De m¨¢s a menos
Interpretadas, en diciembre del pasado a?o Suor Angelica y Gianni Schicchi, faltaba ¨²nicamente Il Tabarro para completar Il trittico pucciniano. Quiz¨¢s sea ¨¦sta, de las tres que componen ese mosaico algo deslavazado, la m¨¢s cuadrada desde un punto de vista teatral. Su m¨²sica, por otra parte, resulta tan seductora y asequible que no se comprende el peso -relativamente peque?o- que tiene en el repertorio.
La versi¨®n de concierto ofrecida en el Palau cont¨® con una Giorgetta cuyo registro grave resultaba insuficiente para el papel, pero que supo traducir bien los momentos de mayor lirismo e intimidad. Giorgio Merighi, como Luigi, luci¨® en la franja central un hermoso timbre, aunque su aspereza iba en aumento a medida que se adentraba en la zona aguda. La dicci¨®n de Anna Maria di Micco, como Frugola, no hac¨ªa f¨¢cil la comprensi¨®n del texto. Parad¨®jicamente, el color de su voz, a pesar de ser oscuro, ganaba esmalte en la zona aguda. En cuanto a Barry Anderson, la entubaci¨®n y el vibrato le impidieron pintar como corresponde el personaje de Michele.
Puccini y Menotti
>Puccini: Il Tabarro (versi¨®n de concierto). Menotti: La muerte del Obispo de Brindisi. Solistas: Silvia Ranalli, Anna Maria di Micco, Giorgio Merighi, Barry Anderson, Harald Stamm y Marina Rodr¨ªguez Cus¨ª. Coro y Orquesta de Valencia. Escolan¨ªa de Nuestra Se?ora de los Desamparados. Director: Miguel A. G¨®mez-Mart¨ªnez.
La Orquesta de Valencia -no se diferencia en eso de cualquier otra- necesita captar bien la m¨²sica que toca. Y, aunque parte de esa responsabilidad corresponda a la batuta, no es menos cierto que la partitura proporciona, por s¨ª misma, elementos que facilitan la traducci¨®n de los instrumentistas. Puccini, con toda su complejidad, es claro y conciso. Y la orquesta le correspondi¨® con sonoridad delicada y fraseo cuidadoso. Luego vino Menotti, narrando la historia del obispo de Brindisi. Una historia tan tremenda, por s¨ª misma, que el tremendismo le sobra. Lo hab¨ªa, sin embargo, en la misma partitura y lo hubo -tambi¨¦n- en la lectura de la orquesta. Tras la econom¨ªa de medios de Puccini, Menotti ya no resultaba cre¨ªble. Los m¨²sicos no lo entendieron, el director no pudo trazar un camino que condujera del uno al otro, y el p¨²blico, tocado en el alma con Il tabarro, s¨®lo sinti¨® un peque?o ara?azo al escuchar La muerte del Obispo de Brindisi. Los solistas tampoco ayudaron mucho: el vibrato de Harald Stamm y el estrangulamiento del sonido en la registro aguda de Marina Rodr¨ªguez impidieron que, a pesar de una evidente intencionalidad expresiva, la partitura llegara a buen puerto.
En el caso del Coro de la Generalitat, los problemas parec¨ªan de otra ¨ªndole. No se trataba tanto de una cuesti¨®n interpretativa como de problemas de empaste y emisi¨®n que se agudizaban en la din¨¢mica del forte. Problemas que, lamentablemente, proliferan en nuestro entorno y que, por tanto, no es raro encontrarlos tambi¨¦n en la Escolan¨ªa de Nuestra Se?ora de los Desamparados. Con todo, no deber¨ªan cargarse sobre los elementos estrictamente t¨¦cnicos ni sobre la adecuaci¨®n interpretativa todas las responsabilidades. Quiz¨¢s el problema mayor radic¨® en la confecci¨®n del programa. Podr¨ªan haberse escuchado las dos obras en una misma sesi¨®n, pero no en ese orden, porque ir de m¨¢s a menos, incluso con los int¨¦rpretes m¨¢s excelsos, nunca resulta.
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