Los tres tenores
Lleg¨® Cort¨¦s, reuni¨® a su l¨ªnea defensiva titular y le hizo una renovaci¨®n general de contrato. Para celebrarlo, Angloma murmur¨® un chiste con acento franc¨¦s, Djukic logr¨® sonre¨ªr durante un par de segundos y Carboni, el m¨¢s tenaz de los mastines italianos, levant¨® una copa imaginaria y grit¨® Viva Valencia con un sincero entusiasmo. Eran la genuina Defensa del Milenio: sumaban un siglo, cuarenta ligas y un accidentado compendio de f¨²tbol y traumatolog¨ªa.
Despu¨¦s del saludo protocolario, compartieron una misma fotograf¨ªa, pero ven¨ªan de recorrer caminos muy diferentes. Carboni, por ejemplo, aterriz¨® en el calcio cuando la sombra de Franco Baresi, disfrazada de alma en pena, segu¨ªa tirando el offside en la corona del ¨¢rea. Como su antecesor y maestro, se hab¨ªa convertido en uno de esos futbolistas hipertensos para quienes el partido del domingo dura una semana. Obligado a vivir al borde del abismo, se hab¨ªa acostumbrado a disfrutar del v¨¦rtigo; sin abandonar su estado de nervios era capaz de encontrar el soplo de lucidez para dar una voz de ¨¢nimo, para arrebatar un bal¨®n podrido o para alcanzar la l¨ªnea de fondo con la daga al dente.
Su compa?ero Angloma era, en cambio, un raro trotamundos en el que la elasticidad se combinaba con la exquisitez. De cuando en cuando se permit¨ªa alg¨²n alarde atl¨¦tico. Desmontaba al extremo contrario como el relojero desmonta un despertador, recorr¨ªa la banda con la elegancia milim¨¦trica de un ant¨ªlope y siempre se reservaba los dos leves capitales del lateral moderno: un segundo de margen y un metro de ventaja.
Sin embargo, quiz¨¢ fuese Djukic quien mejor representaba al h¨¦roe rom¨¢ntico. Apareci¨® en Belgrado cuando el viento de la guerra comenzaba a dispersar la escuela yugoslava, pero se mantuvo en territorio neutral el tiempo justo para asimilar el estilo de las grandes figuras locales. Poco a poco, incorpor¨® a su repertorio la precisi¨®n defensiva de Belodedic y el toque desenfadado de Stojkovic. A falta de nombre, ¨¦l consigui¨® el oficio necesario para transformar cualquier problema en un tr¨¢mite administrativo; jugaba tan fr¨ªamente que habr¨ªa podido bostezar en la l¨ªnea de gol. Un d¨ªa fall¨® aquel penalti, y muchos creyeron que estaba listo. Se equivocaban: vol¨® a Valencia, levant¨® su barraquita en Mestalla y hoy, con su impecable tic-tac de tiempista, es la viva imagen del perdedor redimido.
Junto a sus dos amigos, ha desmentido para siempre la supercher¨ªa seg¨²n la cual, pasados los treinta, el f¨²tbol no es una profesi¨®n, sino un milagro.
Que sea por muchos a?os.
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