Hacer pol¨ªtica
Se eligen los Gobiernos, no los pueblos. Esta evidencia no resulta tan clara en la pr¨¢ctica, pues con frecuencia se gobierna lamentando tener enfrente un destinatario tan poco comprensible con la dificultad de la tarea. Bertolt Brecht parodi¨® esta circunstancia en la figura de un Gobierno que, decepcionado por el pueblo que le hab¨ªa tocado en suerte, deliberaba sobre la posibilidad de disolverlo y elegir uno nuevo. En torno a las elecciones vascas se han comportado de esta manera los de siempre, los que trabajan por violentar la voluntad del pueblo vasco, y los que han visto en ¨¦l una clara falta de madurez porque el resultado no les ha sido favorable. Evidentemente, aceptar un resultado electoral no significa que a uno le tenga que gustar lo que el pueblo ha decidido. Pero el imperativo democr¨¢tico exige no prorrogar la incertidumbre electoral otros cuatro a?os en espera de que el pueblo cambie de opini¨®n. Las urnas le sit¨²an a cada uno frente a unos deberes concretos que consisten, dicho de una manera gen¨¦rica, en la obligaci¨®n de hacer pol¨ªtica con lo que hay.
Y es que las pol¨ªticas, adem¨¢s de buenas o malas, pueden ser tambi¨¦n efectivas o inexistentes. No todo el que est¨¢ en el escenario hace pol¨ªtica; algunos est¨¢n, pero no hacen nada que pueda ser designado como una operaci¨®n de car¨¢cter pol¨ªtico. En esa situaci¨®n se encuentran, por ejemplo, los que pegan tiros en lugar de trabajar por convencer y, en un nivel menos dram¨¢tico, quienes no han entendido la l¨®gica que rige estos asuntos y creen que la pol¨ªtica es otra cosa, como deducir aplicaciones de algunos principios generales suministrados por la ideolog¨ªa o las ciencias, no prestar suficiente atenci¨®n y an¨¢lisis a la realidad social sobre la que se pretende actuar, plantear las cosas en t¨¦rminos o bien excesivamente conciliadores o bien de aniquilaci¨®n del adversario. Son algunas de las actitudes que convierten acciones aparentemente pol¨ªticas en algo completamente diverso. Quien act¨²a de ese modo no hace propiamente pol¨ªtica, sino algo que a lo sumo se le parece.
?En qu¨¦ consiste ese tipo de acci¨®n que llamamos pol¨ªtica? ?Qu¨¦ esperamos de quien ha ganado unas elecciones o de quien las ha perdido? ?Qu¨¦ es lo que no hace un partido o un pol¨ªtico cuando no interpreta bien la realidad social, cuando no se decide o se anquilosa? ?A qu¨¦ invitamos concretamente cuando exigimos que el terrorismo abandone la violencia y haga pol¨ªtica? A mi juicio, la pol¨ªtica, especialmente cuando queremos diferenciarla de otras actividades, exige fundamentalmente dos cosas: primera, haber ca¨ªdo en la cuenta de que su terreno propio es el de la contingencia, y segunda, una especial habilidad para convivir con la decepci¨®n. Habr¨¢, sin duda, otras definiciones m¨¢s exactas, pero seguro que ninguna de ellas deja de recoger, en alguna medida, estas dos propiedades.
La pol¨ªtica es, en primer lugar, una gesti¨®n de asuntos desde el punto de vista de su contingencia; es decir, consider¨¢ndolos como abiertos, decidibles, imprevisibles, opinables, controvertidos, revisables. Gracias a esta propiedad, la perspectiva pol¨ªtica se distingue de otras actividades como las que llevan a cabo los cient¨ªficos, los militares, los moralistas o los economistas. Por supuesto que cabe tratar los asuntos pol¨ªticos como algo solucionable por ¨¦stos, pero ¨¦se no es el n¨²cleo de lo que entendemos como espec¨ªfico de la pol¨ªtica. Lo espec¨ªficamente pol¨ªtico es aquella dimensi¨®n de los problemas que no pueden resolver adecuadamente esas otras profesiones. Politizar es situar las cosas en un ¨¢mbito de p¨²blica discusi¨®n, arrebat¨¢rselas a los t¨¦cnicos, los profetas y los fan¨¢ticos.
Hacer pol¨ªtica es renunciar a otro procedimiento que no sea convencer, pero convencer a otros es algo que nunca puede estar plenamente garantizado. Quien entra en un di¨¢logo, aunque las reglas de juego est¨¦n muy claras, no sabe exactamente c¨®mo va a salir. Solamente es sincero un di¨¢logo en el que yo pueda convencer a otros, pero en el que tambi¨¦n pueda ser convencido, en todo o en parte. Lo dem¨¢s son escenarios para la autoconfirmaci¨®n. Dialogar es siempre algo arriesgado, y as¨ª parecen haberlo entendido los que se niegan a hacerlo temiendo perder algo en esa operaci¨®n. Forma parte de la naturaleza de la pol¨ªtica una imprevisibilidad m¨¢s radical que en otros asuntos. Los efectos de lo que se dice y de lo que se hace no est¨¢n nunca suficientemente garantizados. La abundancia de medios no asegura el efecto previsto (de lo cual han dado una lecci¨®n estos comicios). Tal vez sea esta propiedad la que asemeja a la pol¨ªtica con el juego, por lo que hacer pol¨ªtica consista en realizar apuestas arriesgadas, m¨¢s que en programar, calcular, ordenar o planificar.
Las elecciones son precisamente el momento de m¨¢xima incertidumbre, cuando el principio de que todo es posible planea sobre todos como una promesa o como una amenaza. Una elecci¨®n es una interrupci¨®n de la inercia, una instituci¨®n de ruptura de la continuidad. En ese momento se visualiza de manera evidente que la pol¨ªtica nos introduce en un mundo en el que hay que responder y dar cuentas, que el poder no es absoluto porque est¨¢ obligado a revalidar, que la pol¨ªtica no da m¨¢s que oportunidades a plazos. Por eso, en todo proceso electoral se concentran como en ning¨²n otro momento tanto miedo y tanta esperanza, porque nunca hay tanto en juego ni es la realidad algo tan incierto y contrastado con lo posible. El juego democr¨¢tico, aquello a que todo participante se somete impl¨ªcitamente, consiste en que quien ha ganado podr¨ªa haber perdido y siempre podr¨¢ perder.
Tan necesarios como son en una democracia los momentos de incertidumbre, lo es tambi¨¦n ponerles t¨¦rmino una vez superada la sorpresa electoral. La decisi¨®n de extenderlos a lo largo de la siguiente legislatura -que el PP llev¨® a cabo en 1993 y parece pretender ahora en Euskadi-, eso s¨ª que es un indicio de falta de madurez democr¨¢tica. No se puede vivir permanentemente en campa?a. En alg¨²n momento hay que recoger el veredicto y hacer con ello la pol¨ªtica que se pueda.
De ah¨ª que la pol¨ªtica sea fundamentalmente un aprendizaje de la decepci¨®n. Est¨¢ incapacitado para la pol¨ªtica quien no haya aprendido a gestionar el fracaso o el ¨¦xito parcial, porque el ¨¦xito absoluto no existe. Hace falta al menos saber arregl¨¢rselas con el fracaso habitual de no poder sacar adelante completamente lo que se propon¨ªa. La pol¨ªtica es inseparable de la disposici¨®n al compromiso, que es la capacidad de dar por bueno lo que no satisface completamente las propias aspiraciones. Similarmente, los pactos y las alianzas no acreditan el propio poder, sino que ponen de manifiesto que necesitamos de otros, que el poder es siempre una realidad compartida. El aprendizaje de la pol¨ªtica fortalece la capacidad de convivir con ese tipo de frustraciones e invita a respetar los propios l¨ªmites.
Tengo la impresi¨®n de que, en las conversaciones previas a la tregua (que fueron m¨¢s un asunto pedag¨®gico que estrat¨¦gico), a ETA se le dijo que pod¨ªa conseguir en la pol¨ªtica lo que no iban a conseguir mediante la violencia, y esto no es verdad. No se le advirti¨® suficientemente -o no lo aprendi¨®- que la pol¨ªtica es un ¨¢mbito de frustraci¨®n. Mientras no se aprenda esa lecci¨®n, no hay manera de hacer pol¨ªtica. De ella se deduce todo lo dem¨¢s. Probablemente sea ¨¦sta la transformaci¨®n fundamental que debe hacer un terrorista y, por ello, algo dif¨ªcilmente inducible desde fuera. Quiz¨¢ s¨®lo est¨¦ en nuestras manos crear el contexto que facilite ese descubrimiento. En una pol¨ªtica antiterrorista no pueden faltar aquellas actitudes de cultura pol¨ªtica que realmente a¨ªslan a los violentos: un respeto exquisito de las razones del otro (al que con demasiada frecuencia se le ha estigmatizado como c¨®mplice), resistir a la tentaci¨®n de convertir al adversario en enemigo (como cuando se plantea la batalla por la desaparici¨®n del rival) o no tener miedo a lo que los vascos efectivamente puedan decidir (que es, hoy por hoy, una de las armas cuyo monopolio interpretativo hay que arrebatar al terrorismo).
Perder no es dejar de tener raz¨®n, porque tampoco haber ganado le asegura a uno el tenerla. Tener raz¨®n no depende de tener la mayor¨ªa (existe incluso una estupidez t¨ªpica de la mayor¨ªa que viene a consistir en querer tener, adem¨¢s de la mayor¨ªa, la raz¨®n), aunque en pol¨ªtica no hay conducta razonable que pueda sustraerse a la obligaci¨®n de formar una mayor¨ªa. Hay ideas muy valiosas en toda oposici¨®n y alternativas que no dejan de serlo por una mala acci¨®n pol¨ªtica. En una sociedad democr¨¢tica, hacer pol¨ªtica es el ¨²nico instrumento leg¨ªtimo para construir una nueva mayor¨ªa o para conservarla. Todo lo dem¨¢s son deliberaciones de iluminados eligiendo pueblo.
Daniel Innerarity es profesor de Filosof¨ªa y miembro de la Asamblea Nacional del PNV.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.