El socav¨®n
Para empezar, la palabra tuneladora produc¨ªa temor, y algunos no se la imaginaban como una simple m¨¢quina hecha para perforar el subsuelo, sino como una especie de gusano gigante y voraz parecido a los que andaban bajo la arena del desierto en la pel¨ªcula Dune: un monstruo implacable, capaz de comerse poco a poco y metro a metro el coraz¨®n del mundo. Personalmente, cada vez que ve¨ªa en los peri¨®dicos una foto de la tuneladora, cada vez que pon¨ªa los ojos en su aspecto de cet¨¢ceo met¨¢lico o de tren ciego, empezaba a imaginarme a ?lvarez del Manzano transformado en un capit¨¢n Nemo de las profundidades de Madrid, un alcalde loco que recorr¨ªa por las noches y a bordo de su tuneladora aquel reino submarino, aquel mundo abisal que ¨¦l hab¨ªa creado con tanta audacia y a pesar de tantos enemigos.
Madrid, una ciudad restada a las profundidades, lo mismo que Amsterdam le hab¨ªa sido arrebatada al mar. Cada noche, al subirse a su Nautilus-tuneladora, ?lvarez del Manzano se sentir¨ªa feliz, a salvo, como quien entra a su casa despu¨¦s de un d¨ªa de perros o como el animal que vuelve a su guarida despu¨¦s de una mala tarde en la selva. Y, en eso, ser¨ªa como todos, porque todos tenemos nuestra guarida, tenemos alg¨²n refugio o alguna cueva a la que regresar, en la que ocultarnos. La Caverna del Drag¨®n le llama Luis Landero en su ¨²ltimo libro, Entre l¨ªneas: el cuento o la vida, al hotel al que uno vuelve despu¨¦s de una conferencia en una ciudad extra?a, despu¨¦s de las presentaciones, los aplausos, el coloquio y los canap¨¦s del c¨®ctel, los encuentros casuales, a veces llenos de indicios, de tentaciones, de sospechas...
Pero tambi¨¦n pensaba en otra cosa cada vez que ve¨ªa una foto de una tuneladora en los peri¨®dicos; pensaba en un juego muy sencillo que sol¨ªa hacer con mis hermanas, cuando est¨¢bamos de viaje o no ten¨ªamos otra cosa mejor a mano: se pone un papel de seda encima de un vaso y se tensa con una goma el¨¢stica o un cord¨®n; luego se coloca una moneda en el centro, se enciende un cigarrillo y cada jugador, cuando llega su turno, agujerea el papel con la brasa. Al cabo de siete u ocho vueltas, ya casi no hay sitio donde hacer tu quemadura, la moneda se queda sujeta cada vez por unas tiras m¨¢s delgadas, cada vez en un equilibrio m¨¢s d¨¦bil, hasta que cae al fondo del vaso, y el jugador que ha hecho el ¨²ltimo agujero es el que pierde la partida. De eso me acordaba cuando ve¨ªa la tuneladora e imaginaba la ciudad cada vez con menos tierra firme y m¨¢s agujeros bajo su superficie, cada vez m¨¢s parecida a la moneda del final del juego.
Hace un par de d¨ªas, al pasar la tuneladora bajo la M-30, se abri¨® un agujero terrible en la carretera, se form¨® un socav¨®n de 70 metros cuadrados y un atasco de 11 horas. El socav¨®n, negra boca de las ballenas de los infiernos, podr¨ªa haberse tragado coches o ciudadanos, pero por suerte no se trag¨® nada, aunque cerca de all¨ª los vecinos de un lugar llamado Las Moreras tambi¨¦n sufrieron los efectos del paso del monstruo subterr¨¢neo: puertas desquiciadas, algunas grietas en la cocina y otra, m¨¢s amenazadora, que divid¨ªa en dos el jard¨ªn. Naturalmente, los responsables pol¨ªticos del suceso hicieron lo que siempre hacen en estos casos, tanto cuando el problema termina siendo de verdad inofensivo como cuando estamos ante el comienzo de una hecatombe: dijeron que no hay por qu¨¦ alarmarse, que nadie corre ning¨²n peligro.
Sin embargo, da miedo. Todo ese asunto de los submundos y las tuneladoras da miedo, porque no se trata s¨®lo de las nuevas estaciones de metro, que, seguramente, ser¨¢n necesarias, sino tambi¨¦n de todos esos garajes y carreteras enterradas que se anuncian para el futuro. Nuestros pol¨ªticos municipales no saben resolver los problemas del tr¨¢fico, s¨®lo esconderlos o cambiarlos de sitio, como quien barre la suciedad debajo de la alfombra, y su af¨¢n horadador no parece tener l¨ªmites, parece encaminado a crear otra ciudad entera debajo de la que ya han destruido en la parte de arriba, quiz¨¢ hasta acaben por conseguir que aparezcan nuevas razas para los nuevos espacios, lo mismo que en las malas novelas de ciencia-ficci¨®n: los habitantes de las alcantarillas, los conductores de ultratumba.
Lo repito, me da un poco de miedo todo este tema. ?No me digan que no les parece inquietante? Bienvenidos a Madrid, lago Ness de las tuneladoras.
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