?Oh, Se?or!
Dos grandes ceremonias religiosas se celebraron el pasado domingo: una en el Z¨®calo de Ciudad de M¨¦xico con la exaltaci¨®n de los humillados zapatistas y otra en San Pedro de Roma con la beatificaci¨®n de los m¨¢rtires espa?oles de la guerra civil. Para invocar cada uno a su leg¨ªtimo dios, ambos oficiantes utilizaron un lenguaje misterioso: el Papa habl¨® en lat¨ªn y el subcomandante Marcos lo hizo en un castellano l¨ªrico que sonaba a salmo de Isa¨ªas. Tambi¨¦n se adornaban con arreos propios los dos sumos sacerdotes: uno luc¨ªa mitra y b¨¢culo; el otro, pipa y pasamonta?as. Ninguno llevaba armas, aunque eran asistidos igualmente por sus dignatarios y escoltas respectivos.
Partiendo de una realidad terrestre muy sucia, con estos rituales m¨¢gicos trataban de alcanzar un objetivo que se halla en un punto indeterminado de las esferas celestes. Los revolucionarios sin pistola pesan tan poco que casi pueden volar como los ¨¢ngeles; en cambio, a los papas su cargamento de vestiduras bordadas los aplasta mucho contra el suelo: por eso la ceremonia vaticana parec¨ªa muy materialista comparada con la exquisitez de la misa profana que se celebr¨® en el Z¨®calo.
Al glorificar a los m¨¢rtires de media Espa?a contra la otra media, el Papa convirti¨® nuestra guerra civil en una historia de buenos y malos, espiritualmente cristalizada hasta la eternidad. Bajo unos c¨¢nticos suavones de aparente amor, santific¨® el odio entre hermanos y ejerci¨® la crueldad m¨¢s divina contra uno de los bandos, en el cual miles de espa?oles tambi¨¦n fueron martirizados en los paredones del franquismo por haber defendido sus limpias ideas, su fe en la justicia social o su esperanza en una vida mejor. Con esta beatificaci¨®n, en lugar de elevarlos al cielo, el Papa baj¨® a sus m¨¢rtires a ras de tierra, e incluso los afili¨® a un partido de derechas ensuciando su terrible sacrificio.
Frente a este materialismo tan rudo, Marcos parec¨ªa un gu¨ªa et¨¦reo de los pobres indios de M¨¦xico, hasta el punto de que en la plaza del Z¨®calo se repiti¨® la escena m¨¢gica de la pel¨ªcula Milagro en Mil¨¢n. Todos los indios de M¨¦xico comenzaron a levantar el vuelo por encima de los tejados de la ciudad. Alentado por los salmos con que el subcomandante trataba de aplacar al Se?or del Dinero, el caballo alado de Zapata tambi¨¦n volaba llev¨¢ndose a todos los indios al cielo.
No estoy hablando de pol¨ªtica, sino de misterios, prodigios y miserias.
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