Proezas vocales
Barbara Hendricks asegura que aprendi¨® a tararear canciones de Duke Ellington antes que a deletrear su propio apellido. El detalle puede resultar anecd¨®tico, pero tiene su importancia para justificar la convocatoria de la soprano en el 6? Ciclo de Jazz de A Coru?a. El concierto, exclusivo en Espa?a, despert¨® enorme expectaci¨®n en la ciudad, y las localidades se agotaron en pocas horas, a pesar de que la ganadora del Premio Pr¨ªncipe de Asturias no ven¨ªa para interpretar lieder de Schubert ni ¨®peras de Mozart. Esta vez se trataba de repasar el cancionero de George Gershwin arropada por una excelente orquesta brit¨¢nica de cuerda y un tr¨ªo estadounidense de jazz a toda prueba; el tipo de superproducci¨®n (auspiciada por la muy activa Fundaci¨®n Pedro Barri¨¦ de la Maza) que quiere conciliar dos mundos, el del jazz y el de la cl¨¢sica, que tienden a ignorarse ol¨ªmpicamente.
Hendricks no ejerce de diva y, en vez de mandar a los instrumentistas por delante para hacer la entrada triunfal con el ambiente ya caldeado, sali¨® desde el principio y con paso firme y decidido: ante s¨ª ten¨ªa un pu?ado de temas tan tentador como una caja de bombones suizos. Buena prueba de que quer¨ªa degustarlos con conocimiento de causa es que la misma tarde del concierto hab¨ªa ensayado durante dos horas y media.
Pero antes de entrar en materia conviene situar el entorno. Las canciones que figuraban en el repertorio proceden de musicales de Broadway con t¨ªtulos como Que toque la banda, Loco por las chicas, ?Se?ora, sea buena! y similares. Se convendr¨¢ entonces que Gershwin no estaba pensando en la Viena imperial cuando concibi¨® esas miniaturas luminosas y pajareadoras que todo el mundo, desde el grunge m¨¢s pringoso al m¨¢s angelical falsetista, aspira a hacer suyas.
Si Hendricks no lo consigui¨® del todo no fue por su culpa: no se consagra toda una vida al bel canto para luego esconder los resultados de todo ese aprendizaje. A la estadounidense le sobran avales para confirmar que posee un timbre reconocible, una t¨¦cnica sin tacha y un fraseo c¨¢lido y elocuente. El error vino esta vez por exceso: los sobreadornos le ca¨ªan a las canciones de Gershwin como el atuendo de una urbanita sofisticada a una campesina fortachona y rubicunda.
Fidelidad
En este orden de cosas, canciones como 'S Wonderful, Embraceable you y Somebody loves me fueron desfilando con traje de gala y en formaci¨®n perfecta, todas con su correspondiente verse, y las barras de comp¨¢s tan visibles como postes telef¨®nicos. Enseguida se vio que la escuela determina el car¨¢cter y que la raza no garantiza la fidelidad estil¨ªstica al g¨¦nero. Por fraseo (m¨¢s bien encorsetado), pensamiento r¨ªtmico (sin rastro de swing) y temperamento (blanco y una pizca retra¨ªdo), no es probable que Hendricks consiga cantar de modo convincente ni jazz ni sus derivados. Se sospecha que es asunto gremial, porque otras notables cantantes negras del sector culto -caso de Kathleen Battle y Leontyne Prince- tambi¨¦n han tropezado en la misma piedra. Queda dicho entonces que el jazz s¨®lo se pudo ver con cuentah¨ªlos de gran aumento, al menos en la primera parte.
Cab¨ªa pensar que el car¨¢cter oper¨ªstico de la segunda, dedicada a un repaso de las p¨¢ginas m¨¢s c¨¦lebres de Porgy and Bess, favorecer¨ªa una presentaci¨®n m¨¢s natural de cualidades, y as¨ª sucedi¨® en momentos concretos cuando Hendricks relat¨® el drama rural con modales de gran se?ora de la Quinta Avenida. Pero fue tambi¨¦n en esa segunda mitad cuando cedi¨® protagonismo al contrabajista Ira Coleman y al bater¨ªa Lewis Nash, dos exquisitos polifac¨¦ticos que consiguieron envolver el ritmo entre sedas y tules con primorosa delicadeza. Tambi¨¦n el joven Geoff Keezer, responsable adem¨¢s de los arreglos de cuerda, demostr¨® que es un pianista inquieto capaz de improvisar con autoridad sobre motivos diversos. Al final, las proezas vocales que Hendricks hab¨ªa acumulado a lo largo del concierto conquistaron de verdad a un p¨²blico que parec¨ªa haber acudido, precisamente, a escucharlas.
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