M¨¢s toros
Un bello animal que est¨¢ tranquilo en el campo, criado con lujo, aunque esto no excluya la infamia de haber sido alimentado con piensos venenosos hasta alcanzar los 500 kilos, es arrebatado de la paz de la naturaleza y, de repente, ve sustituido el horizonte azul de la dehesa por un caj¨®n del tama?o estricto de su cuerpo. Fuera de ese f¨¦retro donde lo han metido suenan golpes y voces humanas. El toro est¨¢ a oscuras, oye el arranque de un motor y en seguida emprende un viaje lleno de acelerones y frenazos que lo impulsan contra las maderas y si no pierde el equilibrio es porque va r¨ªgidamente encajado, pero tal vez la oscuridad y el traqueteo del cami¨®n ponen su cerebro al borde de la locura. Entre los seres humanos lo que le ha pasado al toro de lidia se llama un secuestro. No ha comido ni bebido durante todo el trayecto. Despu¨¦s de muchas horas sus secuestradores lo depositan en un corral y de all¨ª lo pasan a un toril donde permanece tambi¨¦n a oscuras mientras fuera va creciendo un bullicio que el toro no reconoce. De pronto, se levanta una puerta y el fogonazo de luz que lo deslumbra coincide con la quemaz¨®n de la divisa que le clavan en la paletilla. Cree que ha vuelto al campo donde fue feliz, pero se ve rodeado de un estruendo brutal y al saberse encerrado busca un hueco por donde escapar. Hay dos preguntas fundamentales que se han ido extasiando a la largo de nuestra cultura. ?El toro sufre? ?Los animales tienen derechos? Ambas cuestiones est¨¢n mal planteadas. El que tiene derecho a imaginar que el toro sufre y que ese dolor no se incorpore a su ¨¢nimo es el ciudadano. Por todo el ganado se extiende ahora la enfermedad de la encefalopat¨ªa esponjiforme. Seg¨²n las normas de la Comunidad Europea los toros de lidia deber¨¢n ser aislados en pl¨¢stico e incinerados despu¨¦s de la corrida. Las llamas de 50.000 reses acrecentar¨¢n aun m¨¢s si cabe el fuego del verano ib¨¦rico hasta la alucinaci¨®n. Ante este espect¨¢culo estremecedor le pregunt¨¦ a un taurino ac¨¦rrimo?qu¨¦ va a pasar con la fiesta si ahora hay que quemar a los toros. Me contest¨®: no pasar¨¢ nada, a ti tambi¨¦n te van a quemar cuando mueras. As¨ª son las cosas. El virus que puede contaminar a los espa?oles carn¨ªvoros no se halla en el espinazo, en el verduguillo del puntillero ni en la sangre del toro. La aut¨¦ntica contaminaci¨®n es la lidia propiamente dicha, una corrupci¨®n moral que sin hacerse sentir llega hasta el alma del espectador.
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