La edad de nuestra democracia
Hoy hace un cuarto de siglo que apareci¨® el primer n¨²mero de EL PA?S. Su recorrido puede medirse en n¨²meros publicados (8.746), y tambi¨¦n en la profundidad de los cambios que desde entonces se han producido en nuestro pa¨ªs, el de todos los ciudadanos, y en EL PA?S, el de nuestros lectores. Nac¨ªa este peri¨®dico cuando pugnaba por hacerlo la democracia, y durante a?os hemos tenido la ilusi¨®n de ir creciendo en paralelo, aprendiendo y madurando juntos. Los lectores se han ido renovando, y el peri¨®dico con ellos. Pero el compromiso con los valores fundacionales, la defensa de la libertad en primer lugar, sigue siendo la base del contrato de lealtad entre quienes lo hacemos y quienes lo leen.
Naci¨® el peri¨®dico meses despu¨¦s de la desaparici¨®n de Franco, cuando a¨²n se libraba la batalla entre el continuismo y la democracia. La transici¨®n no era la plasmaci¨®n de un proyecto dibujado en una pizarra, sino que se iba bosquejando a s¨ª misma, y los medios de comunicaci¨®n contribuyeron, como tantos otros sectores y personas, a hacerla avanzar tom¨¢ndose la libertad de actuar como si ya la hubiera. EL PA?S era s¨®lo un peri¨®dico, pero para muchos ciudadanos fue tambi¨¦n una bandera de libertad, especialmente aquella madrugada de un 23 de febrero en que desafi¨® con la Constituci¨®n en la mano a los golpistas que la hab¨ªan secuestrado. Antes y despu¨¦s de esa fecha, con m¨¢s o menos acierto, pero siempre con la misma voluntad de servir a la verdad, y especialmente si duele, este peri¨®dico ha tratado de ser espejo de lo conseguido y testigo de lo que faltaba por conseguir.
Lo conseguido: un r¨¦gimen de libertades homologable al de los pa¨ªses de nuestro entorno, con el que se identifica la inmensa mayor¨ªa de los ciudadanos, incluyendo los que critican sus inconsecuencias; la incorporaci¨®n a Europa, que fue el sue?o de una generaci¨®n,que ve¨ªa en ella la garant¨ªa de la estabilidad democr¨¢tica que nunca hab¨ªamos tenido, pero tambi¨¦n de un Estado de bienestar que convert¨ªa al individuo en ciudadano de una colectividad, y la alternancia en el poder como prueba de normalidad democr¨¢tica. La normalidad es menos emocionante que vivir al borde del abismo, pero un pa¨ªs como el nuestro, con una historia tan atropellada, ha aprendido a valorar ese aburrimiento como una bendici¨®n.
Sobre todo pensando en lo que nos falta: terminar con la plaga terrorista, residuo de la Espa?a inquisitorial y herencia incorrupta del franquismo. En la primera p¨¢gina del primer n¨²mero de EL PA?S, junto a las condiciones democr¨¢ticas que se exig¨ªan a Espa?a para entrar en la Comunidad Europea, aparec¨ªa la noticia del asesinato de un guardia civil a manos de ETA. Un cuarto de siglo despu¨¦s, la sangre de varios cientos de v¨ªctimas inocentes (entre ellas algunas muy cercanas a este peri¨®dico) ha multiplicado hasta la n¨¢usea los espacios y los esfuerzos que hemos tenido que dedicar a ese fen¨®meno anacr¨®nico y brutal.
EL PA?S ha dejado de ser un peque?o peri¨®dico para convertirse en uno de los principales diarios europeos y, sin perder su estilo propio, ha sido la lanzadera de un grupo de comunicaci¨®n. Cada uno de los medios que lo componen tiene su propia idiosincrasia, pero todos ellos comparten los valores generales con los que naci¨® el diario: independencia, rigor profesional, europe¨ªsmo, defensa de la Constituci¨®n y del orden democr¨¢tico. Lejos de ser una limitaci¨®n, los grupos de comunicaci¨®n multimedia son el tipo de empresa que permite precisamente garantizar la voz independiente de la prensa escrita en el mundo globalizado y altamente competitivo en el que nos ha tocado vivir. Sin la masa cr¨ªtica que proporciona el tama?o econ¨®mico y sin capacidad de aliarse internacionalmente, apenas quedan m¨¢rgenes de futuro para la prensa escrita de informaci¨®n general.
EL PA?S sali¨® a la calle en una coyuntura decisiva para la convivencia de los espa?oles, en la que hubo que luchar por las libertades (tambi¨¦n por la de expresi¨®n) y acabar con el guerracivilismo. Veinticinco a?os despu¨¦s observamos intentos de algunos sectores por reescribir la historia conforme a pautas, intereses, ambiciones y protagonismos que no se corresponden con lo que ocurri¨®. Ese revisionismo se une a veces a una cierta tentaci¨®n de inventarse una segunda transici¨®n que corregir¨ªa lo que suponen errores de la primera. Que el esencialismo nacionalista aliado del terrorismo y el casticismo nost¨¢lgico de la Espa?a eterna compartan esa obsesi¨®n es un motivo adicional para rechazarla.
Jos¨¦ Luis L. Aranguren defini¨® a este peri¨®dico como el intelectual colectivo de la transici¨®n. Veinticinco a?os despu¨¦s no es s¨®lo la sociedad la que ha cambiado, sino el propio concepto del periodismo y sus herramientas. Los peri¨®dicos escritos han pasado de ser el medio de comunicaci¨®n de masas a uno de los medios, compartiendo con ellos su antiguo monopolio de informaci¨®n e influencia. Deben esmerarse en llegar en buenas condiciones a su p¨²blico y en algunos aspectos deben reinventar su propia labor, erosionada por la creciente competencia de los medios audiovisuales o los portales informativos de Internet. En muchos casos, como es el del diario EL PA?S, esta competencia surge de s¨ª mismo, a trav¨¦s de la versi¨®n digital del peri¨®dico. El esfuerzo de modernizaci¨®n y actualizaci¨®n del dise?o y de la presentaci¨®n del peri¨®dico y de sus suplementos, que hoy ve la luz ante nuestros lectores, no es una mera renovaci¨®n de su apariencia externa, sino una apuesta por un periodismo adaptado a los nuevos tiempos.
Ciertamente, son tiempos de transformaci¨®n y de riesgo, en los que el calificativo de nuevo se antepone a muchas de las nociones que nos rodean (nueva econom¨ªa, nueva pol¨ªtica, nueva era, nuevo periodismo...). De ah¨ª que sea el momento de renovar el compromiso con nuestros lectores con lo que de permanente tiene nuestro oficio: un periodismo limpio, honrado, profesional y lo menos imperfecto posible. Si lo conseguimos seguiremos formando parte de ese intelectual colectivo que conecta con la sociedad y la informa, independientemente de las incertidumbres que llegan. Sin nostalgias.
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