Mugre del escritor
En Inglaterra los escritores despiertan m¨¢s emociones que en Espa?a, me parece. Tienen m¨¢s morbo. Y m¨¢s ventas, muchas veces basadas no s¨®lo en el nivel cultural alto de aquella sociedad, sino en la impertinencia de un pueblo tan recatado como curioso. Es el pa¨ªs, recu¨¦rdese, en el que su premio literario m¨¢s reputado, el Booker, languidec¨ªa hasta que entr¨® en el circuito profesional de las apuestas. Ahora no s¨®lo se venden muy bien la novela ganadora y sus finalistas, sino que el propio nombre de los contrincantes mueve millones en c¨¢balas. Eso s¨ª que es creer en la literatura.
Hasta la poes¨ªa se vende bien en Gran Breta?a si la acompa?an habladur¨ªas. Hace algo m¨¢s de tres a?os sali¨® el libro de poemas de Ted Hughes Birthday letters (Cartas de cumplea?os en la traducci¨®n espa?ola, de Luis Antonio de Villena, editado por Lumen), y el aviso de que en ¨¦l hab¨ªa poemas no tan veladamente referidos a su tormentosa vida marital con la poetisa suicida Silvia Plath convirti¨® el libro en un best seller, que no pudo su autor, poeta laureado de la corona, disfrutar pues muri¨® meses despu¨¦s del ¨¦xito. Ahora vuelve a correr por las alcantarillas el nombre de Hughes con la publicaci¨®n de una biograf¨ªa (el g¨¦nero brit¨¢nico por excelencia, no por casualidad) escrita por una poeta que le trat¨®, Elaine Feinstein. A las nuevas informaciones sobre las dos mujeres que se le suicidaron se a?aden en este libro las de que Hughes, un womanizer (que suena algo m¨¢s digno que mujeriego), tuvo un hijo ileg¨ªtimo fuera de sus matrimonios. Se anuncia ya el inminente rodaje de Sylvia and Ted, protagonizada por Cate Blanchett (en mi opini¨®n, ya que estamos metidos en la maledicencia, algo rolliza para encarnar a la delicuescente Plath).
En la misma semana, fulgurantes revelaciones sobre Oscar Wilde, al salir en subasta 52 sensacionales p¨¢ginas in¨¦ditas donde los testigos de cargo en el proceso por sodom¨ªa que le llev¨® a la c¨¢rcel, cuentan al juez de la ¨¦poca intimidades incriminatorias; Wilde besaba a los botones del hotel Savoy que le sub¨ªan cartas o recados, y no hac¨ªa ascos a una buena felaci¨®n pagada, mientras el delet¨¦reo lord Alfred Douglas buscaba en el cuarto de al lado inspiraci¨®n para su soneto.
En Espa?a los esc¨¢ndalos son, m¨¢s que sexuales, intertextuales, y eso que nos ahorramos en sudores. Pero quiz¨¢ falte correa para encajar el retrato de los contempor¨¢neos, que a veces podemos ser nosotros mismos. Tengo entendido, por ejemplo, que algunos lectores imparciales se han molestado por el perfil sarc¨¢stico y descarnado de ?lvaro Pombo y Mart¨ªnez Sarri¨®n en el libro sobre Benet que acaba de publicar Eduardo Chamorro (Juan Benet y el aliento del esp¨ªritu sobre las aguas, Muchnik Editores). Conozco bien a esos dos excelentes escritores, les he tratado durante a?os, y sigo siendo amigo asiduo del segundo, y mi aprecio de ambos no se ha visto perturbado por el brillante acero de Chamorro al relatar las escenas en que intervienen junto a Benet. Se podr¨¢ decir (lo he o¨ªdo) que Chamorro se toma venganza de alguna rencilla literaria o personal, y eso, que a todos nos puede afectar en la vida p¨²blica, no me parece tan mal. Primero, porque el libro es un ensayo de calidad y empe?o, no un tratado de rumorolog¨ªa malsana (aunque recordemos que los dos amigos difuntos, Benet y Hortelano, fundaron la R¨²mor, una agencia de propagaci¨®n de infundios en la que ellos eran accionistas ¨²nicos y v¨ªctimas ocasionales). En segundo lugar, porque la mordacidad de Chamorro est¨¢ repartida; le toca al amigo queridamente homenajeado, a Espa?a entera y un poco a Estambul, y tambi¨¦n al propio narrador, que aparece m¨¢s de una vez enfocado por la lente del escarnio.
No hace falta sacar de la lavander¨ªa hist¨®rica las s¨¢banas de nuestros artistas, que pueden tener, como las de cualquiera, 'huellas de vaselina, manchas y semen', seg¨²n confesi¨®n ahora sabida de una camarera que atend¨ªa a Wilde en el Savoy. Los anglosajones ser¨¢n morbosos y hasta algo hip¨®critas, pero nos dan ejemplo de que una obra admirada es posible leerla a fondo sin que la forma del sexo de sus autores, a veces interesante, nos altere el placer del texto.
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