Luces blancas contra el fuego
Una treintena de efectivos trabaja durante una guardia en el parque de bomberos del paseo de Santa Mar¨ªa de la Cabeza
Las t¨ªpicas sirenas han sido sustituidas por potentes luces blancas. Cuando se encienden estos luminosos, que est¨¢n repartidos por todas las estancias del parque, los bomberos salen disparados hacia los coches y los camiones. Saben que alguna persona requiere sus servicios con extrema urgencia. Es la forma de iniciar el trabajo en el parque quinto, en el paseo de Santa Mar¨ªa de la Cabeza.
La jornada laboral arranca siempre a las nueve de la ma?ana. Con el equipo puesto, casco ajustado a la cabeza incluido, se re¨²ne todo el personal de servicio en el patio del parque. El capataz que est¨¢ al mando da las novedades a los cerca de 30 bomberos que hacen la guardia. ?sta siempre dura 24 horas. La siguiente labor, perfectamente estructurada, consiste en la revisi¨®n de todo el material. Esto incluye las m¨¢quinas especiales que van en los camiones y todos los aperos necesarios para resolver cualquier intervenci¨®n. En ese momento los bomberos hacen sonar todas las sirenas de los veh¨ªculos dentro del parque. 'Se trata de saber que todo funciona a la perfecci¨®n para que no nos llevemos ninguna sorpresa en medio de una salida. Adem¨¢s de suponer una p¨¦rdida de tiempo, podr¨ªa acarrear un grave riesgo', comenta el sargento segundo Mariano Fern¨¢ndez, con 19 a?os de servicio en el cuerpo. Los trabajos incluyen tambi¨¦n el lavado de los camiones. El parque quinto, al igual que el n¨²mero dos, sito junto la plaza de Manuel Becerra, es un nodriza, por lo que dispone de gr¨²as y autobombas de gran tonelaje. Esto significa que, si hay un gran siniestro, salen estos veh¨ªculos en apoyo de otros parques.
Todos los d¨ªas dedican una hora y media a hacer ejercicio en el gimnasio y realizan simulacros y maniobras en las instalaciones
Ajeno a todo este ajetreo se encuentra el telefonista del parque. En este caso, Manuel Ferrer, que lleva 31 a?os en los bomberos del Ayuntamiento de Madrid, es el encargado de recibir las llamadas procedentes de la sala del 080. A sus espaldas se acumulan muchas experiencias, algunas no muy agradables. 'Creo que las peores salidas que he vivido han sido los accidentes de tr¨¢fico. En alg¨²n siniestro hemos tenido que recoger a las personas totalmente destrozadas. Eso, aunque no quieras, te cambia la forma de ver la vida', explica Ferrer. Entre sus recuerdos est¨¢ la tragedia de Almacenes Arias, el 5 de septiembre de 1987, donde fallecieron 10 bomberos al derrumbarse el edificio.
Mientras explica este suceso, suena el tel¨¦fono de las emergencias y comienza as¨ª la primera salida de la guardia: accidente de tr¨¢fico en la avenida de Oporto. Sale el coche de primera intervenci¨®n. A su llegada se encuentra con un cami¨®n que, al reventar una rueda, ha chocado contra un turismo. Cuando llegan los bomberos, las v¨ªctimas han podido salir por sus propios medios.
Grupos de comida
De vuelta al parque, contin¨²an con las labores de mantenimiento y de limpieza de los veh¨ªculos. Otros bomberos se encargan en este tiempo de ir a la compra del almuerzo y la cena. Los 27 efectivos que hay de guardia se dividen en grupos, llamados entre ellos trucks. Se agrupan generalmente por gustos gastron¨®micos o amistad. La comida se paga entre todos y con ello se compra todo tipo de alimentos. Hoy les toca poner 2.000 pesetas por persona. 'Las mujeres, antes, cuando ibas a la compra te ve¨ªan con el uniforme y te dejaban pasar para que no tardaras. Ahora, sin embargo, te toca esperar como a todo el mundo', explica un cocinero.
Al ser un festivo, los bomberos se libran de hacer la hora y media de gimnasia reglamentaria por la ma?ana. Eso no quita para que casi todos acudan al gimnasio a jugar al f¨²tbol o a hacer pesas. Basta ver sus fibrosos cuerpos para comprobar que el gimnasio se convierte en uno de los lugares preferidos de este colectivo.
La preparaci¨®n f¨ªsica se ve de nuevo interrumpida. Las luces blancas se iluminan. En este caso se trata de un ni?o que se ha quedado atrapado en una terraza de una vivienda de la avenida de Perales de Taju?a, en Usera. El pestillo de la cristalera se ha quedado enganchado y no se puede abrir.
La siguiente salida se concatena a la anterior. La Polic¨ªa Municipal pide la ayuda de los bomberos para retirar unas planchas de acero que supuestamente serv¨ªan para evitar una zanja. Varios veh¨ªculos han desplazado estas planchas y la zanja ha quedado al descubierto. La intervenci¨®n no dura m¨¢s de 15 minutos.
Entre salida y salida, ha llegado la hora de comer. Cada turno puede entrar al comedor a la hora que quiera. En principio, lo hacen cuanto antes por si tienen que salir. De fondo, las noticias de la televisi¨®n. Es el ¨²nico medio que utilizan para saber qu¨¦ ocurre en el exterior. En el parque sorprende la tranquilidad y el silencio reinantes.
Las tareas diarias de los bomberos incluyen maniobras de las cuatro a las seis de la tarde en el patio del parque. De nuevo, al ser fiesta, se libran de estos simulacros. Los bomberos aprovechan para reposar la comida en la sala de televisi¨®n o para echar alguna cabezadita. Algunos, m¨¢s ocupados, como Joaqu¨ªn Mimbrero, prefieren dedicarle su tiempo a la organizaci¨®n Bomberos Unidos Sin Fronteras (BUSF), que se encarga de formar y dotar de material a los compa?eros de Suram¨¦rica. Cada seis meses editan una revista para los m¨¢s de 1.000 socios con los que cuenta por todo el mundo.
Uno de los bomberos m¨¢s j¨®venes del parque es Jes¨²s Mu?oz, de 31 a?os. Tras ocho de oposici¨®n, este vecino de Orcasitas cambi¨® los cables y los enchufes de electricista por las mangueras y las sirenas. Al ser el m¨¢s joven del grupo, le toca el puesto de campana: se encarga de entrar en todos los siniestros con el oficial que est¨¦ al mando y de controlar las comunicaciones con la base. 'Tard¨¦ mucho tiempo en aprobar la oposici¨®n, y me cost¨® la separaci¨®n con mi mujer. He perdido mi juventud, pero ha merecido la pena, porque toda mi vida he so?ado con ser bombero. Cuando hab¨ªa un incendio en mi barrio, yo paraba al cami¨®n de los bomberos, me sub¨ªa con ellos y les llevaba a la calle', recuerda ahora risue?o. Entre las visiones desagradables que ha tenido en sus tres a?os de carrera recuerda el asesinato del teniente coronel Pedro Antonio Blanco a manos de ETA, el 21 de enero de 2000. 'Jam¨¢s pens¨¦ que habr¨ªa gente capaz de cometer tales brutalidades', relata mientras recuerda que le toc¨® apagar el coche bomba.
Poco a poco el parque recupera la actividad. Unos aprovechan para merendar, mientras otros se dedican a organizar un partido de f¨²tbol en el gimnasio. Todo queda interrumpido por un nuevo aviso. Esta vez, el viento amenaza con derribar una antena parab¨®lica en un edificio de reciente construcci¨®n en la calle de Horiz¨®n. Sale el coche de primera intervenci¨®n, que reconoce el terreno. Al tratarse de un edificio de seis plantas, se requiere la autoescala para comprobar la antena. Suben cuatro bomberos y confirman las sospechas del comunicante: tres de los cuatro tornillos de sujeci¨®n estaban sueltos. Un golpe de aire la habr¨ªa derribado. 'Nuestro trabajo consiste en comprobar cualquier extremo. Si en este caso no lo hubieramos hecho, podr¨ªa haber resultado herido alguien en la ca¨ªda de la antena', explica el sargento Mariano Fern¨¢ndez.
Poco a poco llega la noche y pasa la mitad de la guardia. Una llamada desde la calle de Embajadores pide la ayuda de los bomberos. Una joven estudiante griega se ha quedado encerrada en el interior de un cuarto de ba?o. Un bombero tiene que pasar desde una de las ventanas del sal¨®n a otra del aseo, a trav¨¦s de un patio interior. La compa?era de la estudiante pregunta al final del trabajo si hay que pagar a los bomberos. Uno de ellos, el m¨¢s bromista, dice riendo: 'Tranquila, mujer, que esto lo paga el Ayuntamiento'. La estudiante que se ha quedado encerrada abre una caja de magdalenas y se las ofrece. Ellos, con una sonrisa, se lo agradecen, pero no cogen ninguna. '?stas son las salidas que m¨¢s tenemos. La gente se cree que siempre estamos apagando grandes fuegos. Pero eso es mucho m¨¢s raro', concluye uno de los bomberos de la unidad.
Parte de intervenci¨®n
Los bomberos aprovechan para cenar en el intermedio del partido que emite la televisi¨®n. Tras ver el desenlace del encuentro, se preparan para acostarse. Parece muy pronto, pero saben que es un d¨ªa festivo y que las salidas pueden repetirse durante toda la noche. Antes de acostarse, se enciende de nuevo la luz blanca y suena por megafon¨ªa un nuevo aviso. Hay que tapar unas zanjas, lo que no lleva m¨¢s de 10 minutos. De regreso al parque, los bomberos empiezan a acostarse, mientras el oficial, el sargento Mariano Fern¨¢ndez, se pone frente al ordenador. Hay que redactar los partes de intervenci¨®n. El silencio se hace m¨¢s patente a estas horas de la noche. 'Cuando est¨¢s en el parque no duermes igual que en casa. Siempre est¨¢s en vilo pensando que te puede tocar salir en cualquier momento', explica Joaqu¨ªn Mimbrero.
La noche pasa tranquila. Ni la lluvia ni el aire han dado trabajo a los bomberos del parque quinto. As¨ª llegan las nueve de la ma?ana. Antes de abandonar el parque hablan con los compa?eros que les relevan y comentan las incidencias del partido de f¨²tbol. Ahora, ellos atender¨¢n las urgencias de Madrid.
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