De vuelta a Chiapas
Los zapatistas han tenido su d¨ªa de gloria al dirigirse al Congreso mexicano para reclamar con absoluta justicia la inserci¨®n real de los indios, un 10% de la poblaci¨®n, en una sociedad que les ha arrojado a la cuneta desde tiempos coloniales. A nadie se le escapa el simbolismo de que un grupo de enmascarados te¨®ricamente alzados en armas ocupe la tribuna de un Parlamento elegido democr¨¢ticamente para pronunciar un alegato en favor de la autonom¨ªa de las etnias ind¨ªgenas. Pero a estas alturas la cuesti¨®n clave es si este cl¨ªmax pol¨ªtico trascender¨¢ su puesta en escena o quedar¨¢ en una an¨¦cdota solemne del largo enfrentamiento entre el poder y los insurgentes.
Los rebeldes anuncian que el encuentro parlamentario desbloquea el di¨¢logo con el Gobierno del presidente Vicente Fox y que los gestos de ¨¦ste evacuando a la mayor¨ªa de sus tropas del Estado de Chiapas, liberando a casi un centenar de presos zapatistas y enviando al Congreso para su discusi¨®n el proyecto de ley indigenista son se?ales de buena voluntad que les permiten ya regresar a su basti¨®n de la selva Lacandona. Se supone que, cumplidos los objetivos de su multitudinaria marcha hasta la capital federal, la paz est¨¢ ahora m¨¢s cerca que hace un mes, y que se inicia un paulatino adi¨®s a las armas, pendiente de la aprobaci¨®n de la ley sobre derechos de los indios.
El plant¨®n del subcomandante Marcos al Congreso es, sin embargo, un elemento que ha contribuido a sembrar ciertas dudas y a dar al conjunto un aire m¨¢s representado que real. El icono medi¨¢tico de los ind¨ªgenas eludi¨® el Parlamento argumentando que es el jefe militar del movimiento, no el pol¨ªtico. Pero las armas zapatistas llevan a?os calladas, y si algo distingue a Sebasti¨¢n Guill¨¦n es precisamente su facundia. No s¨®lo ha sido hasta ahora el portavoz exclusivo de los rebeldes, sino su te¨®rico, su t¨¢ctico y la persona de quien, por definici¨®n, se esperan las puntualizaciones. Presumiblemente, su regreso a la selva Lacandona har¨¢ pronto de ¨¦l o un dirigente pol¨ªtico en ciernes o un elemento m¨¢s del paisaje sure?o.
Los mexicanos se muestran esc¨¦pticos sobre los efectos reales de estas semanas de v¨¦rtigo en la pacificaci¨®n de Chiapas. El debate no est¨¢ en si es una transgresi¨®n a las normas de la democracia que un grupo de encapuchados hable en un Parlamento o si oponerse a ello es una muestra de intolerancia. Una vez cumplidos los ritos esc¨¦nicos aceptados por ambas partes, se trata ahora -para Fox y los legisladores, para Marcos y sus insurgentes- de dejar a un lado los personalismos y comprometerse a fondo con la suerte de un pa¨ªs en acelerado cambio. Y ese cambio no puede marginar por su origen y cultura a diez millones de sus ciudadanos.
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