Homenaje a Arturo Barea
Arturo Barea (1897-1957) fue uno de los grandes novelistas y ensayistas espa?oles del siglo XX. Debido a su condici¨®n de exiliado republicano que vivi¨® en Londres desde 1939 hasta el final de su vida, era m¨¢s conocido en el extranjero que en su pa¨ªs. Los lectores de habla inglesa tuvieron acceso a su bella novela autobiogr¨¢fica, The Forging of a Rebel, en 1946. Estuvo disponible en el original espa?ol, como La forja de un rebelde, en una edici¨®n argentina de 1951, y fue finalmente publicada en Espa?a en 1978, m¨¢s de dos a?os despu¨¦s de la muerte del general Franco. Barea fue tambi¨¦n una importante figura intelectual para los latinoamericanos, a consecuencia de sus charlas semanales en el Servicio Latinoamericano de la BBC y de la publicaci¨®n de numerosos art¨ªculos y relatos breves durante el periodo de su exilio.
La trayectoria de la vida de Barea, junto con su gran sensibilidad emocional y su gran inteligencia, le permitieron escribir y hablar como uno de los espa?oles m¨¢s universales. Su madre, que se qued¨® viuda poco despu¨¦s de que ¨¦l naciera, mantuvo a sus hijos trabajando como lavandera y asistenta y en su casa aprendi¨® directamente las condiciones de vida de la clase obrera urbana espa?ola. Al mismo tiempo, un t¨ªo adinerado pag¨® su educaci¨®n en un colegio cat¨®lico privado, experiencia que le aport¨® una educaci¨®n primaria de alta calidad y tambi¨¦n una pizca de contacto social con familias de la clase media. Desde su adolescencia hasta bien entrado en la treintena se gan¨® la vida en diversos puestos administrativos, financieros y directivos, y su formaci¨®n militar incluy¨® servicio activo en Marruecos.
Durante la era republicana, a pesar del ambiente extremadamente conservador de su trabajo y de su matrimonio (que acab¨® en divorcio en 1938), se hizo socialista, fue uno de los organizadores del sindicato de empleados de oficina de UGT y un especial admirador, dentro del PSOE, de Indalecio Prieto. En julio de 1936 tom¨® parte en la resistencia popular que derrot¨® al levantamiento militar en la ciudad de Madrid. Desde agosto de 1936 hasta septiembre de 1937, fue jefe de censura de prensa para la capital sitiada bajo el r¨¦gimen militar municipal del general Miaja. En su trabajo le ayudaba una mujer austriaca socialdem¨®crata y antigua comunista, Ilse Kulcsar, con quien se cas¨® en 1938 y con quien vivi¨® despu¨¦s en Inglaterra hasta su muerte.
As¨ª pues, Arturo Barea fue un hombre que tuvo una ¨ªntima experiencia vital tanto de la clase trabajadora urbana pobre como de la clase media cat¨®lica, desde la m¨¢s modesta hasta la m¨¢s pudiente. Sus trabajos en el peque?o pero creciente sector capitalista incluyeron labores administrativas en bancos y gesti¨®n de f¨¢bricas y de fincas agr¨ªcolas. Durante los a?os de la Rep¨²blica llev¨® una vida social intensa e intranquila en la atm¨®sfera de casino e iglesia de sus obligaciones profesionales y familiares, y en el ambiente ardientemente democr¨¢tico y revolucionario de las m¨²ltiples facciones del PSOE y de la UGT. Su a?o como censor en el Madrid sitiado le puso en constante contacto con los corresponsales extranjeros destinados en Madrid y con pol¨ªticos invitados de las democracias europeas, EE UU y la Uni¨®n Sovi¨¦tica. El aumento de las tensiones entre comunistas, socialistas y republicanos dentro del Frente Popular le educ¨® a fondo en las t¨¢cticas estalinistas y las debilidades de los partidos democr¨¢ticos. Su romance con Ilse le aport¨® tanto una experiencia de aut¨¦ntica igualdad en una relaci¨®n amorosa como una introducci¨®n a la cultura alemana y centroeuropea de la que ella era una representante estelar. Por ¨²ltimo, la vida en un pueblo al norte de Londres y su trabajo con la BBC y varios editores y escritores ingleses le dio un conocimiento ¨ªntimo de una sociedad democr¨¢tica establecida de antiguo.
Hasta hace menos de un a?o, La forja de un rebelde y diversos relatos cortos y art¨ªculos de cr¨ªtica literaria eran las ¨²nicas obras a las que pod¨ªan acceder los lectores. Ahora podemos estar agradecidos al erudito ingl¨¦s Nigel Townson y a Editorial Debate por dos magn¨ªficos vol¨²menes publicados en el a?o 2000: uno es una edici¨®n levemente corregida y con anotaciones de La forja de un rebelde, y el otro, Palabras recobradas, es una colecci¨®n de sus ensayos, charlas en la BBC, cartas personales y art¨ªculos para La Naci¨®n de Buenos Aires, la inmensa mayor¨ªa de los cuales no hab¨ªan estado disponibles en espa?ol en forma de libro. Es este ¨²ltimo volumen el que permite a los lectores apreciar la extraordinaria amplitud de la mente y el coraz¨®n de Barea.
Dentro de las limitaciones de un art¨ªculo breve, perm¨ªtanme que le d¨¦ al posible lector algunos ejemplos de esa extraordinaria amplitud. En La indivisibilidad de la libertad, defin¨ªa para una audiencia de socialistas ingleses, en abril de 1945, su idea del significado de la espont¨¢nea defensa popular de Madrid en 1936 y la participaci¨®n de las Brigadas Internacionales en aquella defensa: 'Yo trataba de entender el fundamento com¨²n..., lo que subyac¨ªa a las baratas consignas... de partido. Poco a poco comenc¨¦ a comprender que era una fe, o tal vez debiera decir una religi¨®n, lo que mov¨ªa a los voluntarios a una lucha antifascista por Espa?a. Era una religi¨®n con un credo universal: una creencia en la libertad del ser humano individual; una creencia en la igualdad de derechos y en la igualdad de los pueblos; una creencia en el derecho a una vida libre de miseria, ignorancia y explotaci¨®n' (p¨¢gina 551). Sus simpat¨ªas internacionales siempre fueron evidentes, y quedan bien ilustradas en una tertulia radiof¨®nica de julio de 1950, en la que el tema era su negativa a tomar partido en la entonces reci¨¦n comenzada Guerra de Corea. Titulada Mi doctrina, la charla recordaba con simpat¨ªa a los prisioneros de guerra alemanes, italianos y balc¨¢nicos que hab¨ªan trabajado en la campi?a inglesa en la II Guerra Mundial, algunos de los cuales se hab¨ªan quedado para convertirse en ciudadanos brit¨¢nicos. Y hablaba alegremente de un concurso internacional de canciones y danzas que se estaba celebrando en Gales en el momento en que ¨¦l escrib¨ªa: '... ver gentes sencillas de todos los pa¨ªses, recelosos el primer d¨ªa, conviviendo el segundo, entendi¨¦ndose sin entenderse y siendo felices entre s¨ª, todas mezcladas... No es interesante qui¨¦n gan¨® el concurso. Es interesante saber que gentes de no s¨¦ cu¨¢ntas razas y cu¨¢ntas nacionalidades pueden convivir juntos, pueden divertirse juntos...'.
En sus espor¨¢dicos ensayos hist¨®ricos y de cr¨ªtica literaria, Barea expone con frecuencia estrechos prejuicios de clase no observados o no comentados por otros. Hemingway y su Espa?a, un an¨¢lisis de Por qui¨¦n doblan las campanas (p¨¢ginas 5-16) contrapone de manera justa por una parte el conocimiento del gran novelista de la Espa?a taurina y gitana y por la otra su ignorancia de los habitantes castizos de los pueblos castellanos y de su forma de pensar y hablar. Sin resentimiento, pero con gran dignidad en la defensa de la gente corriente con la que ¨¦l nunca dej¨® de identificarse, expone los elementos de condescendencia y de simple error de juicio a la hora de retratar a los espa?oles rurales.
El ensayo sobre Ortega y Madariaga (p¨¢ginas 554-66) analiza las implicaciones aut¨¦nticamente conservadoras del pensamiento de los dos hombres que se consideraban a s¨ª mismos -y han sido considerados generalmente en los textos espa?oles- como progresistas, por lo menos en sus intenciones. Para Barea La rebeli¨®n de las masas 'constituye una de las m¨¢s evidentes confesiones de fe y terror jam¨¢s realizadas por un intelectual conservador. La nostalgia por una posici¨®n social perdida; (...) su negativa a tener en cuenta los poderes que en realidad mandan en el mundo mediante el control de los medios de producci¨®n..., el temor y el rechazo a los movimientos populares incluso cuando ¨¦stos se proponen liberar al individuo de la ignorancia y la violencia'.
En el caso de Madariaga, analizando los libros Anarqu¨ªa o jerarqu¨ªa y ?Ojo, vencedores!, escribe que 'esta actitud conservadora hacia la 'condici¨®n natural' de los obreros revela una terrible ignorancia de las fuerzas econ¨®micas y psicol¨®gicas que conducen al joven pescador a leer libros o al campesino espa?ol a aprender a escribir cuando ya es adulto... Mi propia experiencia -la memoria de mi t¨ªo, un trabajador que sent¨ªa una reverencia casi religiosa por los conocimientos articulados, inaccesibles a ¨¦l, y la memoria de los campesinos analfabetos y jornaleros de olivares que aprendieron a leer y a escribir en nuestras trincheras- me hace pensar que el pueblo pasivo de Madariaga es una ficci¨®n, un mero fragmento de sus creencias jer¨¢rquicas'.
Hay tambi¨¦n muchos retratos c¨¢lidos y humor¨ªsticos de la vida rural inglesa y muchos comentarios sobre discusiones en el pub del pueblo, en el Parlamento y en la prensa inglesa. ?stos son los textos de las tertulias radiof¨®nicas o de los art¨ªculos breves dirigidos a una audiencia latinoamericana en los a?os cuarenta y cincuenta, pero sus contenidos son igualmente reveladores para cualquier persona de hoy que est¨¦ interesada en la variedad de la vida cotidiana en una sociedad democr¨¢tica, tal y como la ve un republicano espa?ol internacionalista. La lectura de los ensayos de Barea, y por supuesto de su gran novela, debe servir como ant¨ªdoto a las limitadas simpat¨ªas clasistas y nacionalistas de una gran proporci¨®n de los autores espa?oles m¨¢s conocidos. Tambi¨¦n es raro, y por esta raz¨®n especialmente valioso, tener el testimonio vivo de un hombre que proviene de las clases no privilegiadas pero que, gracias a sus aptitudes, sus simpat¨ªas universales por la humanidad y su segundo matrimonio con una mujer de gran capacidad literaria y simpat¨ªas humanas igualmente amplias, fue capaz de transformar el exilio pol¨ªtico en un pensamiento y una obra literaria de alta calidad.
Gabriel Jackson es historiador.
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