Un mutis vulgar
Los d¨¦spotas suelen presentarse a los suyos como personajes sin otra alternativa que el caos. Por eso es muy poco probable que Slobodan Milosevic, a quien no hace mucho cortejaban como socio las potencias occidentales, imaginara acabar tras las rejas de la prisi¨®n central de Belgrado. Ni siquiera ha cumplido la amenaza de ofrecer con sus leales un holocausto numantino; los que hasta la v¨ªspera iban a dar por ¨¦l la vida en masa han desaparecido, y las calles de Belgrado parecen ya ajenas al drama que las tuvo en vilo entre la noche del viernes y la madrugada del domingo. Un sistema pol¨ªtico-social tan fr¨¢gil como el serbio parece digerir sin traumas el s¨²bito apag¨®n de quien durante m¨¢s de una d¨¦cada se consider¨® el redentor de su pueblo, y fue jaleado como tal.
La detenci¨®n de Milosevic deber¨ªa servir en su pa¨ªs para eliminar el mayor elemento de fricci¨®n entre las diferentes fuerzas de la coalici¨®n reformista gobernante. Zanjado un punto crucial, el presidente Vojislav Kostunica, renuente hasta el ¨²ltimo minuto, y el primer ministro, Zoran Djindjic, m¨¢s pragm¨¢tico, deber¨ªan aplicarse a la inexcusable tarea de democratizar las instituciones. En la c¨²spide de algunas de ellas -desde la presidencia serbia a las Fuerzas Armadas, la polic¨ªa o la judicatura- siguen enquistados personajes absolutamente c¨®mplices de la pol¨ªtica de terror y limpieza ¨¦tnica con la que Milosevic ha marcado a su r¨¦gimen.
La otra cuesti¨®n fundamental es si el arresto del dictador, bajo la acusaci¨®n de corrupci¨®n y abuso de poder, preludia su entrega al Tribunal Penal Internacional, que le reclama por el genocidio de Kosovo en 1999. EE UU y Europa se han apresurado a felicitarse por un paso inicial que, pese a las presiones sobre Belgrado, distaba de verse como seguro. Washington tiene ahora expedita la v¨ªa para mantener su ayuda a Serbia y, sobre todo, para facilitar la reconstrucci¨®n por parte de las instituciones crediticias internacionales que controla.
Parece poco probable que Milosevic pueda eludir su cita con La Haya. M¨¢s veros¨ªmil es que los procesos que se avecinan acaben por liquidar internamente al megal¨®mano que ha anegado Europa en sangre en nombre de la Gran Serbia. La Yugoslavia predemocr¨¢tica -arruinada, abocada a la amputaci¨®n de Kosovo y la incipiente secesi¨®n de Montenegro, desestabilizada en su flanco sur por el extremismo armado alban¨¦s- no puede permitirse en nombre de un cad¨¢ver pol¨ªtico enfrentarse al concierto internacional del que necesita desesperadamente para revivir.
Pero son, sobre todo, la reconciliaci¨®n de la antigua Yugoslavia y la idea de una justicia ejemplar que arrope el descanso de 200.000 muertos las que deben convocar a Milosevic ante los jueces de la ONU. La Haya es ahora el ¨²nico lugar apropiado para sellar el final de una era nefanda.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.