Las guerras del pasado alem¨¢n
?Cu¨¢ntos pasados dif¨ªciles m¨¢s tendr¨¢n que afrontar los alemanes? ?Acabar¨¢ alguna vez? Primero fue el especialmente terrible asunto de enfrentarse al legado nazi. Ello llev¨® a la Alemania Occidental democr¨¢tica casi 40 a?os. Luego, tras la unificaci¨®n alemana, vino el legado de la Stasi. Toda la venenosa basura de Alemania Oriental fue destapada y debatida, y todos se angustiaron moralmente con ella. Ahora, Alemania se ha zambullido en otro violento debate acerca de otro pasado m¨¢s. Esta vez est¨¢ relacionado con la generaci¨®n de protesta pol¨ªtica de 1968, y espec¨ªficamente con el abrazo a la violencia pol¨ªtica de algunos post-68 en los a?os setenta.
El ¨²ltimo arrebato alem¨¢n de golpes de pecho, ex¨¢menes de conciencia y se?alamientos con el dedo se desat¨® tras la publicaci¨®n de unas fotograf¨ªas que mostraban al ministro alem¨¢n de Asuntos Exteriores, Joschka Fischer, manifest¨¢ndose a los 25 a?os en Francfort en 1973. Llevaba un casco negro y golpeaba a un polic¨ªa. Como era previsible, la oposici¨®n pidi¨® inmediatamente su dimisi¨®n. ?C¨®mo se atrev¨ªa alguien que hab¨ªa abrazado la violencia pol¨ªtica cuando era joven, o no tan joven (?se es joven a los 25?), a ocupar un alto puesto en el Estado y representar a Alemania en el mundo?
Cuando los medios de comunicaci¨®n se inundaron de viejas fotos en blanco y negro de aquella ¨¦poca, me sent¨ª transportado a la Alemania a la que fui a vivir en 1978. ?Qu¨¦ neur¨®tica y fr¨¢gil parec¨ªa la democracia alemana entonces! ?Y qu¨¦ interesante! En todos los aeropuertos o puestos fronterizos hab¨ªa carteles de la polic¨ªa con fotos de terroristas de la llamada Fracci¨®n del Ej¨¦rcito Rojo. Los edificios universitarios de Berl¨ªn Oeste y Francfort estaban cubiertos de pintadas revolucionarias. Los j¨®venes y los no tan j¨®venes llevaban pa?uelos de la OLP, viv¨ªan en comunas, pertenec¨ªan a grupos pol¨ªticos escindido de otros y condenaban a la Rep¨²blica Federal como un Scheisstaat (Estado-mierda). Denunciaban lo que ellos denominaban sencillamente 'El Sistema'.
Yo mismo viv¨ª durante un tiempo en una peque?a comuna. Cuando monopolizaba el cuarto de ba?o, un compa?ero comunista que resid¨ªa all¨ª gritaba, malhumorado: 'Herrschende Klasse!' (clase dirigente). En un restaurante vagamente alternativo llamado Terzo Mundo, los post-68 se sentaban a comer 'ensalada partisana' y, como anot¨¦ ¨¢cidamente en mi diario, a beberse -en el transcurso de una buena discusi¨®n pol¨ªtica nocturna- el ingreso anual de un campesino del Tercer Mundo. Desali?ados, indulgentes consigo mismos e hist¨¦ricos, ese grupo social inclu¨ªa, no obstante, a personas valientes, inteligentes e idealistas. Y, como aquello era Alemania, los mejores y los peores estaban muy pr¨®ximos.
El a?o anterior, el fiscal general de Alemania Occidental, uno de los banqueros m¨¢s importantes del pa¨ªs y jefe de la organizaci¨®n de empresarios, hab¨ªa sido asesinado por los terroristas. Un famoso art¨ªculo necrol¨®gico an¨®nimo sobre el fiscal general en una revista de extrema izquierda confesaba haber sentido una cierta 'alegr¨ªa furtiva' por su muerte. Ahora, el ministro de Medio Ambiente alem¨¢n, J¨¹rgen Trittin, un l¨ªder del Partido Verde como Joschka Fischer, est¨¢ siendo atacado por haber apoyado la difusi¨®n de aquella necrol¨®gica. ?l afirma que se trataba del derecho a la libre expresi¨®n y se?ala que el art¨ªculo terminaba con un rechazo del terrorismo. En los a?os setenta, el Estado respond¨ªa al terrorismo con una abrumadora presencia policial, con vigilancia y una legislaci¨®n restrictiva que manten¨ªa a los supuestos 'radicales' fuera de la Administraci¨®n p¨²blica. Una pel¨ªcula que tuvo bastante influencia, Alemania en oto?o, daba a entender oscuramente que las hojas de la democracia alemana se estaban poniendo pardas de nuevo (del color nazi).
Debemos recordar que Adolf Hitler s¨®lo llevaba muerto 30 a?os. Erich Honecker estaba todav¨ªa muy vivo y rigiendo, al otro lado del muro de Berl¨ªn, un peque?o Estado estalinista, muy desagradable. Eran los polos gemelos que daban estructura al debate. La derecha, que hablaba alto y fuerte a trav¨¦s de los peri¨®dicos que pertenec¨ªan a Axel Springer, insinuaba que la extrema izquierda estaba formada por peligrosos comunistas o, en el mejor de los casos, anarquistas que minar¨ªan la determinaci¨®n alemana en la guerra fr¨ªa. La izquierda, dirigida por escritores como Heinrich B?ll, invocaba los fantasmas del fascismo. La derecha gritaba: ?comunismo!, la izquierda gritaba: ?fascismo!
Por supuesto, la Alemania Occidental de los a?os setenta no estaba seriamente amenazada ni por el comunismo ni por el fascismo. Pero miles de hombres y mujeres que de una forma u otra se hab¨ªan formado en 1968 ten¨ªan que enfrentarse a una opci¨®n real y dram¨¢tica. Nunca olvidar¨¦ una conversaci¨®n con el cultivado, liberal y sobrio corresponsal de un importante peri¨®dico alem¨¢n. Me cont¨® que, a principios de los a?os setenta, ¨¦l hab¨ªa estado muy cerca de unirse a un grupo terrorista. Despu¨¦s escuch¨¦ la misma historia contada por varias personas que ahora ocupan puestos de direcci¨®n y de responsabilidad en Alemania.
El caso de Fischer es interesante porque se acerc¨® todo lo posible a la frontera de la violencia revolucionaria sin haber llegado a cruzarla y porque desde entonces se ha alejado todo lo posible de ella. Observ¨¢ndole recientemente en Davos, con su cabello plateado y su sobrio traje oscuro, code¨¢ndose c¨®modamente con los ricos y poderosos en el Foro Econ¨®mico Mundial, uno ten¨ªa que pellizcarse para creer que hace menos de 30 a?os era un miembro radical y melenudo del llamado Putzgruppe, o grupo de limpieza en el ambiente alternativo y okupa de Francfort.
El Putzgruppe era conocido por dirigir la resistencia a la acci¨®n policial. El propio Fischer ha reconocido que le excitaba salir a 'demostrar a los cerdos' un par de cosas. Su bi¨®grafo especula con que uno de los motivos del joven Joschka era que aquel hero¨ªsmo de macho aseguraba su gancho con las chicas (Fischer no es conocido por su celibato). Su amigo Daniel Cohn-Bendit, el h¨¦roe pelirrojo francoalem¨¢n del 68, dice que Fischer era tambi¨¦n un tipo aficionado a la lectura. Un autodidacta que dej¨® pronto la escuela y que ten¨ªa siempre la cabeza enterrada en un tomo de Marx, Hegel o Lessing. (Gracias a Dios, tambi¨¦n estaba Lessing).
Hacia 1978, al parecer, no ten¨ªa m¨¢s remedio que ejercer de ayudante en una librer¨ªa de segunda mano llamada Karl Marx y de taxista a tiempo parcial, y protestar en una revista alternativa porque "la falta de perspectiva, la p¨¦rdida de tiempo y el no saber qu¨¦ hacer son cada vez m¨¢s insoportables".
Entonces surgi¨® un nuevo partido llamado Los Verdes. En menos de dos a?os se hab¨ªa afiliado, en menos de cinco hab¨ªa jurado el cargo de ministro regional de Medio Ambiente y a partir de ah¨ª no volvi¨® a mirar atr¨¢s. Como perteneciente a la corriente realista, dirigi¨® al partido hacia una coalici¨®n con los socialdem¨®cratas, y a s¨ª mismo, hacia la cartera de ministro de Asuntos Exteriores y vicecanciller de Alemania. En el camino recibi¨® el apoyo de los votos de millones de alemanes que, de una forma o de otra, hab¨ªan tomado una decisi¨®n similar a la suya en los a?os setenta: trabajar a trav¨¦s del en otro tiempo odiado "Sistema" y tal vez cambiarlo desde dentro.
Hay una aguda paradoja cuando los del 68 se enfrentan a su pasado, porque lo que diferenci¨® al 68 alem¨¢n de las protestas de Par¨ªs, Praga o Berkeley fue su obsesi¨®n por el fracaso de Alemania Occidental para enfrentarse al pasado nazi. Por eso, cuando se invita a los del 68 a hacerlo con el suyo, no pueden rehuirlo. Y no lo hacen.
Fischer puede decir que "no se puede acordar" cuando le presionan sobre los detalles de su Putzgruppe de lucha callejera. A primeros de mes fue declarado inocente de un incidente en 1976 en el que se tiraron c¨®cteles m¨®lotov a un polic¨ªa que result¨® gravemente herido. Surgir¨¢n nuevas pruebas o alegatos. Pero su actitud general est¨¢ resumida en sus palabras: "Me atengo a mi biograf¨ªa".
Convocado como testigo del juicio de un antiguo terrorista, ahora arrepentido, que fue amigo suyo durante mucho tiempo, Fischer se acerc¨® despu¨¦s a ¨¦l ostentosamente, le dio la mano y charlaron tranquilamente durante unos minutos.
Es evidente que hay en juego pol¨ªticas de partido. Alemania tiene elecciones el a?o que viene y es una oportunidad para que la oposici¨®n arranque algunos puntos a la coalici¨®n gobernante. Una vez m¨¢s, son los peri¨®dicos de derechas de Springer, especialmente el amarillo Bild-Zeitung , los que han dirigido el ataque. En los setenta, el Bild era el repugnante, indiscreto y sensacionalista ¨®rgano de un ataque populista contra todo aquel relacionado con la protesta, simpatizante o que simplemente intentara explicar los motivos de la misma. Ahora, los escritorzuelos de la prensa amarilla se han puesto de nuevo a ello. Pero el Bild tendr¨¢ que andarse con cuidado o la gente empezar¨¢ a investigar su pasado.
Es sorprendente recordar d¨®nde estaban hace 30 a?os los hombres y mujeres que ahora gobiernan el pa¨ªs m¨¢s poderoso de Europa. Pero la lecci¨®n es profundamente tranquilizadora. Muestra el extraordinario ¨¦xito de la democracia alemana a la hora de integrar a los no dem¨®cratas y a los antidem¨®cratas. Es una democracia construida por antiguos nazis y por millones de personas que hab¨ªan aceptado el nazismo. Absorbi¨® a la antigua Stasi y a 17 millones de alemanes orientales que no ten¨ªan experiencia pr¨¢ctica de la democracia. Pero los del 68 no se pueden comparar con ninguno de estos casos. Gran parte de lo que hicieron fue reforzar enormemente la democracia alemana. Y aquella democracia prosigui¨® integrando a la mayor parte de aquellos que, habiendo perdido toda esperanza de un cambio en el Scheisstaat, recurrieron a la violencia o coquetearon con ella.
Cada uno de los tres "debates sobre el pasado" alemanes se han ido volviendo paulatinamente menos importantes, menos dif¨ªciles y menos dolorosos. Este ¨²ltimo no deja de ser un rat¨®n comparado con el oso de la Stasi o el elefante nazi. Era un debate necesario, pero no creo que vaya a durar mucho.
Tengo ahora una nueva preocupaci¨®n. ?Qu¨¦ van a hacer los intelectuales alemanes en los pr¨®ximos 20 a?os? ?De qu¨¦ escribir¨¢n en las p¨¢ginas de cr¨ªtica, o de qu¨¦ hablar¨¢n en interminables coloquios televisivos? Mirar¨¢n hacia atr¨¢s para buscar un pasado dif¨ªcil de afrontar y no encontrar¨¢n nada. Probablemente tendr¨¢n que inventarse uno.
Timothy Garton Ash, periodista e historiador brit¨¢nico, es autor de Historia del presente.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.