El Valencia en su gran d¨ªa
El Valencia C. de F. se sit¨²a este mi¨¦rcoles, 23 de mayo de 2001, ante la fecha m¨¢s trascendental de toda su historia deportiva. Pareci¨® que esa situaci¨®n se hab¨ªa producido el a?o pasado con la final ante el Madrid, pero el hecho de haber repetido la magn¨ªfica campa?a por segundo a?o consecutivo, hace que esta final ante el Bayern de M¨²nich cobre una relevancia muy superior. Si el resultado le fuese favorable se habr¨ªa obtenido la m¨¢s feliz diana, y milagroso pa?o de l¨¢grimas para quienes sufrimos el estupor, y parece que fue ayer, de su descenso a la Segunda.
Todo es posible en Mil¨¢n, y all¨ª s¨ª representa el equipo, esta vez con exclusividad, el valor competitivo de la Liga espa?ola. La buena campa?a del a?o anterior hizo que algunos de sus mejores jugadores cambiasen de club, pero tan s¨®lo la marcha del Piojo L¨®pez no ha sido adecuadamente reemplazada. Por otra parte, el refuerzo de Ayala ha rejuvenecido y apuntalado a¨²n m¨¢s su excelente retaguardia, y con sus excepcionales dotes de cabeceador su aparici¨®n atacante en jugadas a bal¨®n parado es de gran peligro. Esta vez no existir¨¢ el agujero negro que, por la ausencia del impulsivo Carboni, gravit¨® desde el principio en la final perdida.
Me alegra especialmente que, por encima de algunas valiosas individualidades, el valor del equipo sea el conjunto, y que por ello sea su entrenador, H¨¦ctor C¨²per, tan honesto, responsable, seco y corto de palabra, el que simbolice en s¨ª los sobresalientes logros deportivos. El p¨²blico en general, y el valenciano muy en particular, tiene una tendencia innata a la desordenada felicidad, y eso le hace triunfalista. Y su contraria correspondencia: malhumoradas instalaciones en la depresi¨®n.
No pareci¨® encontrarse mal con el anterior entrenador, que subi¨® al avi¨®n en Roma con entorchados de general y descendi¨® en Manises transformado en el sargento Ranieri, con instrucciones a Romario para que defendiera en el medio campo y, en su innata aversi¨®n al buen juego, marginando al Burrito Ortega, alma del conjunto nacional argentino, que acab¨® de suplente de un jovenc¨ªsimo y atolondrado Farin¨®s. Si a tales virtudes de buen gusto futbol¨ªstico se le a?aden ciertas aptitudes personales de simp¨¢tico payaso aficionado, el contraste con C¨²per no era f¨¢cilmente asimilable. Y de ah¨ª ha llegado el injusto trato que, por una parte de la afici¨®n y de la cr¨ªtica, ha sufrido el argentino en los dos a?os m¨¢s gloriosos de la entidad.
?Qui¨¦n ser¨¢ el jugador que simbolice a sus compa?eros en esta ¨¦poca? La leyenda habla y simplifica, estrecha la memoria. En el Valencia, en la inmediata posguerra, y a quienes yo he visto jugar de ni?o, fue una colectividad vascovalenciana, la llamada delantera el¨¦ctrica: Epi, Amadeo, Mundo, Asensi y Gorostiza. Despu¨¦s han sido siempre nombres individuales: Puchades, el jugador m¨¢s emblem¨¢tico. Pasado el tiempo, otro jugador del centro del campo, Claramunt, y ahora, en el mismo territorio, Mendieta. Jugadores, adem¨¢s, de la casa, a quienes hemos visto crecer y hacerse en ella. Los tres con car¨¢cter, muy responsables y de equilibrada deportividad. El f¨²tbol ha cambiado mucho y los protagonistas, pese a ellos mismos, son ya valores burs¨¢tiles. Por ello, cuando han llegado a nosotros cubiertos ya con la capa de la fama, no los hemos considerado del mismo modo, aunque se llamaran Wilkes, Kempes, Mijatovic o el Piojo. El presente siempre acumula en s¨ª el pasado, y en este particular y trascendental partido habr¨¢ una callada y emocionada multitud de ausentes. Tambi¨¦n para ellos se desea el triunfo.
Francisco Brines es escritor
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