El genoma de un hombre perfecto
En esta ficci¨®n futurista, uno de los primeros ni?os seleccionados gen¨¦ticamente cumple 40 a?os y reniega de la elecci¨®n de sus padres
La primera interpretaci¨®n del genoma humano -el cat¨¢logo completo de los poco m¨¢s de 30.000 genes que permiten construir una persona a partir de un simple ¨®vulo fecundado- fue dado a conocer el lunes pasado en todo el mundo. Los cient¨ªficos no saben leer a¨²n esa informaci¨®n. Pueden deletrearla, descifrar sus frases sueltas y echar un vistazo a su sintaxis, pero no la entienden m¨¢s all¨¢ de lo que entender¨ªan una novela escrita en una lengua extraterrestre para la que s¨®lo dispusieran de un vocabulario parcial. Pero tampoco necesitan comprenderla para empezar a aplicarla. ?C¨®mo es esto posible?
Situ¨¦monos en una ma?ana de abril de 2047. Escenario: la desordenada consulta del doctor Santos, un m¨¦dico gen¨¦tico. Entra en escena Modesto Plata, ya cuarent¨®n, pero que fue uno de los primeros espa?oles nacidos por selecci¨®n gen¨®mica, all¨¢ por 2007. Alto y distinguido, Modesto Plata abri¨® la puerta met¨¢lica y mir¨® con disimulada aprensi¨®n la consulta del doctor Santos. ?C¨®mo pod¨ªa aquel hombre trabajar en medio de ese caos? Plata avanz¨® con decisi¨®n, apart¨® unos cables con la punta del zapato y se sent¨® frente al doctor Santos con cara de saber lo que se hac¨ªa.
-Doctor Santos, quiero que me corrija los genes.
Santos encendi¨® un Kaiser light y se prepar¨® para o¨ªr la perorata habitual. Modesto Plata empez¨® a hablar:
-Yo, doctor, nac¨ª en 2007. Mis padres eran gente pudiente, unos inform¨¢ticos de Toledo. Justo antes de que yo fuera concebido, en 2006, leyeron en la prensa un anuncio de Celera, aquella empresa americana, y decideron seleccionar mi genoma.
-Y lo hicieron mal.
-Al contrario. Mis padres se guiaron por principios muy sensatos. Eran gente muy informada.
Un momento. Hagamos una pausa. Si los cient¨ªficos acaban ahora, en febrero de 2001, de compilar el cat¨¢logo de los genes humanos y todav¨ªa no saben leer esa informaci¨®n, ?ser¨¢ posible que en 2006 o 2007 est¨¦n ya en condiciones de ofrecer a los padres m¨¢s ricos un servicio de selecci¨®n gen¨®mica para sus hijos? La respuesta es s¨ª.
Y la raz¨®n es que las t¨¦cnicas para examinar el genoma de cada individuo ya est¨¢n listas. Los artefactos necesarios se llaman biochips, y ahora mismo hay en Espa?a siete centros de investigaci¨®n que los fabrican. Con los biochips no hace falta saber gran cosa. Basta con hacer unas cuantas estad¨ªsticas del tipo: las personas con enfermedades cardiovasculares, o con propensi¨®n al c¨¢ncer de pulm¨®n, suelen tener esta combinaci¨®n de variantes en sus genes (o esta combinaci¨®n de actividades de cada uno de sus genes); por lo tanto, si este ni?o, o si este embri¨®n obtenido por fecundaci¨®n in vitro, tiene esa misma combinaci¨®n de variantes en sus genes, tendr¨¢ una alta probabilidad de desarrollar esta o aquella enfermedad en la edad adulta. Bien, volvamos a 2047.
-Mi padre -prosigui¨® Modesto Plata- muri¨® del mal de Huntington en 2010. Desde principios de siglo ¨¦l ya sab¨ªa que morir¨ªa del mal de Huntington, y que morir¨ªa exactamente en 2010. Por entonces estaba empezando el diagn¨®stico gen¨®mico.
-Ya llevaba funcionando unos a?os-, le corrigi¨® el doctor Santos.
-Bueno -admiti¨® Modesto Plata-, pero por entonces lleg¨® a Toledo. Mis padres, naturalmente, no quer¨ªan que su hijo muriera de Huntington, ni tampoco que tuviera la propensi¨®n al infarto que hab¨ªa diezmado a la familia de mi madre, as¨ª que se mandaron hacer unos cuantos embriones por fecundaci¨®n in vitro, 200 o 300, y les hicieron examinar el genoma. Descartaron los que ten¨ªan el gen del Huntington, y tambi¨¦n los que ten¨ªan una combinaci¨®n de 35 genes que aumentaba mucho el riesgo cardiovascular, y se quedaron con 67 embriones libres de ambas lacras.
Y entonces el visitador de Celera Genomics les dijo: 'Tenemos aqu¨ª la descripci¨®n del genoma de sus 67 embriones limpios. Ninguno de los 67 tiene el Huntington ni la propensi¨®n al infarto, pero todos son diferentes en todo lo dem¨¢s. Ustedes s¨®lo quieren un hijo, ?por qu¨¦ no eligen sus cualidades?'. Mis padres, como eran inform¨¢ticos, no tuvieron problema, as¨ª que fueron tomando decisiones sobre lo que despu¨¦s ser¨ªa mi persona, a medida que el m¨¦dico les iba dando a elegir entre mis posibles cualidades.
-Esa selecci¨®n de cualidades era ilegal por entonces, ?no? -se?al¨® el doctor Santos.
-S¨ª, pero ya le he dicho que mis padres ten¨ªan una posici¨®n desahogada -insisti¨® Modesto Plata.
-Ah, s¨ª, perdone. Prosiga.
Nueva pausa. La selecci¨®n gen¨¦tica de embriones es legal en la Uni¨®n Europea cuando su objetivo es evitar una enfermedad hereditaria, pero ilegal si lo que pretende es elegir las caracter¨ªsticas f¨ªsicas e intelectuales del hijo. Y,, como se?al¨® hace dos a?os el bioqu¨ªmico estadounidense Lee Silver, la frontera entre ambos conceptos es muy difusa. Por ejemplo, algunos genes aumentan la propensi¨®n a las adicciones. Si evitamos esos genes en nuestros embriones, ?estamos evitando una enfermedad hereditaria o mejorando las cualidades f¨ªsicas e intelectuales de nuestros hijos? Dif¨ªcil de saber. Silver, como muchos otros cient¨ªficos, no cree que esas leyes para evitar la eugenesia puedan hacerse cumplir. No al menos sin poner un par de polic¨ªas en cada laboratorio del mundo.
Volvemos a 2047.
-Entre alto y bajo, mis padres me eligieron alto, ya lo ve usted -prosigui¨® Modesto Plata, y puso un gesto de disgusto.
El doctor Santos, cuya estatura era m¨¢s bien escasa, le mir¨® con curiosidad:
-?Le molesta a usted ser alto?
-Doctor Santos, estamos en pleno siglo XXI. Todo el mundo elige su estatura en estos d¨ªas, y ser alto se ha convertido en una verdadera vulgaridad. Los hombres de la familia de mi madre sol¨ªan ser calvos. Entre los 32 embriones altos, seis llevaban los genes de la alopecia y fueron descartados. Qu¨¦ iron¨ªa, doctor. En los a?os treinta, como usted recordar¨¢, se puso de moda la calvicie y todav¨ªa no se ha pasado de moda. Y aqu¨ª me tiene usted con esta melena. Y no necesito recordarle la copla aquella de que cuanto m¨¢s pelo menos anhelo, copla que qued¨® confirmada hace unos a?os por los expertos del Max Planck.
-Prosiga.
-Al contrario que mi madre, mi padre y su familia tend¨ªan a la delgadez, as¨ª que eligieron esos genes flacos para m¨ª, y aqu¨ª me ve usted como un espad¨ªn. Pero ?a costa de qu¨¦? Pues a costa de no disfrutar de la comida, doctor, al igual que nunca la disfrut¨® mi padre. A costa de llegar a casa por la noche y no acordarme si hab¨ªa comido a mediod¨ªa o no. Luego descartaron los genes que indicaban adicciones, y ninguna tengo, en efecto. A continuaci¨®n me seleccionaron porque mis genes, seg¨²n los programas de la firma FaceValue de California, predec¨ªan un cierto parecido con George Clooney. Y ya sabemos que George Clooney se pas¨® de moda hace 30 a?os.
-Las modas vuelven.
-Cuando vuelvan me habr¨¦ muerto de viejo, porque los genes de la longevidad no se hab¨ªan descubierto a¨²n en 2007. Pero lo peor, doctor, fue lo de la inteligencia. Mi madre era mucho m¨¢s inteligente que mi padre, y no quisieron ponerme sus genes. Pensaron que la inteligencia me conducir¨ªa a la miseria, como le hab¨ªa pasado a mi abuelo materno, y me seleccionaron para tener un cerebro com¨²n. Unos sesos, como yo digo. ?Tendr¨¦ arreglo? ?Podr¨¢ usted corregirme los genes, doctor?
Corten. Tal vez el doctor Santos pueda corregir los genes de Modesto Plata. Predecir los avances de la gen¨¦tica de aqu¨ª a medio siglo es sencillamente imposible. Pero predecirlos de aqu¨ª a 2007 no es tan arriesgado. Las t¨¦cnicas gen¨®micas usadas por los padres de Modesto Plata son ya casi una realidad, y seis a?os no es mucho esperar para que esas t¨¦cnicas lleguen a Toledo. Tomar las decisiones adecuadas es otra cuesti¨®n. La gen¨®mica tiene mucho que decir sobre la potencialidad de las personas, pero muy poco sobre sus prejuicios.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.