'Nadie nos ayuda. ?Hasta cu¨¢ndo?'
Los familiares de la ni?a palestina de cuatro meses muerta por un ob¨²s se sienten abandonados por todo el mundo
Las calles del campo de refugiados de Deir al Balah (Casa de los D¨¢tiles) no tienen nombre, pero todo el mundo en Gaza conoce el lugar donde vivi¨® durante su corta vida de cuatro meses la peque?a Immam, a quien un ob¨²s israel¨ª destroz¨® el cuerpo, el pasado 7 de mayo,cuando se encontraba en los brazos de su madre. La casa se ha convertido en un altar del dolor palestino, pero tambi¨¦n en el germen del rencor y la rabia contra los extranjeros occidentales. S¨®lo los ¨¢rabes son bienvenidos.
'?Por qu¨¦ has venido aqu¨ª?', preguntan los familiares de Immam mientras permanecen sentados en la puerta de su casa, custodiando las coronas de flores ya marchitas y las enormes pancartas que acompa?aron a la peque?a en su recorrido triunfal hasta una tumba del cementerio municipal de Deir al Balah. Protegidos del sol por un gran toldo de arpillera azul, la parentela y los vecinos han erigido en esa callejuela de piedra y arena una sacrosanta capilla en la que se relevan a diario para acompa?ar al padre en su dolor. Como si fueran una guardia pretoriana, se han juramentado para concentrarse aqu¨ª todas las ma?anas hasta que se cumplan los 40 d¨ªas de la muerte de la peque?a; una fecha m¨¢gica y santa emanada del Cor¨¢n, despu¨¦s de la cual Immam dejar¨¢ de vagar por el limbo y formar¨¢ parte para siempre de la legi¨®n de los ¨¢ngeles del para¨ªso.
'?Por qu¨¦ has venido aqu¨ª?', vuelven a interrogar, con violencia, en pleno camino hacia el odio, los vecinos de Deir al Balah, como tratando de dejar bien sentado que desde que muri¨® la peque?a Immam ning¨²n extranjero, y mucho menos occidental, es bien acogido.
El padre, Mohamed Hejju, de 20 a?os de edad, miembro de los servicios secretos palestinos, respalda con el silencio la agresividad de sus cercanos. Sentado en un sill¨®n, permanece cabizbajo, observando como ensimismado su pierna desnuda, atornillada por varillas met¨¢licas, recuerdo de una bala israel¨ª disparada en la batalla de Jeric¨® del pasado 2 de enero. Las heridas han empezado a supurar y los m¨¦dicos dicen que existe el peligro de gangrena.
'La comunidad internacional no ha hecho nada por nosotros. Ni la Liga ?rabe, ni las organizaciones de defensa de los derechos humanos. Ni Francia. Ni Espa?a. Nadie nos ayuda. ?Hasta cu¨¢ndo?', se pregunta Mohamed, iniciando una larga letan¨ªa de quejas en la que incluye con desesperaci¨®n a los miembros del Ayuntamiento de Deir al Balah. Y al propio presidente Yasir Arafat: 'S¨®lo me ha enviado una carta con unas frases ret¨®ricas de condolencia'. Pero, sobre todo, sus quejas van dirigidas a los pa¨ªses extranjeros.
Mohamed Hejju, casado con F¨¢tima en agosto de 1999, pertenece a la segunda generaci¨®n de refugiados de la guerra de 1948. Originarios de la hoy ciudad israel¨ª de Askelon, algunos kil¨®metros m¨¢s al norte de Gaza, confiesa que ha perdido la noci¨®n de sus ra¨ªces para formar parte de un mundo compacto y solidario bautizado con el nombre de Campo de Refugiados. Hay 59 campos como ¨¦ste. El de Deir al Balah tiene m¨¢s o menos 18.300 habitantes. Es el m¨¢s peque?o y el menos poblado de los ocho existentes en la franja de Gaza.
'La muerte de mi hija es una prueba de que mi pueblo sufre. Es un regalo que su madre y yo hemos hecho al pueblo palestino para que se use en el momento de las negociaciones, cuando vuelva la paz. Pero mientras tanto la lucha debe continuar', sentencia Mohamed con el asentimiento de todos los vecinos.
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