Pardo en Serrano
En Memorias de memoria, relato autobiogr¨¢fico y ¨¢cido de un tiempo gris en una ciudad pl¨²mbea, Jes¨²s Pardo recuerda la calle de Serrano, escaparate de la burgues¨ªa madrile?a aupada por el franquismo. En 1974, el prestigio de esta emblem¨¢tica arteria del barrio de Salamanca corr¨ªa parejo con el del r¨¦gimen, 'muy desportillado', escribe el autor refiri¨¦ndose s¨®lo a la calle.
De vuelta en Madrid despu¨¦s de veinte a?os como corresponsal en Londres, Pardo tardar¨ªa alg¨²n tiempo en percibir la decadencia de aquel paseo, n¨²cleo de sus nostalgias madrile?as que sol¨ªa transitar en sus periodos de vacaciones cuando dejaba atr¨¢s las brumas londinenses y el lastre de un oficio tortuoso y sumiso en aquellos d¨ªas.
Pardo caer¨ªa en la cuenta cuando mirase el barrio por primera vez con ojos de residente durante la jornada laboral como 'redactor raso' en las covachuelas del caser¨®n de la agencia Efe, en la calle de Ayala y a dos pasos de Serrano.
Aquel 'remanso de apacible clasicismo, con su provinciano paseo vespertino, puntuado por bares y caf¨¦s para parejas finas' de sus a?oranzas hab¨ªa desaparecido. Los 'ni?os de Serrano', remilgada y elitista tribu urbana, hab¨ªa sido durante los a?os sesenta, diana de todas las parodias y blanco de todos los chistes por su amanerado lenguaje. ?C¨®mo dice un 'ni?o de Serrano', dame fuego? Preguntaba el gracioso, y si el interpelado no se adelantaba en la respuesta respond¨ªa: 'Acel¨¦rame el c¨¢ncer' o 'Incin¨¦rame el cilindr¨ªn', dos muletillas que probablemente nunca se pronunciaron en aquellos 'grupitos estridentes y pizpiretos de pendoncillos y gomosuelos que hablaban calculadamente alto sobre su ¨²ltima visita a Estoril, donde sus padres eran grandes de turno del conde de Barcelona'.
Los pendoncillos y gomosuelos, como los define Jes¨²s Pardo, empezaban a ralear en 1974, condenados a vivir en insegura paz, en el Caf¨¦ Roma, 'fino fort¨ªn integrista contra un mundo en desintegraci¨®n', con los grupos de Fuerza Nueva, 'j¨®venes para quienes el ¨²nico jefe leg¨ªtimo de Espa?a era Francisco I, ¨²nico e insucesible'.
El desportillado prestigio de Serrano y sus fortines que el imperturbable escritor santanderino, londinense, madrile?o, empez¨® a vislumbrar en sus entradas y salidas de la erg¨¢stula de Efe, fue a m¨¢s durante los primeros tiempos de la transici¨®n. Al tiempo que iban cerrando los establecimientos m¨¢s se?eros, como el Roma, el Miramar, o el ?guila, iban tomando las aceras, cada vez m¨¢s vociferantes y agresivos en su orfandad, los j¨®venes franquistas sin amparo. Los ni?os de Estoril, m¨¢s creciditos, se retiraron a rumiar sus lealtades y a labrarse el futuro en una corte sin grandes de turno.
Durante un tiempo turbulento y breve los cachorros de la ¨²ltima camada negra del franquismo acotaron el barrio como 'zona nacional', reducto vedado para los dem¨®cratas y para los pac¨ªficos ciudadanos con nulas ganas de cantar el Cara al sol, que s¨®lo levantaban el brazo cuando quer¨ªan parar un taxi.
La calle de Serrano de hoy conserva algunos detalles del pasado, unos pocos establecimientos conservan sus antiguas fachadas y en sus boutiques campean nombres de relevantes franquicias extranjeras junto a los de modernos dise?adores nacionales, los bancos han sustituido a los caf¨¦s y los centros comerciales y los grandes almacenes ocupan las mejores manzanas. El ¨²ltimo emblema en caer fue el del edificio de Prensa Espa?ola, barroco y andaluzado, de un estilo que las gu¨ªas definen como 'Renacimiento espa?ol'. El venerable y afiligranado inmueble donde se refugi¨® durante largos a?os lo mejor y lo peor del periodismo madrile?o alberga hoy un centro de galer¨ªas comerciales de m¨¢s o menos lujo, un ¨ªtem m¨¢s en una calle m¨¢s rendida al progreso en la que dejaron de verse aquellos tipos end¨¦micos que alegraban la vista implacable de Jes¨²s Pardo, observador feroz, cr¨ªtico y autocr¨ªtico y memorialista excepcional:
'Gente cuya ropa, por nueva que fuese, parec¨ªa siempre discretamente usada, como sus ademanes y movimientos, matizaban de afabilidad, inter¨¦s, amor incluso, una inalterable displicencia. Rentistas y enchufados hereditarios, todo lo residuales que se quiera, pero entonces todav¨ªa despiertos'.
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