El autob¨²s 38
A donde yo quer¨ªa ir es al herbolario Farran, comercio tradicional y arom¨¢tico en la plaza Reial, para aprovisionarme del t¨¦ llamado Christmas dream o Sue?o de Navidad, que lleva canela, vainilla, frutas y especias, pero me equivoqu¨¦ de autob¨²s, sub¨ª a uno de la l¨ªnea 38, y embobado por el atractivo del paisaje que desfilaba por las ventanillas -a la izquierda las d¨¢rsenas del puerto y el mar azul, a la derecha el fuerte de Montju?c y el cementerio del Suroeste, con sus nichos balcones a primera l¨ªnea de mar-, segu¨ª el viaje hasta el fin de trayecto y me encontr¨¦ en Can Tunis, o lo que queda de ¨¦l: unas chabolas que son el hipermercado de la droga, sin competencia en toda Europa, en cuanto a la relaci¨®n calidad-precio: 1.500 pesetas por una dosis de speed-ball de buena calidad. Me han dicho que todo eso est¨¢ pendiente de derribo y que el hiper se mudar¨¢ a otro sitio. Pero de momento, vagando, llevado por la curiosidad, por aquel mustio desmonte, escenario de la tragedia que se abre entre el puente que traza la Ronda del Litoral al pasar sobre la calle de Nuestra Se?ora del Puerto, y el Tramo 5 de la carretera de Circunvalaci¨®n, a espaldas de la Zona Franca y sus pir¨¢mides de contenedores, uno siente que el autob¨²s 38 quiz¨¢ sea m¨¢gico, porque el viaje ha sido breve pero ha llegado muy lejos.
Viaje en transporte p¨²blico a los l¨ªmites morales de la ciudad. Can Tunis es un hipermercado de la droga sin competencia europea
En este yermo sin forma batido por el viento y envuelto en el rumor del tr¨¢fico de los industriosos camiones que van y vienen de Barcelona, los bultos de referencia son la camioneta blanca de M¨¦dicos sin Fronteras (¨²ltimamente se turna con otra de ?mbit, del Ayuntamiento) y el coche de la polic¨ªa.
Una pareja de n¨²meros apatrullan a caballo y alejan al yonqui, con la hipod¨¦rmica colgando del brazo, del patio del colegio donde una docena de churumbeles juega al baloncesto. En un instante, el yermo se anima, se puebla de siluetas humanas. Los yonquis brotan del autob¨²s 38 que acaba de llegar del centro, y del talud que baja de la carretera, y de los socavones y agujeros en el suelo, y de los arbustos, y de las carcasas de coches calcinados, de los cuatro puntos cardinales confluyen hacia la camioneta blanca como los ap¨®stoles al reclamo del Galileo: 'D¨¦jalo todo -deja el colch¨®n con sus chinches, los cartones, la lata quemada y la papelina vac¨ªa- y s¨ªgueme'. La mayor¨ªa son relativamente j¨®venes, visten chupas de cuero que les caen grandes, pantalones pitillo y bambas con apliques fosforescentes; por sus andares titubeantes, con las rodillas juntas, parece que en cualquier momento vayan a quebrarse como cerillas, pero se desplazan hasta la camioneta rapidito y decididos. Entregan a los m¨¦dicos la jeringuilla usada a cambio de la nueva y piden un vaso de agua, el frasquito de pl¨¢stico con agua destilada para diluir la hero¨ªna, o pomada para los abcesos, o una cura para la flebitis; cort¨¦smente preguntan cosas como: '?qu¨¦ tal en tu mundo?' y dan media vuelta, se alejan con la misma prontitud con que han llegado, desaparecen detr¨¢s de las carcasas calcinadas de los coches, en los matorrales o bajo el puente, tragados por la tierra.
Los polic¨ªas me piden la documentaci¨®n, quiz¨¢ me han tomado por un camello nuevo, y los yonquis seguro que me toman por polic¨ªa, as¨ª que me pongo a hablar con una de las doctoras. Me acompa?a hasta el puente: all¨ª debajo habitan entre 25 y 30 enfermos en el l¨ªmite del deterioro. Mientras esperan a que sus dolencias o una sobredosis se los lleve al otro barrio, venden jeringas a los clientes del hipermercado; con eso financian la dosis diaria.
El d¨ªa que llueve y pueden reconocerse en los reflejos de los charcos es un d¨ªa muy malo. La doctora se queja. Esto no deber¨ªa seguir as¨ª. Cuenta an¨¦cdotas espeluznantes. Desgrana las ventajas sociales, sanitarias, m¨¦dicas, de orden p¨²blico, educativas, que tendr¨ªa un centro sociosanitario, desde el que se cuidase y controlase a los usuarios. Compara la inoperancia de la Generalitat con las medidas, m¨¢s o menos t¨ªmidas, que ha tomado Andaluc¨ªa para afrontar este problema o con las de Madrid, que ha abierto en Barranquillas una 'sala de venopunci¨®n' (esas narcosalas que escandalizan a las buenas gentes). Aqu¨ª, el Departamento de Salud, con las competencias traspasadas y una direcci¨®n general de drogodependencia y sida, no da palo, so pretexto, original pretexto, de que Madrid tiene bloqueado su gran plan de actuaci¨®n, plan tan ambicioso y singular que nadie lo ha visto.
Me meto por los callejones de chabolas donde habitan 120 familias gitanas y sorprendo al rey del mundo saliendo de un zagu¨¢n; lo he visto envejecido. Lleva bast¨®n, sombrero, una pelliza, el rostro con bigote y churretones de mugre. Se mueve lleno de paz por sus dominios, perfectamente acorde con este h¨¢bitat mutante y crepuscular.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.