Sexo y clero
Es una buena noticia que nuestros problemas religiosos aparezcan en sociedad, y a¨²n es mejor que los abusos a monjas por parte de sacerdotes reabran el debate sobre el sexo en la Iglesia cat¨®lica. De un tiempo ac¨¢, algunos hemos tenido la impresi¨®n de que la religi¨®n volv¨ªa a tener cierta bula en los medios de comunicaci¨®n, si exceptuamos las Noticias del gui?ol, en donde a¨²n cabe el buen humor contra el sagrado dogma en persona, nuestro Santo Padre Wojtyla. El d¨ªa que Canal Plus haga lo mismo con la Corona ser¨¢, sin la menor duda constitucional, nuestro mejor informativo. Pero esto es otra cuesti¨®n.
Es signo de modernidad poder discutir en p¨²blico asuntos que, en peores tiempos, afectaban exclusivamente a la esencia de la Iglesia. Por ejemplo, tanto Huberto Mynarek (Eros y clero, 1978) como Karlheinz Deschner (Opus Diaboli, 1987) ya hab¨ªan se?alado que el miedo al poder eclesi¨¢stico impon¨ªa, frente a los numerosos informes cr¨ªticos sobre la ley del celibato, la ley del silencio. De ah¨ª que nos parezca una buena noticia que las violaciones sexuales de estas monjas por sacerdotes (EL PA?S, 21 y 22 de marzo del presente a?o) merezcan la atenci¨®n de la opini¨®n p¨²blica por no pocos motivos que paso a sintetizar.
En primer lugar, porque la historia se repite. Los hechos comprobados, que ahora parecen sacados de una historia incre¨ªble, como la del sacerdote que copula con una monja a la que hace abortar en un hospital de m¨¦dicos cat¨®licos y el mismo violador, al morir ella, oficia la misa de difuntos, o bien las seducidas que son animadas a tomar la p¨ªldora, o las relaciones con jovencitas y se?oras, casadas o no, pues el hambre sexual de estos 'sementales de monjas', la expresi¨®n la recoge Mynarek de los propios c¨ªrculos teol¨®gicos en op., p¨¢gina 179, carece de l¨ªmite; en fin, las consecuencias tr¨¢gicas que padecen estas monjas por su doble condici¨®n de c¨¦libe y mujer en el seno de una instituci¨®n tan jer¨¢rquicamente organizada como esencialmente represivo-sexual, todo esto ya ha tenido lugar a lo largo y ancho de la historia de la sexualidad en el clero.
Monjas, monjes y sacerdotes, de arriba a lo m¨¢s bajo de la pir¨¢mide, de santos con amas de llaves, etc¨¦tera, toda una documetaci¨®n existe al alcance de cualquiera con ganas de refrescar la memoria. El libertinaje de los religiosos ha sido proverbial. San Bonifacio, cuenta Deschner, ya se quejaba en el siglo VIII de sacerdotes que llegaban a tener cinco y m¨¢s concubinas en su cama, y al parecer hemos tenido en este ranking obispos como el de Lieja y Basilea, con 20 y 61 hijos, respectivamente. Para algunos te¨®logos, la imposici¨®n del velo a una novicia era equivalente a entregarla a la prostituci¨®n, lo que no es de extra?ar, ya que el Consejo Municipal de Z¨²rich promulga en 1493 una severa ordenanza 'contra la conducta lasciva en los conventos de religiosas'. En el siglo XVII tenemos a un arzobispo en Salzsburgo, Von Reitenau, que baja el list¨®n a s¨®lo 15. Hasta nuestros d¨ªas de 1970, en que el C¨ªrculo de Acci¨®n de M¨²nich, un grupo cat¨®lico, denuncia en un memor¨¢ndum enviado a todo el clero de la di¨®cesis sus relaciones secretas hetero y homosexuales, relaciones que conllevaban una doble vida y una doble moral. ?Acaso es de siglos pasados esa historia del sacerdote que seduce a la mujer casada o juega con los genitales de alg¨²n chico mientras los jerarcas de la Madre Iglesia miran hacia otro sitio o premian al tocador con otra parroquia como si no pasara nada?
Esto ha ocurrido siempre por m¨¢s que la Iglesia se haya ido autosuperando en su perfil hip¨®crita. Siento l¨¢stima por estos seres que no pueden vivir con naturalidad su sexualidad; pero mi compasi¨®n, ¨²ltimo pecado del hombre superior, dec¨ªa Zaratustra, tiene su l¨ªmite en la irritaci¨®n que produce la ?justicia! eclesi¨¢stica. Parece un chiste de mal gusto. Si quiere usted violar sin problemas, h¨¢gase sacerdote, porque por forzar a una novicia te van a castigar con dos semanas de retiro espiritual.
Como peregrina hip¨®tesis de razonamiento sobre la anormal conducta sexual de los sacerdotes 'africanos' se baraja la del 'peso de las culturas propias'; pero esto s¨®lo cabe entenderlo, a mi parecer, de una manera ya apuntada en el propio informe de la religiosa Maura O'Donohue: que el sida ha venido a constituirse en un 'desaf¨ªo' para la sexualidad de los miembros de ¨®rdenes y el clero. Lo que nos diferencia al com¨²n de las gentes respecto a la actividad sexual de estos religiosos no es, pues, la ley del celibato, que apenas tiene sentido en nuestra sociedad como en las culturas africanas, sino el m¨¦todo para protegernos del VIH. Anta?o Don Juan seduce a una monja como forma de echarle un pulso al Cielo, ahora los religiosos contactan con las religiosas porque se trata de un grupo id¨®neo para practicar el coito sin riesgos. Monjas en lugar de prostitutas. Lo del Concilio de Constanza, una ciudad en la que se dieron cita, adem¨¢s del Esp¨ªritu Santo y trescientos y pico obispos, unas setecientas prostitutas, ya no podr¨ªa repetirse. Sin embargo, se dice desde el Vaticano que esto ya se sab¨ªa y que est¨¢n tomando medidas concretas. ?Concretas respecto a qu¨¦? Ojal¨¢ fueran respecto de la propia ley del celibato, pero eso ser¨ªa lo mismo que pedirle a la Iglesia que dejara el poder que le confiere un esp¨ªritu religioso basado en una f¨¦rrea organizaci¨®n jer¨¢rquica, la represi¨®n sexual y el poder de perdonar.
Por ¨²ltimo. A la hora de evaluar la relaci¨®n de Nietzsche con el cristianismo, tal y como suele hacerlo la teolog¨ªa de guardia en los ecos de la conmemoraci¨®n del centenario de la muerte del autor de El Anticristo, siempre se olvida, qu¨¦ cruz, lo que de defendible sigue teniendo su cr¨ªtica al cristianismo. Pocos como ¨¦l se?alaron lo antinatural y lascivo que subyace a esta guerra p¨ªa contra la vida, contra los instintos, contra el sexo, contra el cuerpo, la mujer y el placer como si fueran de otro mundo. Nadie como ¨¦l supo analizar el trasfondo de esta viciosa moral sexual del trasmundo en la que los casados -de los arrejuntados, ya te digo- son como de segunda divisi¨®n respecto a los puros de esp¨ªritu... Ahora que est¨¢ lamentablemente en candelero el sexo del clero, vale la pena recordar otro tipo de violaciones. No, me parece absolutamente hip¨®crita echarle la culpa de estas violaciones de monjas a la especial 'barbarie' cultural de ?frica. Nosotros, con todo nuestro golpe de amor al pr¨®jimo, somos infinitamente m¨¢s b¨¢rbaros que ellos. Hemos sabido construir, sin necesidad de tecnobiolog¨ªa, seres humanos castrados o amputados en algo vitalmente regalado por la propia naturaleza; sabemos inventar una moralidad para hacer al hombre y a la mujer m¨¢s dependientes del organizado poder de perdonar. El mismo clero amputado de sexo vive, parad¨®jicamente, de nuestros pecados cuya joya es la sexualidad.
Lo que ahora vienen a desvelar estas violaciones nos afecta en lo m¨¢s profundo de nuestra propia historia, pues el cristianismo, al menos en lo que afecta a la moral sexual, no nos hizo m¨¢s felices, sino m¨¢s desgraciados. Si a pesar de todo podemos hacer el amor sin la conciencia turbada, es porque a la postre se impone la vida misma.
Dios quiera iluminar a nuestras eminencias p¨²rpuras cuando tomen medidas concretas para el desolado coraz¨®n de ?frica y renuncien, por fin de forma oficial, a la campa?a '¨¦tica' contra el preservativo.
Julio Quesada es escritor y catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la UAM, autor de La belleza y los humillados.
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