La ley del 'caballo' en los aleda?os de Madrid
'Si esto hubiera pasado dentro de Las Barranquillas nadie se habr¨ªa enterado.... Como ves, aqu¨ª la vida sigue igual'. Lorenzo, un voluntario de la ONG Universida, reparte jeringuillas nuevas, que saca de un cubo, entre los drogadictos que las demandan y que, a pesar de lo sucedido, no han dejado de acudir a comprar sus dosis a los camellos que pululan por la zona.
S¨®lo se equivoca en que no es la vida la que contin¨²a, sino la muerte. Una muerte que se observa en los andares y gestos de zombis de los cientos y cientos de malogrados j¨®venes, de cuerpos sucios, consumidos y repletos de heridas sin curar, que conforman un dantesco paisaje donde nadie para quieto. Todo el mundo se mueve nervioso de un lado a otro, como con prisa por apurar sus, probablemente, ¨²ltimos momentos de vida. Y es que aqu¨ª, en este infierno situado en los aleda?os de Madrid, donde impera la ley del caballo, hasta los perros parecen yonquis.
Al poblado se llega desde la carretera de Villaverde a Vallecas por un t¨²nel en el que un letrero, que dice 'Vertedero n¨²mero 2', adelanta lo que uno se puede encontrar. Tras un polvoriento camino de tierra, en el que no dejan de cruzarse motos, coches y furgonetas destartaladas, se llega a un primer n¨²cleo de chabolas destruidas. De un contenedor de basura tumbado y dispuesto a modo de garita sale al encuentro el primer vendedor, mientras se?ala a tres j¨®venes que se pinchan en un viejo Seat Panda sin ruedas ni puertas.
M¨¢s alla, la explanada donde las ONG hacen su dif¨ªcil tarea. Y al fondo, las chabolas de los patriarcas de la droga, donde viv¨ªan los Cort¨¦s y donde ni los yonquis se atreven a entrar. Y al fondo, pasada una vieja vaquer¨ªa abandonada, la narcosala de la Comunidad donde finaliza el peregrinaje diario de tan s¨®lo algunos de los drogadictos. La gran mayor¨ªa de ellos no pueden dejar de ser s¨²bditos de la ley del caballo.
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