Lecturas
'El hombre oprimi¨® ¨ªntegro el cuerpo de Connie contra el suyo, enloquecido, el peso de la suave y fr¨ªa carne de hembra que r¨¢pidamente se puso c¨¢lido, con el contacto. La lluvia ca¨ªa sobre ellos, y sus cuerpos desped¨ªan vapor'. No, no me he vuelto loca. Ni tampoco se me ha colado en el ordenador, con perverso ¨¢nimo de servir para un plagio, el p¨¢rrafo precedente, que cualquier contumaz lector dotado de buena memoria recordar¨¢ pertenece a uno de los pasajes m¨¢s t¨®rridos de El amante de lady Chatterley, de D. H. Lawrence.
No. Ocurre que he visto la grabaci¨®n, en v¨ªdeo, de la entrevista con el muy le¨ªdo presidente Aznar, emitida en el ¨²ltimo programa de S¨¢nchez-Drag¨®. No pude verla en directo porque a la ma?ana siguiente ten¨ªa que levantarme temprano para viajar, y la dej¨¦ para mejor ocasi¨®n. Leyendo estos d¨ªas las rese?as sobre el programa, he echado en falta alusiones a lo que m¨¢s me impresion¨® y m¨¢s me uni¨®, si cabe, al lector de La Moncloa.
Me refiero al momento en que confiesa, con ese aire de pill¨ªn que le caracteriza, haber trepado m¨¢s de una vez a los estantes m¨¢s altos de la librer¨ªa familiar, a la captura de libros prohibidos. Prohibidos por el Vaticano, desde luego (el famoso ?ndice, tan seductor para los adolescentes), porque de otro tipo de censura (la franquista: Alberti, Neruda, un suponer) no habl¨® en absoluto.
Quiz¨¢ lo que hizo mella en m¨ª fue la circunstancia subjetiva de que estoy a r¨¦gimen y cuando puse la cinta ten¨ªa una zanahoria en la mano, pero el caso es que, como joven trepadora nata en busca de libros prohibidos (tambi¨¦n) por el ?ndice que fui, tengo que decir que uno de los m¨¢s solicitados por los p¨²beres era el susodicho Amante de la desasistida Chatterley. Fantase¨¦: ?Hemos sobado el presi y yo, en distintas ¨¦pocas pero con la misma mano, las mismas p¨¢ginas deliciosas y funestas para nuestra formaci¨®n del esp¨ªritu nacional? S¨®lo pensarlo se me hace la boca agua, de puro morbo.
Pues tambi¨¦n escribe D. H. Lawrence: 'De repente, el hombre levant¨® el cuerpo de Connie, y los dos cayeron en el sendero, envueltos en el rugiente silencio de la lluvia, y el hombre, con dureza y rapidez, la posey¨®, con dureza y rapidez el hombre termin¨®, como un animal'.
Ay, madre.
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