La guerra de Palestina
Lo dijo el ex ministro israel¨ª Shlomo Ben Ami recientemente en Madrid: 'Lo que hay en Palestina es una guerra'. Desigual, sin duda, en la que el bando sionista despliega helic¨®pteros, blindados, misiles, y sus oponentes ¨¢rabes, piedras, armas cortas y explosivos terroristas, como ayer, cuando el ¨²ltimo de los comandos suicidas se vol¨® a s¨ª mismo con al menos media docena de civiles israel¨ªes que hac¨ªan sus compras en un centro comercial de Natania, dentro del propio territorio de Israel.
Desde la asunci¨®n del poder por el ultraderechista Ariel Sharon, vencedor en las elecciones de febrero, el deslizamiento hacia una guerra no declarada es imparable. De un lado, el Ej¨¦rcito israel¨ª persigue un objetivo tan evidente como que jam¨¢s lo identifica como tal: la destrucci¨®n f¨ªsica del movimiento palestino, el agotamiento por la fuerza de la capacidad de resistencia de un pueblo que ya ha probado de sobra que no cede f¨¢cilmente a la fatiga. Del otro, la protesta continua, a rachas alentada o moderada por el presidente Arafat, que no va a cejar, cualquiera que sean sus posibilidades reales de pararla, sin concesiones israel¨ªes previas, como la reanudaci¨®n de las conversaciones de paz sobre la base de un reparto de la Ciudad Santa y la paralizaci¨®n total de la colonizac¨ªon sionista en Cisjordania.
Pero en el seno de esa acci¨®n semimilitar de un pueblo malamente armado se inscribe, adem¨¢s, el horror terrorista, dirigido tanto contra el ocupante como contra el propio Arafat, cada d¨ªa m¨¢s criticado por su propio pueblo por la corrupci¨®n y el nepotismo de su Gobierno. Si bien es verdad que el l¨ªder palestino tiene su parte de responsabilidad en este descenso a los infiernos de la vida en Palestina, es igualmente cierto que atentados como el de ayer no refuerzan precisamente la imagen de v¨ªctima que Arafat quiere dar de su pueblo en el enfrentamiento con Israel. En ¨²ltima instancia, el terrorismo juega a favor de Sharon, porque as¨ª le resultar¨¢ m¨¢s f¨¢cil sentirse legitimado en su escalada, igualmente criminal, de la guerra.
El Gobierno israel¨ª, en una coincidencia inopinada, hab¨ªa hecho saber unas horas antes de que estallara la locura asesina del supermercado que, para facilitar la reanudaci¨®n del proceso de paz, estaba dispuesto a circunscribir la construcci¨®n de viviendas en la Cisjordania ocupada al interior de los per¨ªmetros establecidos para los asentamientos. Aparte de que Sharon ya lo hab¨ªa prometido cuando asegur¨®, al asumir el poder, que s¨®lo se edificar¨ªa para atender el 'crecimiento natural' de las colonias, semejante concesi¨®n revela, apenas indirectamente, una de las grandes causas de que exista la Intifada; en ning¨²n momento, desde hace m¨¢s de 30 a?os, Israel ha dejado de hipotecar, y de dinamitar -en los ¨²ltimos a?os-, cualquier atisbo de paz con la ocupaci¨®n y poblamiento de la tierra conquistada en la guerra de 1967.
Si el presente estado de cosas favorece tanto a Sharon y a su concepci¨®n de Israel como a Ham¨¢s y al terrorismo, es seguro que no puede ser bueno para lo que hay de justo en la causa de ambas partes, para Oriente Pr¨®ximo, para el mundo y, en fin, para la paz. Por eso, s¨®lo cabe reclamar una vez m¨¢s que Israel aprenda lo que significa la palabra concesi¨®n, que el extremismo palestino abjure del terror y que se comience a negociar en serio una aut¨¦ntica reparaci¨®n a las grandes v¨ªctimas de toda esta historia: el pueblo palestino. Pero ello, siempre con las debidas garant¨ªas al Estado de Israel.
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