Un problema olvidado
Casi dos meses despu¨¦s de iniciarse la acampada, los trabajadores de Sintel, la ex filial de Telef¨®nica especializada en colocaci¨®n de cables, siguen instalados en sus tiendas de campa?a en pleno paseo de la Castellana de Madrid, frente al Ministerio de Econom¨ªa, como expresi¨®n de protesta permanente por la quiebra de la empresa y la ausencia de soluciones pol¨ªticas y financieras a su caso. La situaci¨®n de la compa?¨ªa tiende a empeorar con el paso del tiempo. En junio present¨® suspensi¨®n de pagos, su d¨¦ficit patrimonial reconocido es de casi 12.000 millones de pesetas -puede haberse ampliado ya a 20.000 millones- y tiene abierto un expediente de extinci¨®n de 796 empleos sobre los 1.818 de la plantilla. La persistencia de ese poblado de tiendas de campa?a en el coraz¨®n de Madrid indica bien a las claras que el problema empresarial de Sintel se ha enquistado ante la aparente indiferencia tanto de los responsables de la empresa como del Gobierno.
El problema de fondo es la definici¨®n de qui¨¦n debe aportar el capital necesario para cubrir las p¨¦rdidas patrimoniales, reiniciar el programa de inversiones y ofrecer un plan industrial para recuperar el futuro de la empresa. M¨¢s que un problema de orden p¨²blico, de si se debe desalojar o no el llamado campamento de la esperanza, estamos ante un problema de decisi¨®n pol¨ªtica y empresarial. Lo que hay que lamentar precisamente es que esa decisi¨®n no exista, que ni el propietario, ni Telef¨®nica -principal suministrador de negocio a Sintel-, ni el Gobierno tengan preocupaci¨®n o inter¨¦s suficiente para desbloquear una situaci¨®n perfectamente diagnosticada, y los sindicatos tampoco encuentren el punto de flexibilidad necesario para entender que en una situaci¨®n de crisis empresarial no es posible mantener intacta la plantilla.
Es un fracaso convertir el caso Sintel, enquistado y olvidado en una concurrida avenida madrile?a, en una cuesti¨®n de orden p¨²blico y que la ¨²nica soluci¨®n visible sea la de desalojar a los acampados. Si finalmente se recurre a la fuerza sin m¨¢s habr¨¢ que preguntarse para qu¨¦ sirvieron la espectacular cadena de operaciones anteriores, como la venta de la filial de Telef¨®nica al empresario cubano Mas Canosa en 1996, su posterior venta a un grupo de directivos y la entrada final de Carlos Gila, su propietario actual, que la adquiri¨® por dos euros.
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