El hombre que se invent¨® las pasiones
El escritor resalta que Cervantes rompi¨® el compromiso burgu¨¦s de la novela
'Yo, como don Quijote, me invento pasiones para ejercitarme'. Esta gentil declaraci¨®n de Voltaire encierra, me parece a m¨ª la m¨¢s fina y sutil interpretaci¨®n de Cervantes. Porque don Quijote no est¨¢ loco y Cervantes mucho menos, eso lo sabemos desde el principio del libro. Don Quijote es hidalgo cincuent¨®n y soltero que, llegado a ese ¨¢pice de la vida, decide pegar el salto cualitativo y cambiar la realidad de los libros por la irrealidad de la vida, mucho m¨¢s palpitante y vibr¨¢til que lo meramente escrito. Don Quijote principia, o casi, por hacer realidad una met¨¢fora, los molinos que se parecen a los gigantes, y arremete contra una realidad literaria que le desbarata, como tantas otras le van a desbaratar a lo largo de su nuevo camino. Pero aprendamos esto: que don Quijote nunca se enfrenta sino contra met¨¢foras del vivir, desface alegor¨ªas y yang¨¹eses, o se reposa en unos duques, de modo que la locura empieza con la realidad y no antes.
Voltaire vio bien que el hombre en madurez o pega ese salto que digo o le coge ya la postura a la vida, que es la muerte, y no dar¨¢ m¨¢s de s¨ª. Don Quijote acierta con ese momento en que se cambia de vida, de cabalgadura, de compa?¨ªa -Sancho Panza- de curas y bachilleres, de due?as y sobrinas, del mismo sol en las mismas bardas. Los libros que le¨ªa le estaban hurtando a la poes¨ªa de la acci¨®n con la poes¨ªa po¨¦tica y mala de la dicci¨®n. As¨ª que incluso se inventa, entre las pasiones militares y andantes, una nueva pasi¨®n amorosa. Es la primera lecci¨®n que Cervantes nos da en su libro. La vida tiene una segunda parte que se corresponder¨ªa con la tercera juventud de Arist¨®teles. Es ¨¦l, Cervantes, quien rompe con la mediocridad de su vida, p¨¢lidamente enaltecida de glorias b¨¦licas, para emprender un libro donde est¨¢ su rabia por el mundo, su energ¨ªa al fin liberada al servicio de s¨ª mismo, no ya la energ¨ªa dome?ada y servil del alcabalero y otras suertes. Cervantes es ir¨®nico por anacr¨®nico. Ha empezado tarde su aventura y lo sabe. El Quijote no es el libro que vive sino la vida que no ha vivido, y no nos pone a su personaje como ejemplo de nada ni hidalgu¨ªa de nadie, sino como caso singular de hombre que se decidi¨® a pegar el salto y ese salto quien lo pega es ¨¦l mismo en figura de Quijote, e incluso se lo hace pegar a un pobre borriquero hecho de perezas y conformidades, siendo as¨ª que Sancho nunca pierde el sentido, ese in¨²til y pobre sentido com¨²n del pueblo, pero tampoco pierde la iron¨ªa y la distancia para burlarse de su amo con todos los respetos. Don Quijote entra en su nueva edad como un esc¨¢ndalo y Sancho pasa todas las aduanas como un saco de centeno. Tenemos, entonces, el salto desdoblado en tres. Cervantes que roba la fama con un libro, don Quijote que toma por asalto la libertad del vivir m¨¢s all¨¢ de la edad y la voluntad. Sancho, que primero a reg¨¹eldo y luego a pleno pulm¨®n, vive vida de caballero andante sin haber le¨ªdo tales libros. Es la primera rebeli¨®n espa?ola del intelectual aburguesado, la primera revoluci¨®n burguesa del hidalgo antecedente y el primer mot¨ªn del castellano pueblo, un mot¨ªn de uno solo, Sancho, que vale por todos los que vendr¨¢n. A¨²n hoy, y hoy m¨¢s que nunca, el hombre que no hace esa revoluci¨®n interior, que no pega ese salto vecinal, ser¨¢ comido por el poder, amortajado por lo establecido y muerto de asco (...).
Hay tres razones para ser h¨¦roe, como dir¨ªa Salvador Dal¨ª. En Cervantes, estas razones son el inventarse pasiones, la capacidad de ejercitarse contra el tiempo y el haber roto con el compromiso burgu¨¦s de la novela y de la vida. El hombre que se inventa pasiones es tan h¨¦roe o m¨¢s como el que las vive. El hombre que se ejercita a diario, no sabemos si para la vida o para la muerte, es el que quiere agotarlo todo aqu¨ª y, como dec¨ªa Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, que la muerte cuando llegue, s¨®lo encuentre un pellejo vac¨ªo, porque nuestra sementera humana la hemos esparcido fecundamente. Por aclarar un poco las cosas, diremos que don Quijote, efectivamente, es un personaje de novela, pero donde veo yo al hombre metaf¨®rico es en Cervantes, que nos da el nivel medio del hombre espa?ol, siempre de santo laico, de h¨¦roe doblado o de comunero entre el pueblo. Queremos a Cervantes no tanto por ilustre como por hombre medio que roza ir¨®nicamente el fracaso para triunfar de la Espa?a oficial con su Espa?a real (...).
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