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EN BARCELONA, CON CHILABA

Estremecedor relato de una escritora y colaboradora de EL PA?S que, haci¨¦ndose pasar por joven turca, busca durante 13 d¨ªas trabajo y alojamiento. Una estampa de la vida cotidiana de muchos inmigrantes

Mi amigo Mohamed me acompa?a a la tienda del se?or Fauzia, en la calle Sant Pau de Barcelona, donde voy a comprarme una chilaba y un pa?uelo para la cabeza, que me ayudar¨¢n a parecer inmigrante como ellos. Bueno, ya s¨¦ que inmigrante no es exactamente la palabra, ser¨ªa mejor exiliado econ¨®mico.

Durante dos semanas, me har¨¦ pasar por turca de religi¨®n musulmana. Elijo el pa¨ªs por razones pr¨¢cticas; viv¨ª en Turqu¨ªa (hablo un poco de turco), as¨ª que si entro en contacto con extranjeros marroqu¨ªes o paquistan¨ªes podr¨¦ disimular mi condici¨®n de periodista.

Ya se acordar¨¢n ustedes que hace m¨¢s de un mes, en Barcelona, 80 inmigrantes se encerraron en distintas iglesias, para reclamar 'papeles para todos'. Al principio hicieron huelga de hambre. Ahora, son unos 700, y un grupo de mujeres se les uni¨® el d¨ªa 12, en otra iglesia. Muchos no tienen otro lugar donde dormir.

'ME GUSTAR?A QUE ESTUVIERAS EN MI CASA, QUE ME LIMPIARAS, Y TUVI?SEMOS UNA AMISTAD COMO MARIDO Y MUJER'

A lo mejor, si se hubiesen encerrado, qu¨¦ s¨¦ yo, en Notre Dame de Par¨ªs, el mundo estar¨ªa mirando all¨ª. Estoy segura de que los intelectuales solidarios de toda la vida habr¨ªan montado ya un concierto de apoyo. En Barcelona nadie les hace mucho caso, aunque es cierto que Paco Ib¨¢?ez y Marina Rossell cantaron para ellos (y les vimos mucho en la tele y en las fotos).

El se?or Fauzia me ense?a chilabas. Me gusta una, muy bonita, de color rojo, pero ¨¦l y Mohamed casi se escandalizan: '?Esa, no!'. Al final me quedo la que ellos escogen, que es negra con un discreto dibujo dorado. El pa?uelo que yo quer¨ªa, para la cabeza, tampoco les parece apropiado, creen que es mejor que me quede el gris, 'que es m¨¢s serio'. Obedezco. Mohamed me ense?a a pon¨¦rmelo. Es f¨¢cil. Me miro en el espejo de la tienda y tengo la sensaci¨®n de haber desaparecido, no me reconozco. Aunque Mohamed cree que las mujeres con chilaba est¨¢n m¨¢s guapas, pienso que me he echado a?os encima.

Salgo a la calle. Cojo el autob¨²s con una mezcla de adrenalina y miedo. Tengo calor, pero no puedo quitarme el jersey de debajo de la chilaba. Est¨¢ claro que los pasajeros no ven nada raro en m¨ª. Lo noto enseguida porque una se?ora muy castiza murmura: 'No, si al final los extranjeros seremos nosotros'.

A su lado, en cambio, modernos y modernas, educadores de calle, barbudos, progres y chicas vestidas de lila o rosa adoran cederme el asiento, aunque ya tenga uno, y me sonr¨ªen con amor a la diversidad.

Es la primera prueba y la supero sin problemas, pero todav¨ªa no he abierto la boca. Hablar ser¨¢ m¨¢s dif¨ªcil. He ensayado. Cambio de orden las frases y convierto algunas ¨ªes en es.

Voy al bar de al lado de mi casa donde cada d¨ªa tomo un caf¨¦ despu¨¦s de comer. Bajo la cabeza y pido agua: '?Ponirme agua?'. Antonio, el camarero, me la pone sin reconocerme.

Encuentro una pensi¨®n en el barrio del Raval. Vale 1.200 pesetas la noche, pero si est¨¢s all¨ª unos cuantos d¨ªas, te arreglan el precio. Yo estar¨¦ dos semanas. No piden papeles. En general, all¨ª, todo el mundo va a lo suyo, la mayor¨ªa son hombres solos. Mi habitaci¨®n es peque?a. Hay dos plegatines individuales y una mesita de noche. El lavabo est¨¢ al final del pasillo y muy de ma?ana se forma una cola para la ducha, pero las mujeres pasamos primero.

Es de noche y en el -llam¨¦mosle- sal¨®n veo la tele con los dem¨¢s -llam¨¦mosles- hu¨¦spedes. Tomamos t¨¦. En el programa que estamos viendo, un invitado le dice al otro para llamarle tonto: '?Tienes menos luces que una patera!'.

Sentada en una silla, a mi lado, est¨¢ Malika, que vino en patera. Me confirma que su patera no ten¨ªa luces, por lo que, dice, riendo, es un chiste divertido.

D?A 1

'Chica extranjera se ofrece para trabajar como interina. Econ¨®mico. Malika'. ?ste es mi anuncio. Sale publicado al d¨ªa siguiente, que es lunes, en la secci¨®n Servicio Dom¨¦stico de la revista Anuntis. Poner un anuncio en esta revista es gratis. Lo pongo por tel¨¦fono, desde una cabina, y el nombre de Malika es el primero que se me ocurre. Esta vez ya he procurado no llevar tanta ropa debajo de la chilaba.

El primero que responde es un tal Carlos. Pregunta de d¨®nde soy y cu¨¢ntos a?os tengo. Hab¨ªa pensado quitarme seis, decir 28, pero se me olvida, con los nervios. Tengo miedo de que me descubra.

Al saber que soy turca, me dice, compungido, que habr¨ªa preferido a una rusa. Despu¨¦s, quiere saber si ya he trabajado en el servicio dom¨¦stico, y creo que es mejor decir que s¨ª. Me pregunta si quiero ser interina o fija. 'No intiendo diferencia', chapurreo. Procuro hacer pausas largas, como si me costase encontrar las palabras.

Entonces me explica lo que quiere. Pero tarda mucho en explicarlo, da vueltas y vueltas, para que yo lo adivine.

'A m¨ª me gustar¨ªa que estuvieras en mi casa, que me limpiaras y tuvi¨¦semos una amistad como marido y mujer. Yo te ayudar¨ªa con cien mil al mes. Te vestir¨ªa, te alimentar¨ªa...'.

Me asusto tanto que no digo nada. '?Me entiendes, Malika?', va repitiendo suavemente. Le pregunto si se refiere a que tengo que acostarme con ¨¦l. Dice que s¨ª. Y empieza a preguntarme si soy bonita. Si tengo hijos y marido. Creo que s¨®lo lo quiere saber para hacerse una idea de si domino las cuestiones de cama, no es que le importe. Como no le contesto, insiste con educada impaciencia: 'Pero ?eres delgada o gruesa?'. 'No s¨¦', digo, y yo misma me noto la voz acongojada, pero no se apiada. 'Has hecho el amor alguna vez, ?no?', quiere saber Carlos. Le pregunto si no puedo ser s¨®lo su mujer de la limpieza. Le digo que he huido de mi pa¨ªs buscando una vida mejor. 'Y la tendr¨¢s. Aqu¨ª no te pegar¨¢ nadie', me explica, como si se diese por supuesto que all¨ª s¨ª lo hac¨ªan. Y sigue: '?Pero eres bonita? ?Te lo dicen? ?Te dicen que eres bonita?'.

'Nesesito trabajo honrado', insisto, y ¨¦l replica antes de citarme otra vez para m¨¢s tarde: 'Una pregunta indiscreta: ?tienes mucho pecho?'.

No me he anunciado en la secci¨®n de contactos, pero me propone una alternativa. La alternativa es que (si tantas ganas tengo de limpiar) me busque una casa pero me acueste con ¨¦l dos o tres veces por semana. Me 'ayudar¨¢'. Me dar¨¢, dice 'no s¨¦, seis, siete, ocho... ?Tienes buenas piernas? ?Qu¨¦ talla de sujetador usas?'.

Me cuenta que trabaja en la caja de un bar, que es buena gente. Le digo que llame a una prostituta y replica sorprendido que lo que ¨¦l me propone no es prostituci¨®n, ni mucho menos, es hacer de marido y mujer. Me da la direcci¨®n de la calle donde vive para que vaya a verle. Podr¨ªa terminar el reportaje aqu¨ª y ya habr¨ªa visto bastante.

D?A 2

Busco piso. Dedico horas, d¨ªas a ello. Desde un locutorio, llamo a unas veinticinco inmobiliarias y concierto citas para la tarde y el d¨ªa siguiente. No digo que soy musulmana.

Por tel¨¦fono, comerciales animosos me explican caracter¨ªsticas: 'Mucho sol, techos alt. Puertas ember. Listo vivir'.

Me recuerdan que tendr¨¦ que traer una n¨®mina que no sea demasiado reciente y, si no gano mucho, un aval personal. Tengo el aval personal, ya lo hab¨ªa previsto. Esa tarde veo unos cuantos pisos y ellos me ven a m¨ª con la chilaba. Se ponen nerviosos. Unos se excusan diciendo que casualmente el piso que estamos viendo se acaba de alquilar. Otros me hacen ir hasta la oficina, redactan el contrato y al final me piden algo que no me hab¨ªan pedido por tel¨¦fono. Papeleo. En el tiempo de ir a buscarlo y volver, el piso ya est¨¢ alquilado.

D?A 3

As¨ª que hoy no me pongo la chilaba. Me pongo una peluca morena y ropa discreta. La cosa cambia. Veo un piso y digo que me interesa. Quedamos para firmar esa misma tarde.

Pero por la tarde me ven con la chilaba, se quedan catat¨®nicos y el piso ya est¨¢ alquilado.

Si al cabo de un rato llama alg¨²n amigo m¨ªo preguntando por ese piso (el m¨ªo), le responden encantados que puede verlo cuando desee, que est¨¢ libre. Si llamo yo, me contestan con educada impaciencia: 'Oye ?no te hemos dicho que ya est¨¢ alquilado?'. Y as¨ª una vez y otra y otra. Una de las comerciales con la que he quedado ten¨ªa que ense?arme tres pisos en un mismo bloque. Me dice, al verme, que los tres se acaban de alquilar hace una hora. Me parece tan curioso que ya no dudo de que en Barcelona est¨¢ actuando un peligroso inquilino en serie.

D?A 4

En una inmobiliaria, sin embargo, est¨¢n dispuestos a hacerme el favor de alquilarme algo. Algo que no es ni c¨¦ntrico, ni grande, ni luminoso, pero que en definitiva me juran que es un piso.

Le pido a Mohamed que me acompa?e. Estos d¨ªas, para echarme una mano, ha descuidado un poco su trabajo. Es secretario de la Asociaci¨®n Ibn Batuta, en la calle Sant Pau, donde se dan clases de espa?ol y catal¨¢n para extranjeros, y te ayudan a conseguir trabajo o papeles. Los profesores son voluntarios y los alumnos, por supuesto, tambi¨¦n.

Cuando Mohamed y yo, que simulamos ser marido y mujer, vemos el edificio, el alma se nos cae a los pies. Parece construido por los herederos chapuzas del alcalde Porcioles.

Las ¨²nicas ventanas del bloque dan a un patio lleno de escombros, mugre y jeringuillas. Distinguimos una guitarra el¨¦ctrica, en el suelo ?qu¨¦ har¨¢ all¨ª?, y una colonia de ratas.

'Y ?qu¨¦ quer¨¦is?', se disculpa la mujer de la inmobiliaria, '?el hotel Ritz?'.

Por el hueco de la escalera hay muebles tirados. Alquilar aquello cuesta 50.000 pesetas m¨¢s un traspaso.

Subimos arriba. La mujer abre la puerta, con su llave, y siete personas, de pie, en la entrada nos miran atemorizadas.

'Se ir¨¢n el d¨ªa 1', nos promete la mujer, 'se les ha acabado el contrato'. Mientras ella inspecciona el piso, hablo con ellos. Son ilegales y no pueden salir en la foto. Nigerianos. Nos entendemos en ingl¨¦s. Me explican que les han estafado. La antigua inquilina y titular del piso, tambi¨¦n nigeriana, llevaba seis meses sin pagar el alquiler, se fue y les hizo creer a ellos que a cambio de un traspaso de 200.000 pesetas podr¨ªan vivir all¨ª. Se las dieron. Creyeron que todo era legal y ahora se encuentran con que tienen que irse porque la inquilina les enga?¨®. Digamos que es la picaresca que siempre se da en las situaciones de miseria.

Anita, una de las chicas, llora.

D?A 5

En un comedor social conozco a F¨¢tima, de Marruecos. No lleva pa?uelo en la cabeza ni chilaba. Me explica que sin chilaba no la miran, pero que, sin embargo, vestir 'a la europea' es m¨¢s caro y m¨¢s inc¨®modo. Fatima lleva siete a?os en Espa?a y empez¨® trabajando de interina. Ahora limpia por su cuenta. Se gana m¨¢s. Pero se ha hecho da?o en un pie y no puede trabajar.

Viv¨ªa con su hermana y su cu?ado, en Barcelona, y cuando llegaba el s¨¢bado la encerraban en el lavadero para que no pudiera salir. Se escap¨®. Mientras comemos, me dice que jam¨¢s ha notado racismo, pero luego me explica que trabaj¨® en la pasteler¨ªa de dos hermanos solteros. Los hermanos tambi¨¦n hab¨ªan venido de otra tierra, eran, pues, emigrantes como ella, pero ya no se acordaban.

F¨¢tima limpiaba el obrador. En el tiempo de las casta?as y los panellets (pasteles t¨ªpicos de Todos los Santos) hab¨ªa una saca de pi?ones en el mostrador y los dos hermanos la pesaban al llegar y al irse, para asegurarse de que nadie robara ni un solo pi?¨®n. Un d¨ªa faltaban unos gramos y adivinen a qui¨¦n despidieron. Despu¨¦s se descubri¨® que el aprendiz de pastelero com¨ªa mientras trabajaba, ya ves t¨² los pi?ones que puede comer un pastelero mientras trabaja. Pero F¨¢tima no fue readmitida.

Me pregunta si me hace falta algo, y me da la direcci¨®n de un Centro de Servicios Sociales de barrio, donde tienen un sistema de vales para personas sin recursos, como ella o (cree que) yo. Te dan, por ejemplo, un vale de 2.000 pesetas (despu¨¦s de evaluar tu situaci¨®n) y puedes ir al s¨²per a cambiarlo por productos de primera necesidad. Es un buen sistema porque en los comedores sociales s¨®lo tienen productos secos como arroz, o legumbres, o excedentes de la Uni¨®n Europea (a veces latas de cola), pero no fruta y verdura.

D?A 6

As¨ª que acompa?o a F¨¢tima al s¨²per. Cogemos nuestra cesta verde. El s¨²per pertenece a una cadena, yo he ido all¨ª muchas veces cuando todav¨ªa no era Malika. No todos los supermercados aceptan trabajar con el sistema de vales. Les cuesta tiempo y dinero.

Por los altavoces suena la m¨²sica corporativa y la voz alegre y animosa de las ofertas. '?Troncos de merluza congelados s¨®lo a 600 pesetas kilo!'.

Hannan compra y va hacia la caja a entregar el vale.

'Oye, ?listas!', a¨²lla la cajera con un tono agrio y desagradable que hace girarse a todas las compradoras, 'si ven¨ªs con vales de beneficencia, os esper¨¢is, que aqu¨ª hay cola'.

Finalmente, cuando no hay ni una sola clienta, ni una sola, en el supermercado, puede ir a entregar el vale. La cajera vuelve a gritar:

'?A ver, guapa! Si llevas vales tienes que coger cosas de oferta! No puedes coger primeras marcas, ?o no lo sabes? ?Esta leche es de oferta? ?Ves t¨² que est¨¦ de oferta? C¨¢mbiala por una marca blanca, cojooo-nes'.

En los servicios sociales me han explicado, despu¨¦s, que los vales no son para que te compres caprichos como laca o gomina, pero s¨ª algo necesario como gel de ba?o. Y tienes que procurar comprar cosas de oferta. Pero a veces, cuando eres extranjero y todav¨ªa no dominas el idioma, no es tan f¨¢cil saber lo que est¨¢ de oferta y lo que no. Adem¨¢s, no es asunto de la cajera.

Le cuento a la directora del centro lo que ha pasado. Se preocupa mucho, parece una enamorada de su trabajo, eficiente y nada paternalista. Me pide que acompa?e al se?or Amhed (que no domina el idioma todav¨ªa) a otro s¨²per, con su vale.

Compra galletas bajas en calor¨ªas y, a juzgar por lo flaco que est¨¢, puedo jurar que es un error derivado del desconocimiento. Nos tratan con normalidad.

Se forma una cola muy larga por culpa nuestra. Ahmed mira al horizonte. Los de la cola se esperan con educada impaciencia.

D?A 7

Me llama un anciano de 72 a?os, por lo del anuncio. Se llama Jaume y por el prefijo s¨¦ que es de Tarragona o provincia. ?ste me pregunta si soy filipina.

He recibido hasta ahora 11 llamadas, contando la de Jaume, todas de hombres y todas pidiendo una criada que se quiera acostar con ellos.

Tardo un mont¨®n de rato en hacerle entender que soy turca. '?Ah! As¨ª que eres europea tambi¨¦n', se sorprende: 'Hubiese preferido una filipina, son m¨¢s d¨®ciles'.

Luego me cuenta que vive en una casa enorme con una fachada de piedra que los turistas siempre fotograf¨ªan. Le pregunto el nombre del pueblo, pero no me lo dice. Lo que me dice es que iremos a la Costa Brava de excursi¨®n, los dos. Con ¨¦ste no hace falta fingir ni el m¨ªnimo acento. Me pagar¨¢ 60.000 pesetas al mes, dormir¨¦ all¨ª, tendr¨¦ un d¨ªa libre a la semana.

'Son las tarifas', me hace creer. 'Un viejo solo que no est¨¦ enfermo son 60.000. Si fuesen dos viejos, ser¨ªan setenta, si fuesen tres, ochenta...'.

De lo que deduzco que para poder vivir tendr¨ªa que cuidar a siete u ocho ancianos (sanos).

'No busques m¨¢s, son las tarifas habituales', insiste. Y luego, me promete que si soy honrada me dar¨¢ un premio. 'Yo tuve a una dominicana (¨¦sas son unas vagas) y un d¨ªa que fui al restaurante a comer me rob¨® el carn¨¦ de identidad, para hacerse papeles para ella y para toda su familia', desvar¨ªa. 'Si me robas tendr¨¦ que denunciarte como a ella. Yo he sido inspector de la Renfe, te lo advierto'.

Jaume me anuncia que al d¨ªa siguiente coger¨¢ el Catalunya Expr¨¦s y a las diez estar¨¢ en la estaci¨®n del paseo de Gracia. Nos encontraremos en la parada de los taxis. Como detalle hacia m¨ª, me dice que vendr¨¢ con un gorro '¨¢rabe' en la cabeza que le regal¨® un amigo musulm¨¢n. 'As¨ª me conocer¨¢s y yo te abrazar¨¦ y te dar¨¦ un beso', me promete, cosa que ya me asusta un poco.

D?A 8

Cuando nos encontramos, no s¨¦ muy bien c¨®mo, el hombre empieza a hablarme de sexo. Me cuenta que ¨¦l 'ya no puede hacer el amor', pero que sin embargo le gustan los v¨ªdeos pornogr¨¢ficos y la educaci¨®n sexual. Al rato ya me est¨¢ contando c¨®mo se pone un preservativo.

Que la persona para la que trabajar¨¢s te empiece a hablar as¨ª, cuando te acaba de conocer, de verdad que da mucho miedo. Una mujer sin papeles podr¨ªa desaparecer en esa casa de piedra, y ?qui¨¦n la buscar¨ªa? ?Qui¨¦n me ayudar¨ªa si este hombre me hiciera da?o?

En un momento dado, Jaume me empieza a sobar de arriba a abajo, con unas manos muy fuertes, como agarrotadas, y cuando quiero quit¨¢rmelo de encima, cuando le digo que me deje, me amenaza con denunciarme y grita que le he robado. Todo el mundo me mira. Salgo corriendo.

D?A 9

Me llama un tal Marcos y me dice que busca a alguien para que le limpie la tienda de comestibles, as¨ª que quedamos en una gasolinera cercana a su casa. 'No te enga?ar¨¦, habr¨ªa preferido una cubanita', me confiesa cuando me ve, pero aun as¨ª est¨¢ dispuesto a contratarme. Me doy cuenta de que todos se han hecho una composici¨®n injusta y estereotipada de las mujeres seg¨²n su procedencia: cubana igual a cachonda, filipina igual a sumisa, rusa igual a t¨ªa buena...

'Me gustar¨ªa que limpiaras mi tienda de comestibles, por las tardes, por 10.000 al d¨ªa. ?Te parece bien?'.

Me parece incre¨ªble.

'Pero lo que busco es que seas liberal'.

Si no fuese tan triste todo esto, me echar¨ªa a re¨ªr. Limpiar siendo liberal.

Le digo, t¨ªmidamente, que preferir¨ªa no ser liberal. Se sorprende: lo que me propone no se puede llamar prostituci¨®n, me aclara con educada impaciencia: 'No, no, no es acostarse en plan industrial, mujer, yo soy particular'. Le digo que no, y ya no es educado:

'Hay m¨¢s putas que clientes, ?sabes? Y las putas son personas estupendas, muy honradas, que te enteres; los que no son honrados son los que roban y los que mienten como vosotros, que me parece que vienes t¨² del limbo. ?Putos moros!'.

D?A 10

Mohamed me presenta a su hermana, Na?ma Bhakat. Me acogen en su casa. Cuando llegamos, Na?ma est¨¢ terminando de comer mientras ve un programa de cotilleos. Despu¨¦s charlamos, pero la tele se queda encendida. En el telediario no paran de hablar de 'avalanchas' de inmigrantes que cruzan el Estrecho.

Na?ma trabaja en el servicio dom¨¦stico, pero por su cuenta. Empez¨® de interina. Conoci¨® a su marido (tambi¨¦n marroqu¨ª) en Barcelona y se casaron en el pueblo de ella. 'Dos a?os de trabajo sirvieron para pagar la boda'. Tienen una ni?a peque?a y Mohamed, que es soltero, vive tambi¨¦n en la casa.

Na?ma prepara un t¨¦ y, cuando lo estamos tomando, hace algo que millones de casados del mundo, no importa la religi¨®n o el lugar donde vivan, est¨¢n haciendo en estos instantes. Nos ense?a el v¨ªdeo de su boda. Su hermano, sin embargo (y esto tambi¨¦n es igual en todas partes) es el que no suelta el mando. Hablamos de esto y aquello. Mohamed me cuenta que s¨®lo se casar¨¢ con una mujer que adopte su religi¨®n. Y a?ade: 'Me dan pena estas chicas que vienen aqu¨ª en busca de una merecida libertad y confunden libertad con libertinaje. Descubren la noche, beben...'.

Durante estos d¨ªas, obligados por el reportaje a hacer de marido y mujer, discutimos todo el rato el uno con la otra. ?l y yo tenemos ideas propias y muy distintas sobre la vida. Despu¨¦s de pelear como urogallos, sin embargo, nos re¨ªmos bastante.

D?A 11

En las tiendas de ropa elegante, esas tiendas que tienen pestillo, no me abren. Me ven y me dicen que no con la mano, desde dentro, como si yo pidiera limosna.

En los grandes almacenes miro las joyas. Directamente, no me atienden, aunque espero 15 minutos. Las empleadas hacen como que tienen trabajo, se van y no vuelven.

Voy a la secci¨®n de perfumer¨ªa. Espero con el monedero en la mano. Una chica se cuela. No es mala intenci¨®n. Es que no cree que yo quiera comprar nada.

'Le toca a esta se?ora', dice, t¨ªmidamente, la empleada jabonera. Con la chilaba y el pa?uelo soy una se?ora. Me sonr¨ªe con educada impaciencia. Se?alo un jab¨®n para pieles mixtas. '?Jab¨®n para pieles mixtas?', repite, afirmando, con cantinela perfumera. Me lo ense?a. Est¨¢ nerviosa. Le doy mi tarjeta de cr¨¦dito. Hay un revuelo imperceptible en el mostrador. Enrojece. No quiere ser desagradable. No quiere que pase nada. No es racista. Le doy el pasaporte antes de que me lo pida. Parece aliviada. 'Tendremos que mirar la ¨²ltima p¨¢gina...', canta tambi¨¦n, refiri¨¦ndose al pasaporte. Comprueba que mi pasaporte y mi tarjeta de cr¨¦dito coincidan. '?Pero esto d¨®nde es?', me pregunta. Esto es mi pueblo, en la provincia de Barcelona (parece que tambi¨¦n le suena muy raro). Se las lleva. Vuelve. Se las vuelve a llevar y llama al encargado. Pasa tanto tiempo que seguramente el jab¨®n ya ha caducado. El encargado me pregunta si el pasaporte es m¨ªo. Finalmente hay consenso: ?me cobrar¨¢n! Nunca un comprobante ha sido tan sospechoso, al salir. 'Tendr¨¢ que firmar, ?eh?', me advierte ella. Bueno, pues firmo. 'Sobre todo, por su bien, no pierda esto'. Esto es el tique de caja. Lo llevo en la mano, muy visible, pero en la puerta, el vigilante de seguridad cree oportuno registrar mi bolso, registrar el jab¨®n y comprobar mi carn¨¦.

Por la noche, con Mohamed vamos al Marem¨¢gnum, la zona de ocio nocturno de Barcelona, en el puerto. Lo hacemos por rutina. En Barcelona y en todas las ciudades, igual que se hacen gu¨ªas de lugares para tomar copas, se podr¨ªa hacer la Gu¨ªa alternativa de lugares donde gitanos, moros, sudacas, kosovares, etc¨¦tera, no pueden entrar.

Es dif¨ªcil hacer fotos porque los vigilantes de seguridad est¨¢n muy alertados. D¨ªa s¨ª y d¨ªa tambi¨¦n hay incidentes. El ¨²ltimo bochorno fue que le prohibieron la entrada a un famoso escritor marroqu¨ª que estaba unos d¨ªas de promoci¨®n en la ciudad.

'A ¨¦stos hay que dejarles pasar, que si no te montan el pollo', oigo que le dice un portero a otro. Sin embargo, no todos lo ven igual y en un local donde pretendemos entrar hay 'una fiesta privada'. Como Mohamed discute con ¨¦l, conseguimos que avise a todos los vigilantes del recinto, que son muchos y empiezan a seguirnos.

Al cabo de un rato, un amigo catal¨¢n que nos acompa?a entra sin ning¨²n problema. Seguramente la fiesta privada ya se ha acabado. Nada que no sepamos.

D?A 12

Sin esperanza, llamo a una administraci¨®n de fincas, peque?a, donde conozco a Miquel ?ngel. A estas alturas soy muy desconfiada con los hombres, pero ¨¦ste todo el rato habla de su mujer (Montse, que es peluquera) como si estuviera muy enamorado. Es un alivio. Le explico mi v¨ªa crucis inmobiliario y baja los ojos, avergonzado.

'La mayor¨ªa de administradores no les alquila a los musulmanes', me confiesa al cabo de un rato. 'No tiene nada que ver con que ganes poco o mucho dinero. Son los due?os que no quieren. En cambio, los chinos les hacen gracia. Los americanos, ning¨²n problema. Argentinos, no; chilenos, s¨ª; magreb¨ªes y kosovares, jam¨¢s. Los due?os no quieren'.

Le escucho.

'Nunca te dir¨¢n que no, claramente', me cuenta Miguel ?ngel. Su apellido es Romero y el lugar donde trabaja Fincas San Andr¨¦s. No tengo un especial inter¨¦s en poner nombres, pero lo que me cuenta es tan incre¨ªble que temo que ustedes crean que me lo invento.

'T¨² ya lo has visto. El que te ense?a el piso pierde la visita. Te lo ense?a, redacta el contrato, pero en el ¨²ltimo momento te pone una pega para intentar desanimarte. Te habr¨¢n pedido algo imposible de conseguir (seas de T¨¢nger o de Manresa) como un aval bancario, ?no?'.

Me cuenta que son los propietarios del piso los que le dicen al administrador: 'Por favor, no me pongas en este compromiso'.

F¨¦lix, el hermano de Miguel ?ngel, se nos acerca. Dice que a pesar de que la culpa es de los due?os de los pisos, los administradores son c¨®mplices de la situaci¨®n.

Cuenta F¨¦lix que los emigrantes 'somos' los m¨¢s cumplidores, porque sabemos lo que cuesta conseguir un techo y, sobre todo, porque nos exponemos a la expulsi¨®n; es decir, que los due?os no es que tengan miedo de que no paguemos. Pero le preguntan al administrador: '?Y t¨² qu¨¦ har¨ªas? ?Vivir¨ªas al lado de un magreb¨ª? Crees que en la escalera del alcalde o del president de la Generalitat hay magreb¨ªes?'.

'Los chinos les hacen gracia', sigue Miguel ?ngel. 'Un chinito', te dicen. 'Es terrible esta manera de ver al extranjero. Gitanos y musulmanes os llev¨¢is la peor parte. En la administraci¨®n ten¨ªamos el piso de una se?ora millonaria de Portugalete. Vino el abogado de los clientes y nos dijo: 'Mis clientes se lo quedan'. Cuando alguien quiere quedarse un piso sin verlo es porque normalmente tiene problemas para que le alquilen. Eran gitanos. Llam¨¦ a la se?ora en un aparte. Me dec¨ªa: 'Ay, Dios m¨ªo, Dios m¨ªo, est¨¢ en tus manos, ?c¨®mo los ves?, ?c¨®mo los ves?'. 'Como todo el mundo se?ora'. 'Ya, pero son gitanos'. No quiso. La clienta llorando, dec¨ªa: 'Por favor, que es la segunda vez que nos pasa'. Ese d¨ªa lo vi claro. No puedes ser c¨®mplice de esta gente'.

Le pregunto qu¨¦ se puede hacer y me da algunos consejos. 'Nunca demuestres prisa. No digas 'lo quiero para hoy'. Si puedes, abre enseguida una cuenta corriente. Si no tienes papeles pero trabajas en negro, procura ingresar cantidades regulares cada mes. De esta manera, la inmobiliaria podr¨¢ pedirle al banco lo que se llama una carta de confort. Eso significa que el banco cree en tu solvencia. Es ilegal que te pidan que firmes la renuncia voluntaria al piso. Te la habr¨¢n pedido'. Le digo que s¨ª. Me cuenta que esta cl¨¢usula permite al due?o echarte del piso ma?ana mismo, si quiere.

'Nunca te f¨ªes de esas inmobiliarias que te piden dinero a cambio de darte direcciones de pisos. Es una estafa. Viven de vosotros'.

Tambi¨¦n he ido a una de esas inmobiliarias, claro. Y tambi¨¦n me han estafado.

'Pero tienen el s¨ªmbolo del Ayuntamiento y la Generalitat en el anuncio', protesto.

'Eso significa s¨®lo que en caso de conflicto no se someten a los juzgados, sino al servicio de consumo de la Generalitat. Nada m¨¢s'.

Despu¨¦s me promete que me encontrar¨¢ el piso. Ahora, cuando escribo esto, ya lo tengo.

D?A 13

Me sale un trabajo. Dir¨¢n ustedes que setenta mil al mes por vivir en una casa extra?a, levant¨¢ndote a las siete y acost¨¢ndote a las doce, y con un solo d¨ªa de fiesta a la semana, es una explotaci¨®n. S¨ª, claro. Pero despu¨¦s de Carlos, de Jaume, de Marcos y de todos los dem¨¢s, cuando me llama una mujer con tres hijos no puedo creer en mi suerte.

Cojo un autob¨²s a la Bonanova, una zona bien de Barcelona. En el autob¨²s veo a otras extranjeras que seguramente tambi¨¦n trabajan en el servicio dom¨¦stico.

Me recibe la se?ora. Se llama Laura, dice. Va vestida de blanco, con una ropa de estar por casa como de punto. Tendr¨¢ unos 45 a?os y es guapa y delgada. Pasamos al sal¨®n, donde hay una mesa baja llena de libros de arquitectura y bolas de madera, encima. Me pregunta si quiero tomar algo, y mi obligaci¨®n es decir que no.

Me pregunta si s¨¦ cocinar al estilo europeo. Supongo que se refiere a si s¨¦ hacer jud¨ªas tiernas con patatas, o tortillas, o sea, que digo que s¨ª. Parece amable, demasiado, se dir¨ªa. Me habla, sin querer, como si yo fuera una ni?a. Me ense?a los electrodom¨¦sticos. Esto es un calentador, esto es una lavadora, ya te ense?ar¨¦ a usarla, como si a m¨ª, al verlos, me tuviese que dominar la maravilla. El piso es blanco. Nada de paredes amarillas y sof¨¢s azules como en las casas de clase media. Todo blanco. Laura me pide las referencias. 'Comprende que tienes que cuidar de unos ni?os'. Tengo unas referencias inmejorables, yo misma me las he escrito. Me ense?a mi habitaci¨®n, una habitaci¨®n decente, con retrete incorporado. Comer¨¦ en la casa. '?Podr¨ªas ir sin la chilaba y el pa?uelo?', me susurra. 'El pa?uelo, no'. Es para disimular el pelo corto (la peluca es muy chillona).

'?Tienes que rezar cinco veces al d¨ªa, no?'. Quiere saber toda diversidad y mestizaje. Y despu¨¦s, con su buena fe, me pregunta una cosa que me preguntar¨¢n muchas veces durante estas dos semanas. 'No pruebas el cerdo, supongo'.

Quedamos en que ir¨¦ a trabajar dos d¨ªas (de prueba) 'a ver si nos gustamos mutuamente'. Me los pagar¨¢. Le digo que puedo empezar en ese mismo momento y le gusta que est¨¦ tan dispuesta. Empiezo. Sin soltar el m¨®vil, limpio a fondo la cocina. Es una cocina lujosa de un opaco simp¨¢tico. Ella entra todo el rato para decirme c¨®mo tratar el acero inoxidable y la vitrocer¨¢mica. Los trato bien.

Llega el marido, Joan Ramon, y les oigo hablar de m¨ª (no pueden sospechar que el catal¨¢n es mi lengua, claro, y que les entiendo). Comentan lo trabajadora y discreta que soy. Les asusta que no tenga papeles. El marido me saluda, en turco (habr¨¢ estado all¨ª de vacaciones). Contesto sumisa y agradecida. Me preguntan si quiero quedarme a dormir esa noche, y digo que bueno, que ir¨¦ a recoger las cosas. Les estoy gustando mucho, soy tan callada...

Y entonces les pongo a prueba. El marido (m¨¢s curioso o menos t¨ªmido que la mujer) me pregunta cosas de mi vida en Turqu¨ªa. Podr¨ªa decirles que era campesina y que viv¨ªa en un pueblo sin electricidad, y les encantar¨ªa. Pero no se lo digo. Les digo que era profesora en la Universidad de Ankara y que escrib¨ªa en un peri¨®dico. Les cambia la cara. No les gusta. Sigo metiendo la pata. Me ofrezco para dar clases de ingl¨¦s y alem¨¢n a los ni?os, mientras los cuido. No contestan. Ella sonr¨ªe. Me pregunta con educada impaciencia:

'?Pero has trabajado antes de esto? ?Ya podr¨¢s? Ya sabes lo que son tres ni?os'.

Me proponen, entonces, que mejor me vaya a dormir a la pensi¨®n y que me lo piense. Ellos tambi¨¦n pensar¨¢n y ya me llamar¨¢n. Me pagan la tarde de trabajo. Me voy y no me llaman.

Cuando llego a mi casa, me ducho con agua (caliente). Enciendo la radio. En el programa que oigo nos dejan o¨ªr las palabras que dijo Marta Ferrusola, la esposa del president de la Generalitat, el martes pasado, en un coloquio en Girona, a prop¨®sito de los inmigrantes: 'Tenemos que estar abiertos, pero esto de las imposiciones es una cosa muy fuerte, porque de aqu¨ª a diez a?os las iglesias rom¨¢nicas no servir¨¢n, servir¨¢n las mezquitas; su imposici¨®n es constante...'.

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