La rebeli¨®n de las monjas
Un clima de insumisi¨®n personal recorre un planeta que acaso busca m¨¢s que nunca en religiones y sectas explicaciones a la aceleraci¨®n y acumulaci¨®n de misterios e injusticias inexplicables. En ese clima de insumisi¨®n abierta, que tambi¨¦n es de paradoja sangrante, faltaban las monjas.
Las monjas han sido, por lo general y salvo excepciones notables, esos ciudadanos de segunda o de tercera de los que la sociedad ha dispuesto para solucionar muchas veces acuciantes necesidades sociales. Enfermeras, asistentas, seres especialmente dotados para el sacrificio, ellas ven¨ªan obligadas, por sus votos de entrega a Dios, a sufrir en el m¨¢ximo silencio cualquier penalidad, incluida la de ser tambi¨¦n un mero adl¨¢tere de la presunta autoridad espiritual -y material- masculina. Y ahora vemos c¨®mo las monjas, seres que llevaban su exclusi¨®n de todo lo humano salvo del dolor con la m¨¢xima sumisi¨®n, se han puesto a hablar. Y han explicado cosas tremendas.
Un informe de dos monjas cat¨®licas, publicado en una revista cat¨®lica de Kansas, Estados Unidos, recoge centenares de denuncias de monjas cat¨®licas de 23 pa¨ªses -entre los cuales, Italia e Irlanda- sobre abusos sexuales, incluidas violaciones, por parte de sacerdotes y misioneros. El trabajo se comenz¨® a principios de los noventa, cuando diversas quejas de comunidades locales de religiosas quedaron sin ser escuchadas por las autoridades cat¨®licas, seg¨²n explica el National Catholic Reporter. Pero la principal novedad, un verdadero dato para la historia, es que el Vaticano, por primera vez, ha reconocido el problema, que es tanto como reconocer la rebeli¨®n de las monjas.
Seguramente, tras estas tremendas revelaciones, que sobrepasan con mucho las sopechas existentes desde hace tiempo y, desde luego, aquellas fantas¨ªas melodram¨¢ticas que dieron pie a una famosa pel¨ªcula de Sara Montiel -Esa mujer, dirigida por Mario Camus, con gui¨®n de Antonio Gala-, ya nada volver¨¢ a ser igual. El que algunas monjas corten con la sumisi¨®n total a todo lo que les ven¨ªa determinado por la indiscutida autoridad religiosa masculina significa que est¨¢ en marcha una rebeli¨®n de fondo: las monjas son personas, son mujeres, son seres humanos con ideas propias, con derechos, con voz y, acaso -conozco m¨¢s de una-, con su forma de entender la religi¨®n. ?Tanta gente, y durante tanto tiempo, hab¨ªa puesto en duda estas cosas elementales! El que las monjas se hagan o¨ªr m¨¢s ahora que cuando reclaman la feminizaci¨®n de la Iglesia muestra que, lamentablemente y como sucede en el caso de los malos tratos a las mujeres, a¨²n se entiende mejor el lenguaje de la tragedia que el del realismo. Lo cierto es que las dulces monjitas, calladas durante siglos, han conseguido no sin esfuerzo que sepamos de los malos tratos que ellas sufren y que no est¨¢n dispuestas a consentir.
No s¨¦ si a partir de ahora vamos a ver abiertamente a las religiosas reclamando anticonceptivos, adem¨¢s de pedir ser sacerdotes e impartir doctrina. Pero a¨²n est¨¢ por ver que, tras este paso hist¨®rico, esas mujeres sean capaces de soportar la hipocres¨ªa de que la jerarqu¨ªa cat¨®lica condene el uso de anticonceptivos en las parejas o no permita que los cat¨®licos con sida utilicen preservativos. Aunque es seguro que el Vaticano no ha reconocido que los tiempos son distintos hasta que el silencio de siglos -el gran secreto, que se dec¨ªa a voces, de que curas y monjas son, c¨®mo no, seres humanos- le ha estallado en las manos.
Esta historia, que confirma que algunos sacerdotes explotan su autoridad financiera y espiritual para procurarse favores sexuales de no importa qu¨¦ mujeres, no es una mera an¨¦cdota. Quiz¨¢ es el s¨ªntoma de que la comunidad cat¨®lica, con su protesta y su denuncia, est¨¢ bien viva y se aproxima cada vez m¨¢s a la realidad de los humanos. En un mundo en el que las mujeres intentan cada d¨ªa acabar con su antigua exclusi¨®n, lo raro habr¨ªa sido que las monjas no se hubieran enterado. Su rebeli¨®n de ahora augura nuevos cambios.
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