® su destornillador para que lo chocara con el m¨ªo. Pero no fue un brindis de celebraci¨®n, parec¨ªa m¨¢s bien la liberaci¨®n de la tensi¨®n en que nos hab¨ªamos mantenido durante tanto tiempo:

-Esto se acab¨® -dijo tr¨¢gicamente, como buen andaluz.

-Efectivamente -asent¨ª.

Pero lo que se acababa no era la tensi¨®n, sino nuestra propia vida, ambos ten¨ªamos clar¨ªsimo que en cuanto nos cogieran nos iban a matar. Y una vez vista la noticia en el telediario sent¨ªamos que, en efecto, aquella muerte significaba nuestra voluntad de cerrarnos todas las puertas para que no pudi¨¦ramos salvarnos, para que la tentaci¨®n del reformismo no anidara jam¨¢s en nosotros, para que entre el pueblo vasco y el Estado espa?ol no cupiera otro lenguaje que el de la muerte y los tiros. Y esa pol¨ªtica ten¨ªa un precio: nuestra propia muerte.

He comprobado que es imposible vivir con la idea de nuestra muerte siempre presente. Por eso nos inventamos un truco que debe ser bastante frecuente entre la gente que por su oficio la ve pasar casi todos los d¨ªas a su lado, que consiste en pensar que ha habido un momento en que ya te han matado y, por tanto, el resto de tus d¨ªas los est¨¢s viviendo gratis, como de propina.

El juicio (1970)

Si ETA hab¨ªa cometido todos los delitos de los que nos acusaban, lo l¨®gico ser¨ªa que sus miembros fueran juzgados y condenados por ello. Pero eso era demasiado simple para una dictadura. La Ley de Bandidaje y Terrorismo basaba su justificaci¨®n en la existencia de unas circunstancias pol¨ªticas especiales que hac¨ªan necesaria su vigencia, y ¨¦stas consist¨ªan en la existencia de una guerra f¨¢ctica aunque no hubiera mediado una declaraci¨®n formal; lo cierto es que esa guerra se estaba produciendo, ?por qu¨¦?; simplemente porque en todo el territorio espa?ol hab¨ªa diez personas armadas, y ?qui¨¦nes eran?: naturalmente, nosotros; de manera que cuando el jefe de polic¨ªa de Bilbao dijo que 'se hab¨ªa declarado la guerra caliente a ETA' no estaba hablando metaf¨®ricamente, sino 'jur¨ªdicamente'. Lo l¨®gico hubiera sido, por lo tanto, que fu¨¦ramos juzgados y condenados por haber realizado esa guerra sin declarar al Estado espa?ol. Pero eso era demasiado l¨®gico para los franquistas. El escenario, como dir¨ªan ahora, era que el Estado espa?ol padec¨ªa una situaci¨®n de guerra en la que lo de menos era contra qui¨¦n; en aquel escenario, nosotros, a pesar de ser ciudadanos espa?oles, nos negamos a auxiliar al Gobierno espa?ol y colaboramos con su enemigo; ?cabe alguna situaci¨®n m¨¢s kafkiana? Era imprescindible que algunos compa?eros se declararan prisioneros de guerra durante el proceso para que luego todos lo reivindic¨¢ramos.

Lo primero que hice fue intentar demostrar que a las preguntas del fiscal no se pod¨ªa contestar con un s¨ª o un no, como pretend¨ªa el presidente, porque una pregunta encierra muchas categor¨ªas. Entonces, cuando me preguntaron si era miembro de ETA, respond¨ª que s¨ª. A continuaci¨®n intent¨¦ demostrar, con ayuda del abogado Castells, que las declaraciones fueron realizadas no bajo coacci¨®n, sino ilegalmente, porque el juez se hab¨ªa presentado en la comisar¨ªa de San Mam¨¦s donde estaba detenido. Como los dem¨¢s, intent¨¦ aprovechar las preguntas sobre la militancia en la organizaci¨®n refiriendo la 'opresi¨®n cultural, ling¨¹¨ªstica y nacional que sufre el pueblo vasco', y a preguntas de por qu¨¦ hab¨ªa ingresado en ETA respond¨ª que 'porque ve¨ªa la contradicci¨®n que ten¨ªan ciertos movimientos nacionalistas, que hac¨ªan abstracci¨®n de la explotaci¨®n, por superar la contradicci¨®n que ten¨ªa el movimiento socialista al abstenerse en la lucha nacional por la liberaci¨®n total del pueblo, y en ETA encontr¨¦ reunidas las dos ideas'; prosegu¨ª: 'Personalmente, no a nivel de organizaci¨®n, soy marxista-leninista. De la misma manera que cuando me preguntan si soy separatista digo que soy internacionalista...'. Como quer¨ªa prolongarme en la explicaci¨®n, el presidente no s¨®lo me mand¨® callar, sino que dijo que me retirar¨ªa el uso de la palabra. Sobre el terrorismo de ETA dije que, lejos de aterrorizar al pueblo, lo que hac¨ªa era despojarlo de su miedo. Finalic¨¦ mi intervenci¨®n aclarando el sentido que daba coherencia al proceso: 'Me considero prisionero de guerra y me acojo al Convenio de Ginebra; lo que ocurre es que no hemos querido hacer uso de ese derecho, de no presentar m¨¢s que nuestros nombres y apellidos, porque hemos querido aprovechar esta ocasi¨®n para exponer la lucha del pueblo vasco y la opresi¨®n que sufre. Gora Euskadi Askatuta!', y mientras pronunciaba estas palabras sub¨ª alguno de los escalones del foso hacia el estrado porque tem¨ªa que en cuanto subiera la voz los grises me cogieran. Por el rabillo del ojo ve¨ªa c¨®mo uno de ellos ven¨ªa tras de m¨ª agachado para agarrarme en cuanto recibiera la orden; como en el estrado, justo encima, estaban las pruebas (libros, armas y el hacha), la prensa del Movimiento explic¨® este gesto como un intento de alcanzar el hacha; incluso algunos peri¨®dicos dijeron que llegu¨¦ a cogerla, lo que se ha repetido en algunos libros, pero nada m¨¢s lejos de mi intenci¨®n en aquel momento.

El capit¨¢n Troncoso se puso a¨²n m¨¢s l¨ªvido que de costumbre y desenvain¨® el sable dirigiendo su punta contra m¨ª como si temiera que fuera a abalanzarme contra ¨¦l.

Consecuente con mi declaraci¨®n de prisionero de guerra, tras el grito empec¨¦ a cantar el Eusko Gudariak y los compa?eros se unieron al canto.

A los guardias no les result¨® nada f¨¢cil desalojarnos, porque el resto de los procesados estaban esposados unos a otros.

M¨¢s tarde nos hicieron pasar de nuevo ante el tribunal para preguntarnos si ten¨ªamos algo que alegar. Gesalaga, mostrando un sentido del humor a prueba de bombas, dijo que s¨ª, que le goteaba el 'glifo' y quer¨ªa que se lo 'aleglaran'.

Al d¨ªa siguiente se celebr¨® en ?ibar el funeral por Roberto P¨¦rez. Fue un entierro civil, como los que yo hab¨ªa conocido de ni?o, seg¨²n nos contaron en un pueblo de tanta tradici¨®n socialista y tan arraigada cultura laica.

El s¨¢bado 12 de diciembre muri¨® otra persona protestando contra el proceso de Burgos, en Mil¨¢n, en una manifestaci¨®n de estudiantes, y el 13 comenz¨® un encierro de intelectuales catalanes en el monasterio de Montserrat que tuvo una gran repercusi¨®n; reclamaban tambi¨¦n la amnist¨ªa y el derecho de autodeterminaci¨®n de los pueblos.

En vista de que no cesaban las protestas, el r¨¦gimen empez¨® a tomar medidas, y la primera fue, el 14, la declaraci¨®n del estado de excepci¨®n en toda la Pen¨ªnsula; a partir de ese momento empezaron a organizarse manifestaciones masivas en favor de la dictadura. La primera, en Burgos, liderada por Garc¨ªa Rebull, capit¨¢n general de la VI Regi¨®n Militar, que hab¨ªa estado en la Divisi¨®n Azul luchando con las tropas hitlerianas. La gente gritaba: '?ETA, al pared¨®n! ?ETA no, Franco s¨ª!'; al d¨ªa siguiente, 17 de diciembre, hubo una manifestaci¨®n en la plaza de Oriente que retrotra¨ªa la situaci¨®n pol¨ªtica espa?ola a mediados de los a?os cuarenta, dominada por los actos de apoyo al Caudillo como respuesta al aislamiento internacional del r¨¦gimen decretado por la ONU, lo cual le convert¨ªa m¨¢s que nunca en un residuo de la ¨¦poca de los fascismos en Europa. Exactamente lo que busc¨¢bamos, cerrar las salidas al franquismo para no dejarle ni el recurso de las falsas reformas y salvar con tal actitud nuestros huesos.

Pero estos actos no impidieron que tambi¨¦n los dem¨®cratas siguieran moviliz¨¢ndose, tanto en Euskadi como en Espa?a y en el resto del mundo. El d¨ªa 15, por ejemplo, los sindicatos franceses convocaron un paro de cinco minutos; se produjeron doscientas detenciones en Guip¨²zcoa: cuarenta empleados del Banco de Vizcaya detenidos por la polic¨ªa en el momento en que empezaron una huelga.

Uno de esos d¨ªas varios compa?eros recibieron un jarro de agua fr¨ªa, y no se trataba de una met¨¢fora: durante el proceso hac¨ªa tanto fr¨ªo en Burgos que estall¨® una ca?er¨ªa en un ala de las celdas de preventivos.

El 21 de diciembre Carrero Blanco manifest¨® en las Cortes: 'Cuando, cumpliendo las consignas del VII Congreso de la Internacional Comunista de 1935, el Frente Popular se apodera del gobierno de Espa?a para imponernos un Estado sat¨¦lite esclavo de Mosc¨², el pueblo espa?ol, con sano esp¨ªritu de conservaci¨®n, se levanta en armas conducido por nuestro glorioso ej¨¦rcito, cuya primera funci¨®n es defender a la patria de sus enemigos interiores y exteriores'; y se refiri¨® a tres tipos de guerra: limitadas, nucleares y subversivas. Y como para darle la raz¨®n, aparecen por primera vez los Guerrilleros de Cristo Rey, que dan una paliza inmisericorde a dos curas de Ond¨¢rroa.

El 28, d¨ªa de los Santos Inocentes, se nos comunic¨® la sentencia. Las condenas superaban las peticiones: si ¨¦stas eran de seis penas de muerte, las condenas llegaban a nueve, porque Txikerra, Goristidi y Teo Uriarte recibieron dos penas de muerte cada uno.

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